“Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo. Y Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” ( Efesios 4:7, 11-13, énfasis agregado).
“Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas” ( 1 Corintios 12:28, énfasis agregado).
Los dones ministeriales, como con frecuencia se conocen, son los llamados y las habilidades varias dadas a ciertos creyentes que les permite estar en la posición de un apóstol, profeta, evangelista, pastor o maestro. Nadie puede estar en estas posiciones por sí mismo. Más bien, Dios es el que llama y el que da los dones.
Es posible que una persona pueda ejercer más de uno de estos cinco oficios, pero sólo ciertas combinaciones son posibles. Por ejemplo, es posible que un creyente tenga el llamado de pastor y maestro o profeta y maestro. Sin embargo, no es probable que alguien pueda ejercer el oficio de evangelista y pastor, por la simple razón de que el trabajo de pastor le obliga a permanecer en un solo lugar sirviendo a su rebaño, y el evangelista debe viajar con frecuencia.
Aunque todos estos cinco oficios han sido dados para diferentes propósitos, estos han sido dados a la iglesia con un propósito general, “perfeccionar a los santos para la obra del ministerio” (Efesios 4:12).[1] La meta de cada ministro debe ser el perfeccionar a los santos (los “apartados” para Dios) para obras de servicio. Sin embargo, con mucha frecuencia, aquellos en el ministerio actúan como si hubieran sido llamados no para perfeccionar a la gente santa para hacer obras de servicio, sino para entretener a los carnales que simplemente vienen a sentarse en los cultos. Cada persona que ha sido llamada a alguno de estos cinco oficios debe evaluar constantemente su contribución para “perfeccionar a los santos para la obra del ministerio”. Si cada ministro lo hiciera, eliminaría numerosas actividades consideradas erróneamente como “ministerio”.
[1] Esta es tan sólo otra forma de decir, “para hacer discípulos de Jesucristo”.