John Wesley, fundador del movimiento metodista de la iglesia en Inglaterra, creó una gran expresión de acuerdo a la perspectiva apropiada del dinero. Ésta es, “Has todo el dinero que puedas; ahorra lo que puedas; y da todo lo que puedas”.
Esto quiere decir que los cristianos deben primeramente trabajar duro, usando las habilidades y oportunidades dadas por Dios para hacer dinero, cuidando que sea en forma honesta sin violar ninguno de los mandamientos de Cristo.
Segundo, deben vivir frugalmente y en forma simple, gastando tan poco como sea posible para ahorrar todo lo que puedan.
Finalmente, habiendo seguido los primeros dos pasos, deben dar todo lo que puedan, no sólo el diez por ciento, sino negándose a sí mismos tanto como sea posible para que las viudas y los huérfanos puedan ser alimentados y para que el evangelio sea proclamado por todo el mundo.
La iglesia primitiva en el Nuevo Testamento ciertamente practicaba esta clase de mayordomía compartiendo con el necesitado, lo cual era una norma de vida en esos tiempos. Esos primeros creyentes tomaron en serio el mandamiento de Jesús para sus seguidores que dice “vended lo que poseéis y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega ni polilla destruye, porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (ver Lucas 12:33). Leemos en la narración de Lucas acerca de la iglesia primitiva:
“Todos los que habían creído estaban juntos y tenían en común todas las cosas. Vendían todas sus propiedades y sus bienes y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno….La multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma. Ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común…. Y abundante gracia era sobre todos ellos. Así que no había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el producto de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según la necesidad” (Hechos 2:44-45; 4:32-35).
La Escritura también deja claro que la iglesia primitiva alimentó y proveyó para las necesidades de las viudas (ver Hechos 6:1; 1 Timoteo 5:3-10).
Pablo, el gran apóstol, en quien Dios confió para llevar el evangelio a los gentiles, autor de la mayoría de las epístolas del Nuevo Testamento, consideró el ayudar a las necesidades del pobre como parte esencial de su ministerio. Entre las iglesias que fundó, Pablo reunió grandes sumas de dinero para los cristianos pobres (ver Hechos 11:27-30; 24:17; Romanos 15:25-28; 1 Corintios 16:1-4; 2 Corintios 8:9; Gálatas 2:10). Por lo menos diecisiete años después de su conversión Pablo en Jerusalén presentó este evangelio recibido por Pedro, Santiago y Juan. Ninguno de ellos pudo encontrar algo erróneo con el pasaje que él estaba predicando, y recordando esto Pablo en una carta a los Gálatas, escribió, “Solamente nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, lo cual también me apresuré a cumplir con diligencia” (Gálatas 2:10). Mostrar compasión por el pobre, en la mente de Pedro, Santiago, Juan y Pablo, estaba en segundo lugar después de la proclamación del evangelio.