SEIS: Nacidos para morir

 

¿Alguna vez has visto la película clásica, Los Diez Mandamientos, dirigida por el legendario Cecil B. DeMille? Aún si son unos de los pocos que de alguna manera se perdieron de verla, casi seguro están familiarizados con la historia de Moisés y el éxodo de los israelitas de la esclavitud egipcia. ¿Recuerdas las diversas plagas, ranas, langostas, granizo y más, que vinieron sobre Egipto? A través de diez terribles desastres Dios eventualmente convenció a Faraón para que su mayor interés fuera liberar a todos sus esclavos israelitas.

A mí siempre me gusta la escena en la película donde Moisés levanta su vara y Dios divide el Mar Rojo para que los israelitas lo pudieran cruzar en tierra seca. Hoy en día, como siempre, mientras me recuerdo viendo esa película como niño, me doy cuenta de que me perdí el aspecto más importante de la historia del éxodo de Israel. El drama contiene el secreto del plan de Dios para la humanidad. Permíteme compartirlo contigo.

La Imparcialidad del Juicio de Dios

El libro de Éxodo comienza con el reporte del plan salvaje de Faraón de reducir la población creciente de Israel por medio del infanticidio. Temiendo que Israel se pudiera volver más grande que Egipto, Faraón decretó que cada niño varón israelí recién nacido fuera arrojado vivo al río Nilo.

En tales trágicos momentos, Moisés nació. Usted puede recordar cómo la canasta flotante de su madre hizo posible que fuera rescatado por la hija de Faraón.

Cerca de ochenta años después. Dios captó la atención de Moisés por medio de un arbusto ardiente y lo llamó a la tarea de guiar a los israelitas desde Egipto a la tierra prometida. Había un solo problema: Faraón no quería liberar a su barata fuerza laboral extranjera.

En consecuencia Dios envió crecientemente severas plagas sobre Egipto, culminando en la muerte a la media noche de los primogénitos de cada egipcio. Finalmente, esa noche, Faraón y los egipcios decidieron permitir al pueblo de Israel partir de su país.

Algunas personas, que nunca han pensado sobre esto profundamente, han cuestionado la fiereza del juicio de Dios sobre los egipcios. Ellos preguntan, “¿Que había tan especial en los israelitas para que Dios los favoreciera sobre los egipcios?”

Pero la respuesta no es tan difícil. Dios actuó en perfecto amor, y, por lo tanto, en perfecta justicia. Los egipcios egoístamente habían maltratado a los israelitas por décadas, usando a personas que fueron creadas a la imagen de Dios como sus esclavos. También habían impuesto un sistema de infanticidio que debe haber traído indecible sufrimiento a las familias de Israel. El Dios amoroso no pudo permanecer pasivo.

¿Que merecían los antiguos egipcios? Ellos merecían morir. Las personas que matan a los bebes de otras personas merecen morir. Aún así, Dios les mostró misericordia por años, dándoles tiempo para arrepentirse. Finalmente tuvo que actuar. El amor y la justicia lo demandaron.

Dios mandó a Moisés a exigir la liberación de Israel. Cuando Faraón se rehusó y, de hecho, aumentó las labores de los israelitas. Dios mandó la primera plaga -las aguas de Egipto se volvieron sangre. Increíblemente, faraón endureció su corazón, y Dios envió una segunda, y una tercera, y entonces una cuarta incrementadamente severa plaga.

Después de que cada plaga fue quitada, Faraón repetidamente endureció su corazón, y finalmente el último juicio llegó: todos los primogénitos de Egipto murieron en una noche.

Todos los Juicios de Dios Contienen Misericordia

Muchas personas solo ven los juicios de Dios en esta historia. ¿Pero puede ver usted la increíble misericordia de Dios? Faraón pudo revertir el juicio final de Dios si hubiera escuchado la advertencia de los menores juicios iniciales de Dios, pero no lo hizo.

Pienso que todos estamos de acuerdo en que Faraón y el pueblo de Egipto merecían hasta mayor castigo del que recibieron. De hecho, no hay ninguna duda de que si la muerte de los primogénitos no los hubiera convencido de liberar a los esclavos israelitas, Dios hubiera enviado juicios más severos. Ultimadamente, ellos hubieran recibido lo que merecían realmente: completa aniquilación.

¿Fue justo que los primogénitos de Egipto murieran? Sí, los egipcios solo estaban cosechando lo que sembraron. Aún así, recibieron mucho menos de lo que merecían.

Cada acto que no se resuelve en esta vida se resuelve en la siguiente. De hecho, el hecho de que se resuelvan parcialmente los actos en esta vida sirve para advertirnos de este mismo hecho porque Dios es perfectamente justo. Como establece la Biblia, Dios “pagará a cada uno conforme a sus obras” (Romanos 2:6). De eso puedes estar seguro.

Nadie, y quiero decir nadie, tiene el derecho de quejarse de que Dios lo ha tratado injustamente. No solo Dios no nos ha tratado injustamente, sino que Él nos ha tratado muy misericordiosamente.

No es que hemos recibido lo que no merecíamos, más bien, no hemos recibido lo que sí merecíamos. A todos se nos ha mostrado mucho más misericordia de la que nunca merecimos -justo como la gente del antiguo Egipto.

Cuando una persona que está sufriendo dice, “¿Que he hecho para merecer esto?” está revelando su orgullo inherente. Debería estar preguntando, “¿Por qué me safé tan fácil?”

Cuando el agua se volvió sangre en Egipto, ningún egipcio pudo decir justamente, “¿Qué hemos hecho para merecer esto?” Solo dos preguntas serían justificadas a los oídos de Dios: “¿Por qué ha sido Dios tan bueno para retardar estos juicios presentes por tantos años?” y “¿Por qué es que ahora, que los juicios de Dios han caído, no hemos recibido la plenitud de lo que realmente merecemos?”

Los egipcios deberían haber estado de rodillas confesando, “Hemos sido muy egoístas, pero agradecemos a Dios por toda la misericordia que nos ha mostrado por muchos años. Y apreciamos que nos advierta del juicio eterno por medio de este juicio presente. Ahora sabemos que si no nos arrepentimos, recibiremos al final todo lo que merecemos.”

Nadie tiene derecho a enojarse con Dios.

¿Por qué las Cosas Malas les Pasan a las Personas Buenas?

Durante una de sus enseñanzas, Jesús mencionó dos tragedias contemporáneas que claramente presentan, desde el punto de vista de Dios, cual debe ser nuestra actitud frente al sufrimiento -especialmente cuando parece injusto:

Ahora en la misma ocasión algunos de los presentes le reportaron (a Jesús) acerca de los galileos, cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos: “Y Él respondió y les dijo, ¿Suponen que esos galileos eran más pecadores que todos los otros galileos porque sufrieron este destino? Yo les digo que no, sino que a menos que se arrepientan, todos ustedes van a perecer de la misma manera”; O suponen ustedes que esos dieciocho sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, eran peores malhechores que todos los hombres que viven en Jerusalén? Les digo, no, sino que al menos que se arrepientan todos ustedes perecerán de la misma manera” (Lucas 13:1-5)

Jesús indicó que esos que murieron en las dos tragedias que mencionó eran pecadores, pero no más grandes pecadores que cualquier otro. Los pecadores que perecieron recibieron lo que merecían. Los pecadores que estaban vivos aún no habían recibido lo que merecían. Se les había dado misericordiosamente tiempo para arrepentirse. Y si no se arrepentían, ellos, también, recibirían lo que merecían.

Los que escuchaban a Jesús, justo como las personas hoy, hacían una pregunta equivocada. En vez de preguntar “¿me pregunto que hicieron esas personas para merecer morir?” deberían estar preguntando, “¿me pregunto por qué estoy vivo todavía?”

Si somos honestos y nos vemos a nosotros mismos como Dios nos ve, entonces la pregunta apropiada que deberíamos hacer es: “¿Por qué no he recibido más por mi egoísmo? De hecho, una aún más apropiada pregunta sería, “¿por qué no me estoy quemando en el infierno ahora mismo?

La respuesta, por supuesto, es que Dios nos ha mostrado a todos misericordia inmerecida. Cuando cuestionamos la injusticia de Dios, nuestro orgullo es desenmascarado. Creemos que merecemos mejor tratamiento, y seguramente Dios debe gemir.

¿Por qué pasan cosas malas a las personas buenas? Esa pregunta contiene una asunción errada. Nosotros debemos preguntarnos, “¿Por qué cualquier cosa buena le pasa a alguien?” De acuerdo a Jesús, ninguno es bueno, excepto Dios solamente (vea Marcos 10:18) Ya que ninguno de nosotros es bueno, solo merecemos lo malo.

Jesús continuó Su lección sobre la misericordia inmerecida:

Y Él comenzó diciendo esta parábola: “Cierto hombre tenía una higuera que había sido sembrada en su viñedo; y vino a buscar fruto en ella, y no encontró, y dijo al viñador, He venido por tres años a buscar fruto a esta higuera sin encontrar algo. ¡Córtala! ¿Por qué inutiliza también la tierra? Y él le contestó y le dijo, déjela, Señor, este año también, hasta que yo cave al rededor y le ponga fertilizante; y si da fruto el próximo año, bueno; pero si no, se corta” (Lucas 13:6-9)

Aquí está una figura perfecta de la justicia y la misericordia de Dios. La infructuosa higuera merecía ser cortada -aún así se le mostró misericordia por un año más- con la esperanza de que diera fruto. Si no daba fruto el cuarto año, sería cortada. Cuando ese momento llegara, la pregunta no sería, “¿Por qué la están cortando?” sino “¿Por qué no fue cortada el año pasado?”

La Misericordia Inmerecida de Israel

¿Qué acerca del pueblo de Israel? ¿Ellos merecían por su santidad y pureza ser liberados de la atadura egipcia? No, los israelitas fueron sin duda egoístas en su propio trato con otros. Ciertamente no fueron tan crueles como los egipcios, pero ninguno de ellos llevaba vidas de servicio auto-sacrificial del uno al otro. Sabemos por cierto que una vez Moisés trató de parar un pleito entre dos israelitas (vea Éxodo 2:13) Además cierta tradición judía establece que la razón por la que Dios permitió que Israel se volviera esclavo de Egipto fue por sus pecados. Más allá, numerosas veces después de ser liberado de Egipto, el pueblo de Israel mostró tratos de egoísmo y avaricia (vea Números 11:4, 31-34, 12:1-10, 14:1-4, 16:1-3).

¿Entonces por qué Dios los libertó? ¿Fue su sufrimiento a través de los años -la muerte de sus pequeños bebés, lo pesado de su trabajo -pago suficiente por sus pecados? ¿Recibieron todo lo que merecían? ¿Estaba Dios obligado a liberarlos porque sus cuentas con Él estaban todas saldadas?

Enfáticamente no.

Y si Dios dejó algo claro la noche del éxodo, le dejó claro a Israel que ellos, también, estaban recibiendo misericordia inmerecida.

Justo el día anterior al éxodo a la medianoche, Dios decretó que cada familia israelita tomara un cordero de un año y lo matará en el crepúsculo. Entonces tomaran algo de la sangre de su cordero y lo esparciera en los postes de sus puertas y en los dinteles de sus casas, porque él iba a pasar a través de Egipto y matar a todos sus primogénitos. Sin embargo cuando Él viera la sangre en los postes de las puertas de los israelitas, Él prometió pasar de ellos. Por lo tanto, ellos escaparían de su juicio.

Esto, por supuesto, fue la primera fiesta judía de la Pascua 1 . Los cristianos celebran la pascua al mismo tiempo del año, y es correcto, como pronto veremos (no se refiere a las costumbres paganas y no bíblicas que muchos celebran en la que llaman la “semana santa” en los países latinos).

¿Cual fue el significado de la ceremonia de la Pascua? Primero, notamos que cada familia degollara un cordero de un año, todo blanco y esponjado, y la imagen de la inocencia, oveja no adulta.

Esto suena un poco barbárico, especialmente para los que estamos solamente familiarizados con comprar una pierna de carnero en la tienda de alimentos. Mientras disfrutamos nuestra comida, no pensamos como ese pequeño y lindo corderito tuvo que ser aniquilado antes de ser cocinado.

¿Por qué Dios mandaría tal cosa? Si algo debe ser matado, ¿por qué no una marmota o un viejo cerdo desgastado? ¿Por qué un corderito inocente?

Dios estaba enseñándole a Israel el principio de sustitución representativa, esto es, el inocente muriendo por los pecados del culpable. El cordero fue escogido porque ejemplificaba la inocencia. Fue matado porque estaba recibiendo lo que cada israelita merecía –la muerte. Y la sangre que fue rociada en los postes de las puertas protegió a esos dentro de la casa de la debida ira de Dios, obligándolo a “pasar por encima” 2 La sangré indicó que la justicia ya había sido ejecutada a favor de los de adentro.

El Sacrificio Perfecto

¿Cómo pudo la muerte de un cordero pagar justamente por los pecados de un ser humano? La respuesta es que no pudo. De hecho, el nuevo testamento enseña que es imposible que la sangre de animales quiten los pecados (vea Hebreos 10:4)

Esos pequeños corderos solo sirven para representar el Sacrificio Perfecto que un día iban a satisfacer el clamor por justicia divina en favor de toda la gente.

Ese Sacrificio Perfecto, no podía ser un animal, sino un ser humano. Solo la muerte de un ser humano pudo justamente recompensar por los pecados de los seres humanos.

Además esa persona debería ser más que solo un ser humano, porque la muerte de un ser humano pudo justamente pagar para redimir solo a otra persona. El Sacrificio Perfecto debería ser alguien que fuera de un valor mucho más grande que todos los seres humanos combinados para poder proveer expiación para todos ellos.

Esa persona debía ser sin pecado, perfectamente inocente, sin egoísmo. Una persona manchada por el pecado nunca puede expiar los pecados de otros porque él mismo sería un deudor a Dios.

La persona que sería el sacrificio perfecto podría ser solo Dios en la forma de un ser humano.

Esa persona fue Cristo Jesús

Fue Jesús de quien el ángel anunció a José que “salvará a Su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21)

Fue Jesús a quien Juan el bautista presentó como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:21)

Fue Jesús de quien el apóstol Pablo declaró que fue “nuestra Pascua” (1 Corintios 5:7)

Fue Jesús quien por voluntad propia caminó a Jerusalén y fue crucificado durante la fiesta de la Pascua ahí en 32 a C. Ese evento fue la culminación del plan preordenado de Dios para proveer los medios para que los auto-condenados hombres y mujeres pudieran escapar de la debida ira de Dios. Ese día la justicia divina fue ejecutada sobre un substituto voluntario sin pecado. Ahora a pecadores in merecedores se les podría ofrecer justamente eterna misericordia de Dios.

Fue la muerte de Jesús en la cruz la que cumplió lo que la muerte del cordero de toda Pascua por más de mil años solo prefiguraba: el precio del rescate por nuestra liberación de la ira de Dios pagado por completo.

Cuando Jesús clamó en la cruz con Su último respiro, “¡consumado es!,” nuestra salvación fue comprada, de una vez por todas. Este es el tema central de la Biblia.

Apartando la Ira de Dios

Muchos pensaron que el propósito de la venida de Jesús era para “mostrarnos como vivir.” Otros piensan que Su muerte fue solo otro caso desafortunado de una buena persona siendo martirizado por una causa merecida. Ciertamente Jesús nos enseñó como vivir, y sí, Él murió por una causa merecida. Pero la razón más importante primeramente de que Jesús viniera a la Tierra fue para dar Su vida como pago por nuestros pecados.

Jesús nació para morir.

Él lo sabía y lo proclamaba:

Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido sino para servir, y para dar Su vida en rescate por muchos” (Jesús- Marcos 10:45; énfasis agregado)

Este fue el plan preordenado de Dios. Setecientos años antes de que Jesús naciera en Belén, el profeta Isaías predijo su llegada y el propósito para Su venida:

Pero Él fue el precio por nuestras transgresiones, Él fue molido por nuestras iniquidades; el castigo de nuestro bienestar cayó sobre Él, y por Su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada uno se apartó por su camino; pero el Señor hizo que la iniquidad de todos nosotros cayera sobre Él. [Él] justificará a muchos, cargando Él sus iniquidades (Isaías 53:5-6, 11b; énfasis agregado)

El apóstol Pablo escribió que la muerte sacrificial de Jesús como nuestro sustituto es la verdad más importante de la fe cristiana:

Porque les he entregado como de primera importancia lo que yo también recibí, que Cristo murió por nuestros pecados de acuerdo a las Escrituras… (1 Corintios 15:3; énfasis agregado)

Un término bíblico usado para describir la obra de Jesús en la cruz es propiciación. Esto significa “apartar la ira.” El apóstol Juan explicó que el amor de Dios fue preeminentemente demostrado por a través de la obra propiciatoria de Su Hijo.

Por esto el amor de Dios a nosotros, que Dios ha enviado a su Hijo unigénito al mundo, para que así nosotros vivamos por medio de Él. Esto es amor, no que nosotros amamos a Dios, sino que Él nos amó y envió a Su Hijo a ser la propiciación por nuestros pecados (1 Juan 4:9-10; énfasis agregado)

El principal beneficio que el sacrificio de Jesús hace disponible para nosotros es el apartar la ira de Dios (vea Romanos 5:9) Ese apartar, hace disponible una multitud de otras bendiciones para cada persona que recibe la reconciliación que Dios hizo posible.

¿La muerte sacrificial de Jesús garantiza automáticamente que toda persona escapará del infierno y vivirá por siempre en el cielo? No, toda persona debe reunir ciertos requerimientos si ha de experimentar lo que Cristo hizo posible.

Nota que la Escritura arriba establece que aunque la muerte de Jesús ha proveído nuestra reconciliación con Dios, nosotros tenemos una responsabilidad de recibir esa reconciliación:

Pues mientras todavía estábamos sin ayuda, en el momento correcto Cristo murió por los impíos. Pues difícilmente uno morirá por un hombre justo; aún tal vez alguien se atreva a morir por un hombre bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Entonces mucho más, habiendo sido ahora justificados por su sangre, seremos salvos de la ira de Dios por medio de él. Porque si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación (Romanos 5:6-11, énfasis añadido).

¿Como recibimos la reconciliación que ha sido provista? En el próximo capítulo contestaré esa pregunta, mientras examinamos que es lo que requiere Dios de cada uno de nosotros.

La Demostración de la Cruz

En la muerte de Jesús en la cruz, vemos la santidad de Dios, justicia y amor perfectamente mezclados en un evento. El amor de Dios fue demostrado en que Jesús murió en nuestro lugar, para que nosotros no suframos nuestro propio debido castigo.

Jesús dijo, “Ninguno tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13) ¿Cómo pudo Dios demostrar amor más grande?

La justicia de Dios fue demostrada en que Él no nos perdona sin castigo. Si Él lo hiciera, Él podría ser correctamente acusado de injusticia, y, por lo tanto, imperfecto en amor e inmoral. Así que Dios cumplió la debida pena impuesta -Su ira cayó a la justa medida- pero sobre un Sustituto sin Pecado, quien voluntariamente fue a la cruz por nosotros.

¿Pero cómo cayó la ira de Dios sobre nuestro Sustituto?

Primero que todo, cayó sobre Jesús en la agonía de flagelación y crucifixión.

Mientras la sangre cubría su cara desde las perforaciones de una corona de espinas encajadas en Su cabeza, la carne de la espalda de Jesús fue lacerada a jirones por el látigo de nueve puntas romano. Cada tira del látigo de cuero lanzada con piezas de metal y huesos filosos se incrustaban y desgarraban sin misericordia. Cada uno de ellos rasgó la espalda de Jesús treinta y nueve veces. La historia registra que hombres más débiles murieron sufriendo el mismo trauma. Pero ese fue solo el comienzo de los sufrimientos de Jesús.

Jesús fue entonces forzado a llevar Su propia cruz sobre su espalda sangrante hasta que cayó de rodillas de agotamiento. En el lugar de la crucifixión, los ejecutores lo desnudaron y estiraron sus brazos que estaban ya salpicados con sangre. Con cruel precisión clavaron pesados clavos a través de Sus muñecas y ambos pies.

Finalmente la cruz sobre la cual fue Él clavado fue levantada y puesta en un hoyo de soporte que la pudiera mantener parada derecha.

En la crucifixión, todo el peso de las víctimas se recargaba en el lugar donde el clavo estaba a través de sus pies y donde los clavos estaban a través de sus muñecas. El dolor, por supuesto, era insoportable. La respiración se volvía un esfuerzo constante. Si el condenado quería respirar, tenía que empujarse en el clavo que atravesaba sus pies para poder relajar la tremenda presión creciente que su cuerpo ejercía sobre sus pulmones.

Esto sería aún peor para alguien cuya espalda fue lacerada por ser azotada en flagelación. La cruz podría haber raspado las ya de por si abiertas heridas mientras la víctima se empujaba para arriba para respirar y, entonces, colapsando en agonía, deslizarse en la cruz, una vez más colgando de sus manos.

La mayoría de los crucificados murieron de asfixia, puesto que estaban eventualmente inhabilitados para reunir fuerzas para empujarse y tomar una nueva respiración. Esa es la razón por la que los soldados romanos eventualmente quebraron las piernas de los dos ladrones que fueron crucificados a cada lado de Jesús. Eso aceleró sus muertes.

Jesús había sido tan maltratado antes que no hubo necesidad de quebrar sus piernas -Él murió solo después de unas cuantas horas en la cruz.

Abandonado Por Tu Causa

La tortura de la crucifixión es casi demasiado horrible para imaginar, pero Jesús sufrió infinitamente más y de una manera que es inconcebible para nuestras mentes humanas.

De manera inexplicable, la ira de Dios cayó sobre Jesús y le inflingió mucho más grande dolor y sufrimiento que el tormento físico en la cruz. Toda la culpa de la raza humana -por todo el odio, la lujuria, la envidia, el orgullo, el egoísmo- fue puesto sobre Jesús.

En terrible anticipación de eso, Jesús cayó sobre su rostro y fervientemente oró que si fuera posible, pasara esa copa de Él. Pero en vez de decir “Amén,” Él añadió, “Pero no se haga Mi voluntad sino la Tuya” (Lucas 22:42)

Nosotros no podemos comenzar a entender la agonía que Jesús experimentó en la cruz –como si los tormentos de un infierno eterno fueran comprimidos en tres horas y depositados en un solo hombre. Él sintió la intensa soledad, la desesperanza y desesperación, la culpa, el remordimiento, el horror, la sed tremenda, de esos que sufren los tormentos que nunca se acaban, de los malditos.

Peor que todo, Él sufrió el pánico de aquellos que se dan cuenta de que no hay esperanza para su reconciliación con Dios. Abandonados por siempre, lanzados a las tinieblas de afuera. Mientras la realidad aplastante de ser abandonado por Su Padre iba creciendo dentro de su conciencia, Jesús jadeó con horror,

“Mi Dios, Mi Dios, ¿por qué me has olvidado?”

Su propio Padre le volvió la espalda, derramando su furia sobre el pecado del mundo hasta que su ira fuera consumada -y el cuerpo de Jesús colgaba inerte en la cruz.

Ahí cuelga el Cordero de Dios. Golpeado, pateado, escupido, burlado, escarnecido, azotado, desnudado, apaleado, y cubierto de mugre, sudor y sangre.

Así es como Dios odia el egoísmo. Así es como el Dios justo y recto es. Y así es cuanto Dios te ama.

1 “pass over” en inglés

2 “pass over” en inglés, se le llama pascua en español pero pierde el sentido