Imaginemos a dos personas. Una de ellas es un hombre casado, religioso, quien dice que ama a Dios con todo su corazón, pero que empieza a sentir lujuria por una joven que vive en la casa de al lado. Pronto se divorcia de su esposa y se casa con la joven de sus fantasías.
El otro hombre no es religioso. Él nunca ha escuchado el evangelio y vive una vida pecaminosa que le llega a costar su matrimonio. Algunos años después, como hombre soltero, él escucha el evangelio, se arrepiente, y comienza a seguir a Jesús con todo su corazón. Tres años después él se enamora de una mujer cristiana que conoce en la iglesia. Juntos buscan diligentemente al Señor y escuchan el consejo de otros y luego deciden casarse. Se casan y sirven al Señor y son fieles el uno al otro hasta la muerte.
Ahora, asumamos que ambos hombres han pecado a la hora de casarse de nuevo. ¿Cuál de los dos tiene mayor pecado? Evidentemente el primer hombre. Él es un adúltero.
Pero ¿qué acerca del segundo hombre? ¿Realmente parece que él ha pecado? ¿Se podría decir que no hay diferencia entre él y el primer hombre respecto al acto de adulterio? No lo creo. ¿Deberíamos decirle lo que Jesús le dijo a aquellos que se divorciaban y se casaban de nuevo, informándole que él ahora vive con una mujer no dada por Dios, porque Dios todavía considera que él está casado con su primera esposa? ¿Deberíamos decirle que él vive en adulterio?
Las respuestas son claras. Los que cometen adulterio son las personas casadas que ponen sus ojos en otros que no son sus parejas. Así que el divorciarse de la esposa, porque uno ha encontrado a alguien más atractivo, es adulterio. Pero una persona soltera no puede cometer adulterio, pues no tiene un cónyuge al cual serle infiel; así, una persona divorciada tampoco puede cometer adulterio, pues no tiene ninguna pareja a la cual serle infiel. Una vez que entendemos el contexto bíblico e histórico de lo que Jesús dijo, no imaginaremos conclusiones que no tienen sentido y que contradicen el resto de la Biblia.
Por cierto, cuando los discípulos escucharon la respuesta de Jesús a los fariseos, dijeron, “Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse” (Mateo 19: 10). Comprendamos que los discípulos habían crecido bajo la influencia y la enseñanza de los fariseos, y dentro de una cultura que era muy influenciada por los fariseos. Nunca habían considerado que el matrimonio fuera algo permanente. De hecho, unos minutos antes de esto, probablemente también habían creído que era legal que el hombre se divorciara de su mujer por cualquier causa. Así que rápidamente concluyeron que lo mejor era evitar el matrimonio del todo y así no arriesgarse a cometer el acto de divorcio o de adulterio.
Jesús respondió,
“No todos son capaces de recibir esto, sino aquellos a quienes es dado. Hay eunucos que nacieron así del vientre de la madre, y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos. El que sea capaz de recibir esto que lo reciba” (Mateo 19:11-12).
Esto es, que el impulso sexual y/o la capacidad para controlarlo es el factor determinante. Aún Pablo dijo, “es mejor casarse que estarse quemando” (1 Corintios 7:9). Por esto, los que nacieron eunucos o los que se hicieron eunucos por los hombres (como lo hacían aquellos que necesitaban a otros hombres a quienes confiarle el cuidado de su harén) no tienen deseo sexual. Pareciera que aquellos que se hacen eunucos “por causa del reino de los cielos” están dotados especialmente por Dios para tener un dominio propio mayor, por esto Jesús dijo, “no todos son capaces de recibir esto, sino aquellos a quienes les es dado” (Mateo 19:11).