Spanish GGD Introducción

 

Fue, sin duda alguna, el más sinuoso engaño del siglo pasado, un esquema diabólico perpetrado contra hombres, mujeres y niños que viajaban confiados en trenes totalmente abarrotados. Sucedió en las afueras de una ciudad polaca llamada Oswieçim durante la segunda guerra mundial. En ese lugar, bajo la dirección de Adolfo Hitler, se estableció un campo de concentración para personas consideradas míseras. No fue sino hasta que finalizó la guerra que el mundo pudo enterarse de los hechos impactantes ocurridos en ese lugar, conocido hoy con su nombre alemán, Auschwitz.

Auschwitz era mucho más que un campo de concentración. La industria primaria en ese lugar era el asesinato. Por lo menos un millón de las personas que entraron por las puertas de hierro forjado de Auschwitz nunca salieron de allí vivas. La gran mayoría no tenían ni siquiera una pista de que tanto ellas como sus familias morirían tan sólo algunas horas después de su llegada.

Luego de ser recogidas de toda la Europa ocupada por los nazis, las familias judías eran transportadas a Auschwitz en vagones de carga y de ganado completamente llenos. Una vez ahí, todos los recién llegados eran separados inmediatamente en dos grupos: una minoría que consistía en aquellos hombres que parecían ser capaces de soportar la pesada labor y una mayoría compuesta por los hombres de aspecto enclenque, las mujeres, los enfermos, los débiles, los ancianos y los niños que lloraban cuando eran separados de sus padres.

El grupo mayoritario era luego trasladado a otra parte del campo en donde sus miradas caían sobre una escena desconcertante. Enfrente de ellos había una pequeña orquesta de mujeres jóvenes, vestidas pulcramente, que tocaban una melodía alegre y de fuerte ritmo. Cada muchacha estaba intensamente concentrada—tal vez demasiado intensamente—en las páginas de música que tenía delante, aparentemente ignorante de los cientos de personas que conformaban su audiencia.

Se hizo un anuncio apologético: Ha habido una plaga de piojos en el campo, y todo el mundo debe ser desinfectado en un baño comunal antes de ser admitido en las habitaciones. Cada familia judía recibió instrucciones para que se desvistiera. Con cuidado, todos doblaron su ropa y la colocaron en una mesa con el resto de sus pertenencias. Se les aseguró que en unos pocos minutos su vergüenza terminaría luego de ser rociados con un desinfectante inofensivo.

Unas dos mil personas desfilaron a la vez, desnudas, a través de las puertas de un edificio grande y no muy alto, que había sido construido en una loma. Había un rótulo sobre la puerta hermosamente decorado con flores que decía: “BAÑOS”. Cuando la última persona había entrado, las puertas se cerraron con llave de un modo seguro.

La orquesta dejó de tocar.

Desde unas aberturas en la parte de arriba, unos trabajadores nazis dejaron caer una pequeña cantidad de cristales de Ciclón B, un veneno manufacturado para matar roedores. Adentro, vapores mortales de gas cianhídrico empezaron a salir del cielo raso.

Los grupos de familias judías rápidamente se dieron cuenta de que algo andaba mal. La gente empezó a toser, luego vomitaba y se asfixiaba con convulsiones. Llena de terror y gritando, la multitud, en pánico, se dirigió hacia las puertas por donde había entrado. Las víctimas empujaban, arañaban y se subían unas en otras anhelando desesperadamente escapar de su seguro destino. Rápidamente, muchos encontraron su muerte, atrapados por la multitud y golpeados contra el concreto. Para los más agresivos, la muerte llegó un poco más tarde.

Después de veintitrés minutos, toda lucha había cesado y el cuarto estaba en silencio. Las puertas se abrieron y algunos trabajadores con máscaras de gas y botas de hule entraron para empezar su cruel tarea de desenredar las masas de cuerpos contorsionados y trasladarlos a incineradores cercanos.

Finalmente, el cuarto estaba eficientemente lavado del vómito, la orina y la materia fecal—las funciones corporales finales de cientos de víctimas—por temor a que la próxima carga de familias judías se enterara de lo que realmente sucedía en los baños. Había un horario muy apretado por cumplir—otro tren llegaría pronto—lleno de más personas confiadas a las que había que desilusionar, asesinar e incinerar.

El numeroso sacrificio de tantas personas es, para nosotros, un crimen atroz del más alto grado y los medios falsos por los cuales los nazis engañaban a sus víctimas en las cámaras de gas solamente logran que su pecado sea más aborrecible a las mentes morales. Pero el engaño y el horror de Auschwitz palidecen en comparación con la escena del futuro de la cual la Biblia nos habla. Entonces, el grado de desencanto será mayor y el grado de condenación será peor.

Contrario a lo que acontecía en Auschwitz, en donde las familias judías conociendo el odio de sus captores, se acercaban a las puertas de las cámaras de gas con cierto temor, las multitudes futuras experimentarán paz conforme se acercan a su destino. Incluso, han estado cantado canciones de celebración por años en anticipación al gozo que les espera, pero se decepcionarán por completo. Y a diferencia de aquellas en Auschwitz, cuyos horrendos sufrimientos terminaban después de veintitrés minutos, estas multitudes estarán gimiendo y crujiendo sus dientes por la eternidad…

Visualice la escena como Jesús la predijo:

Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿No profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad. (Mt. 7: 22-23).

Indiscutiblemente, Jesús sólo reveló el clímax de una historia mucho más larga, pero de este corto segmento podemos deducir otros detalles trágicos.

Primeramente, podemos asumir con seguridad que los argumentos usados por aquellos que estaban parados ante Jesús constituían su defensa final. Sin duda alguna, a ellos ya se les había negado la entrada en el reino celestial. Ahora, con sus corazones latiendo fuertemente y con sus mentes dando vueltas, hacen un último intento desesperado para convencer al Señor de Su error.

¡Debatir con Dios! ¡Qué atrevimiento! ¿Qué puede llevar a una persona a ser tan insensata como para esperar que podría ganar tal disputa? Solamente la desesperación. Como una persona que se está ahogando se sujeta de cualquier cosa, estos hombres aterrorizados, dramáticamente esperaban cambiar el decreto de Aquel que no lo hará.

Y ¿qué cosas pasaban por sus mentes cuando oyeron Su decreto por primera vez? Él era su Salvador, o al menos así lo creían ellos. Le amaban, o así lo creían. Esperaban ese día desde hacía mucho tiempo, deseando que Él dijera: “Bien hecho, buen siervo y fiel… entra en el gozo de tu Señor” (Mt. 25:21). Le habían servido en el ministerio y habían experimentando el fluir de su poder, o así lo creían. Habían estado en el borde del cristianismo, profetizando, echando fuera demonios y llevando a cabo actos considerados milagrosos. ¿No es acaso seguro afirmar que ellos habían estudiado partes de la Biblia, asistido a la iglesia y a seminarios de guerra espiritual?

Ahora, maravillados con Su gloria y llenos de gozosa anticipación, ellos escuchan con sumo cuidado lo que Él va a decir. Cada palabra será más preciosa que el oro. El tiempo se detiene. La Eternidad ha comenzado.

Su voz rompe el silencio: “A ustedes se les niega la entrada a Mi reino”.

¿Dijo Él realmente lo que pienso que acabo de oír? Con seguridad que no. No puede ser. Este es mi Señor y mi Salvador. “Señor, debo estar tan emocionado que mi audición no es correcta. ¿Podrías repetir lo que acabas de decir?

De nuevo Él habla. “A ustedes se les niega la entrada a Mi reino”.

¿Qué? ¡No! ¡No! ¡No! Esto no puede estar sucediendo. “Señor, ¡soy cristiano! ¡Soy de los tuyos! ¡Pertenezco a la familia de Dios! ¡Te acepté como mi Señor! He ido a la iglesia por años. Señor, ¡debes estar equivocado! ¡Ha habido algún malentendido! ¡Yo creí en ti! ¡Se supone que debes dejarme entrar!”

“Tu fuiste engañado pues ignoraste la mayoría de las cosas que yo dije. Ignoraste lo que dije a través de Pablo, Pedro, Santiago, Juan y Judas. Repetidamente te advertí de todo eso. Yo dije: ‘No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos’ (Mt 7:21, énfasis del autor). Ustedes no hicieron la voluntad de Mi Padre mientras estuvieron en la tierra, probando así que realmente no creían en mí. Ustedes practicaron el pecado”.

“Señor, Señor, ¿No profetizamos en Tu nombre, y en Tu nombre echamos fuera demonios, y en Tu nombre hicimos muchos milagros?”

“Su profecía no era inspirada por Mi Santo Espíritu, sino que salía de su propia mente. Mucho de lo que ustedes profetizaban contradecía mi Palabra. Los demonios que ustedes creían sacar de sus hermanos falsos ni siquiera existían. Ustedes trataban con el pecado de ellos culpando a algún demonio, cuando en realidad lo que necesitaban era arrepentimiento, fe y un nuevo nacimiento. Los milagros que ustedes creían hacer eran falsos. Se rodearon de maestros que les decían lo que ustedes deseaban oír. Proclamaban una gracia falsa, llevándolos a ustedes a pensar que podían entrar al cielo sin santidad. Ustedes pensaban que eran salvos, pero no lo eran. Nunca les conocí, aléjense de Mí, ustedes que practican la anarquía”.

¿Ocurrirá realmente una escena como la que acabo de describir? Sin duda así será, aunque he agregado algunos detalles a lo que ha sido predicho en Mateo 7:21-23. Sin embargo, parados ante Jesús algún día habrá muchas personas que le habrán llamado Señor, que han estado involucradas en el “ministerio” y que esperan entrar al cielo. Aun así, por espantoso que parezca, se les negará la entrada.

Estoy seguro que usted concuerda conmigo en que sería mejor descubrir antes y no después si estamos engañándonos a nosotros mismos. Ahora hay tiempo de cambiar; luego será muy tarde.

“¡Pero estoy seguro de no estar engañado!” Dice usted. ¿Se da cuenta que eso es precisamente lo que toda persona engañada diría? La gente que está engañada no se da cuenta que lo está—de lo contrario ya no lo estaría. Es mejor decir, “Yo podría estar bajo engaño, y si lo estoy, quiero saberlo”.

Consideremos lo que dicen las Escrituras, y mientras las examinamos, examinémonos a nosotros mismos para ver si verdaderamente “estamos en la fe” (2 Co. 13:5). Y, por favor, tómese el tiempo para leer. Esto es serio.

UNO

El inicuo no heredará

Examinaos a vosotros mismos, para ver si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados? (2 Co. 13:5).

En el versículo bíblico arriba citado, encontramos una definición concisa de lo que es un cristiano: Es una persona que vive en Cristo. Esta escritura, como otras, revela que no es un vivir físico sino espiritual.

Si Cristo vive dentro de una persona, Cristo le cambia. Sin duda, de acuerdo con Pablo, es posible—y aconsejable—determinar por medio de un auto examen si Cristo realmente vive dentro de nosotros. Cada uno de nosotros que profese ser un seguidor de Cristo debería prestar atención a la amonestación de Pablo a los Corintios, examinándonos a nosotros mismos para ver si “estamos en la fe”.

Muy acertadamente Pablo también creía que era posible que ciertos miembros de la iglesia podrían estar auto engañados, pensando que sí creían, cuando en realidad no era así. ¿Y qué error podría ser mayor? ¿Qué creencia podría tener más serias consecuencias? Si una persona que no es salva entiende su condición, al menos existe la posibilidad de que se arrepienta, y se vuelva a Cristo. Pero la persona que está engañada es ciega a su necesidad. Podría, inclusive, estar sonriendo en su camino al infierno. Peor aún, considera que la paz y el gozo que siente es evidencia de su salvación, sin darse cuenta que tales sentimientos son el fruto de su auto engaño. En ese caso, desgraciadamente, la bendición de la ignorancia es tan sólo temporal.

Gracia transformadora

La ignorancia era sin duda el problema en la iglesia de Corinto. Como muchos en la iglesia de hoy, su entendimiento del evangelio era deficiente. En su manera de pensar, cualquiera que hiciera una confesión verbal de Cristo era ya un cristiano, sin importar cómo vivía su vida. Analicemos el siguiente caso: Uno de sus miembros de buena reputación vivía en inmoralidad sexual con su madrastra. Nada se estaba haciendo para corregir el asunto.

Pablo, sin embargo, no necesitó de mayores pruebas antes de emitir su juicio. Él envió instrucciones para que sacaran al hombre de la comunidad inmediatamente, describiéndole como inicuo. “Remuevan al hombre inicuo de entre ustedes” (1 Co. 5:13).

Pablo luego enseñó a los cristianos de Corinto algunas verdades sobre el evangelio: La gracia que perdona también transforma. Así que aquellas personas que no se han transformado, tampoco han sido perdonadas. No heredarán el reino de Dios. Son todos aquellos que son inicuos en su conducta. Es más, Pablo fue más allá y dio ejemplos de varios tipos de personas a las que Dios considera perversas. Observe que se incluye a los fornicarios en su lista:

¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios (1 Co. 6:9-10).

Algunos de los lectores modernos de Pablo se han sorprendido con este pasaje. ¿Por qué Pablo no instruyó a la iglesia de Corinto para que siguiera los tres pasos de la disciplina eclesiástica dados por Cristo, o sea, primeramente confrontar en privado al hermano que se ha desviado, luego prevenirle por medio de un grupo pequeño de hermanos, finalmente por la iglesia entera antes de apartarle?[1]

La simple respuesta es que las instrucciones de Cristo aplican solamente en el caso de un creyente cristiano verdadero que ha pecado. El hombre inmoral de Corinto, sin embargo, había probado más allá de la duda que no era un creyente verdadero en Jesús. Era un falso creyente. Su estilo de vida revelaba su verdadero carácter. Era un fornicario practicante. Tales personas, afirmó Pablo, junto con los idólatras practicantes, los afeminados, los homosexuales, los ladrones, los avaros, los borrachos, los maldicientes y los estafadores, no heredarán el reino de Dios. Por su estilo de vida, ellos demostraron no poseer la fe en Cristo que salva; no habían sido regenerados por el Espíritu Santo. Cristo no vivía en ellos; así que ellos no le pertenecían a Él (Ver Ro. 8:9).

Los corintios debieron haber sabido esto con claridad pues Pablo ya les había escrito antes sobre este mismo asunto, pero parece que habían malinterpretado las palabras de Pablo:

Os he escrito por carta, que no os juntéis con los fornicarios; no absolutamente con los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o con los idólatras; pues en tal caso os sería necesario salir del mundo. Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con él tal ni aun comáis [2] (1 Co. 5:9-11, énfasis del autor).

El miembro inmoral de la iglesia de Corinto, quien de acuerdo con Pablo no era un hermano verdadero, era más bien un mal llamado hermano. Y como no entendían la inseparable correlación entre creencia y conducta, la iglesia a la que aquella persona pertenecía, falló al no discernir que su confesión de fe era fingida.[3]

¿Niños espirituales o falsos creyentes?

Al darse cuenta de los efectos de largo alcance de la ausencia de discernimiento en la iglesia, Pablo tenía una buena razón para cuestionar, no solamente la salvación de un miembro inmoral de la iglesia de Corinto, sino también la salvación de otros dentro de la misma iglesia. Hubo luchas, divisiones y celos (ver 1 Co. 1:10-12; 3:1-4). Para aquellos que acababan de nacer de nuevo, estas podían ser indicaciones de inmadurez espiritual debido principalmente a la ausencia de conocimiento de la voluntad de Dios. Hasta ahora, los corintios sólo habían recibido la leche espiritual de la palabra de Dios (ver 1 Co. 3:2). Así que Pablo les informó acerca de cómo su egoísmo no agradaba a Dios, esperando que ahora que ya conocían la verdad, se arrepintieran.

Si los cristianos persistieran en esos mismos pecados aun después de haber sido iluminados con la verdad, eso sería una historia diferente. En su carta a los Gálatas, Pablo incluyó los celos y las contiendas en una lista muy similar a su catálogo corintio, pecados que, si se practicaban, era evidencia de que una persona, como el adúltero y el fornicario practicantes, no heredaría el reino de Dios:

Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas, no heredarán el reino de Dios (Ga. 5:19-21, énfasis del autor).

Claramente, lo que puede identificar a una persona como un niño espiritual en Cristo puede caracterizar a otra como inconversa. La diferencia entre estas dos personas es tiempo y conocimiento. Dios espera que sus hijos verdaderos le obedezcan una vez que conocen lo que Él espera. Aquellos que profesan ser sus hijos y continúan practicando la desobediencia, aún luego de ser advertidos con la verdad, están engañados. Las personas que verdaderamente han nacido de nuevo anhelan ser santas; ellas “tienen hambre y sed de justicia” (Mt. 5:6). Dios está trabajando dentro de ellas para completar la buena obra que Él empezó en sus vidas (ver Fil. 1:6; 2:13). Así pues, si nuestra fe no está produciendo santificación (santidad que va en aumento), no pensemos tampoco que nuestra fe está produciendo nuestra justificación (esto es, ser declarado sin culpa delante de Dios). No se concibe la justificación si no va seguida de la santificación. Por esta razón, la Escritura dice, “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (He. 12:14, énfasis del autor). El cielo no es para los inicuos.

¿No es esto salvación por obras?

Cuando Pablo nos advierte que aquellos que practican la injusticia no heredarán el reino de Dios, ¿no está él contradiciendo su propia enseñanza de que la salvación es exclusivamente por la gracia de Dios, recibida a través de la fe? ¿Acaso somos salvos simplemente por no practicar ciertos pecados?

No, como descubriremos al estudiar más cercanamente la enseñanza de Pablo, aquellos que verdaderamente reciben el regalo de Dios de la salvación son transformados por su Santo Espíritu. Por su maravillosa obra en sus vidas, ellos llegan a ser cada vez más santos. Son nacidos de nuevo, y el poder del pecado es quitado de sus vidas. Cristo vive en ellos. Son una nueva creación. Sus vidas ya no se caracterizan por la práctica del pecado. Ciertamente, los verdaderos creyentes algunas veces cometen pecados, pero no practican el pecado rutinariamente. Como el apóstol Juan escribió:

Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad… Todo aquel que es nacido de Dios no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios (1 Jn. 1:8-9; 3:9, énfasis del autor).

La salvación que proviene a través de Jesucristo no sólo provee perdón de los pecados sino que también provee liberación del pecado. Una santidad progresiva es el resultado de recibir el regalo de la salvación. Ponga cuidadosa atención a las palabras siguientes, a la afirmación más conocida de Pablo acerca del regalo de la salvación:

Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano, para que anduviésemos en ellas (Ef. 2:8-10, énfasis del autor).

La salvación no es el resultado de nuestras buenas obras; las buenas obras, sin embargo, son el resultado de nuestra salvación.

El propósito de Dios en la salvación

El propósito de Dios al salvarnos no fue únicamente darnos una especie de sello legal de perdón que anulara nuestra lista de pecados. Su propósito era más bien hacernos santos, personas obedientes, conformados a la imagen de Cristo. Él no da solamente una justicia legal imputada, sino que nos crea de nuevo para que experimentemos una rectitud práctica y real. La una no se puede recibir sin la otra. De hecho el apóstol Juan nos dice quiénes han recibido esa justicia legal imputada: aquellos que llevan un estilo de vida de rectitud práctica:

Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo. El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo (1 Jn. 3:7-8, énfasis del autor).

El pecado es la obra del diablo. La salvación que Jesús ofrece destruye las obras de Satanás en nuestras vidas.

Santiago escribe sobre las obras

Por supuesto, antes de que podamos recibir la salvación que nos perdona y libera del pecado, debemos tener conciencia de la necesidad que tenemos de ella. Trágicamente, muchos miembros de iglesia se consideran cristianos simplemente porque han repetido la “oración del pecador” o aceptado ciertos hechos teológicos. Piensan que poseen una salvación que les ha provisto de perdón, pero eso indica muy poca transformación en sus vidas. Esta realidad no les molesta, ya que creen que la salvación es por gracia y no por obras. En sus mentes las obras son opcionales y de poca importancia.

La Biblia, sin embargo, nos dice que es imposible que tengamos una fe salvadora que no produzca obras. El apóstol Santiago escribió que una fe sin obras es inútil, muerta y no puede salvar:

Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?… Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma… ¿Mas quieres saber hombre vano, que la fe sin obras es muerta? (Santiago 2:14, 17, 20, énfasis del autor).

Entonces, la verdadera prueba de nuestra fe es nuestra conducta. Y es por eso que Pablo nos advierte, amonestándonos para que examinemos nuestras vidas con el fin de comprobar si nuestra fe y nuestra salvación son fingidas. De nuevo, las obras no nos traen salvación; más bien, nuestras obras prueban que poseemos una fe salvadora y que el Espíritu Santo mora en nosotros.

Prestemos atención a la amonestación de Pablo de examinarnos a nosotros mismos usando las pruebas que él recibió de Dios. El primer paso es determinar en dónde estamos parados. Si descubrimos que fallamos la prueba al no experimentar una verdadera salvación, entonces hay esperanza de que podamos recibir tal fe.

Un auto examen inicial

Considere estas tres escrituras (dos de las cuales ya fueron examinadas), en las que Pablo hace una lista de prácticas pecaminosas que caracterizan a aquellos que no heredarán el reino de Dios:

¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios (1 Co. 6:9-10, énfasis del autor).

Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios (Ga. 5:19-21, énfasis del autor).

Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios (Ef. 5:5-6, énfasis del autor).

Podemos compilar una lista de pecados basados en estos tres pasajes de la Escritura, los cuales, si se practican, son evidencia segura de que una persona no ha sido regenerada. Se pueden clasificar en cinco categorías, la primera sería pecados sexuales: fornicación, adulterio, inmoralidad, impureza, sensualidad, afeminamiento y homosexualidad. Los segundos son pecados de latrocinio: codicia, robo y estafa. Los terceros son de intemperancia: borrachera, juergas, injuria. La cuarta es de odio: enemistad, contienda, celos, disputas, disensiones, divisiones y envidia. La quinta es de pecados de falsa religión: idolatría y hechicería.

Advertimos, sin embargo, que las listas de Pablo no son exhaustivas. En general, él dice que ningún injusto heredará el reino de Dios (ver 1 Co. 6:9). Al final de su lista de pecados en Gálatas 5, Pablo agrega, “y cosas semejantes” (Ga. 5:21). Hacemos notar que ni los asesinos ni los mentirosos se mencionan en ninguna de las listas de Pablo, pero eso no los exime de culpa. Juan escribió, “ningún asesino tiene vida eterna habitando en él” (1 Jn. 3:15), y “Todos los mentirosos tienen su parte en el lago que arde con fuego y azufre” (Ap. 21:8).

Aunque es ciertamente posible para una persona nacida de nuevo tropezar temporalmente en uno o varios de estos pecados, ningún verdadero creyente practica rutinariamente estos pecados. Su vida se caracteriza más bien por la justicia, no por lo contrario, porque se ha sometido al Señor con todo su corazón y su espíritu ha sido vivificado por el Santo Espíritu.

Una objeción contestada

Algunos autores han propuesto que cuando Pablo nos advierte sobre pecadores practicantes que “no heredarían el reino de Dios”, él no hablaba de la salvación eterna. “No heredar el reino de Dios” se interpreta como (1) la pérdida de algunas bendiciones terrenas o (2) la pérdida de ciertas “bonificaciones” celestiales, recompensas disfrutadas automáticamente por cristianos más santos.

Aquellos que quieren que nosotros creamos que Pablo se refería solamente a bendiciones terrenas señalan que Pablo hablaba del “reino de Dios” y no del “reino celestial”. Por lo tanto, ellos concluyen que él no hablaba de ir al cielo, sino de caminar en la bendición completa del reino de Dios ahora en la tierra.

Un estudio de la frase, “el reino de Dios”, sin embargo, como la usó Jesús, revela que es sinónima de la frase “reino de los cielos”. Sólo Mateo cita a Jesús al usar la frase “el reino de los cielos”, probablemente en deferencia por su cargo judío, en tanto que Marcos y Lucas citan a Jesús usando la frase “reino de Dios” en pasajes paralelos (compárese, por ejemplo, Mateo 13:11 con Marcos 4:11 y Lucas 8:10). El reino de Dios es lo mismo que el reino de los cielos.

Aquellos que aceptan la teoría de que Pablo se refería solamente a bonificaciones celestiales señalan que él no advertía acerca de no entrar al reino de Dios, sino más bien nos advertía acerca de no heredarlo, diciendo que hay diferencia entre los dos conceptos. Cristianos que no son santos entrarán al reino de Dios, pero ¡no lo heredarán! Simplemente se perderán algunas recompensas celestiales.

¿Es este el verdadero significado de lo que Pablo quería decir? O ¿quiso más bien decir que los pecadores practicantes no entrarán en el cielo?

Sin duda alguna, por un sinnúmero de razones, Pablo hablaba de la salvación y de entrar al cielo.

Primeramente, porque esa es la interpretación más natural de sus palabras. ¿Por qué iban a ser las advertencias de Pablo a los pecadores practicantes tan solemnes si ellos solamente estaban en peligro de perder unas concesiones celestiales? Y si perder dichas concesiones celestiales era el peligro que Pablo tenía en mente, ¿por qué no se expresó más claramente? Como el niño inocente quien después de escuchar a su pastor explicar “ lo que Pablo realmente dijo” en un cierto pasaje de la Escritura, yo también pregunto, “si Pablo no quiso decir lo que dijo, ¿por qué entonces no dijo lo que quería decir?

En segundo lugar, Pablo pronunció la condenación eterna sobre los homosexuales en su carta a los Romanos (ver Ro. 1:26-2:5). ¿Debemos entonces pensar que su advertencia a los homosexuales en su carta a los Corintios de que ellos no heredarían el reino de Dios es sólo un aviso de que perderán algunas recompensas celestiales en su seguro viaje al cielo?

Tercero, el apóstol Juan escribió que los inmorales y los idólatras “estarán en el lago que arde con fuego y azufre, lo cual es la muerte segunda” (Ap. 21:8). ¿Pensaremos entonces que la advertencia de Pablo a los inmorales e idólatras es solamente una advertencia de que perderán unas recompensas celestiales en su seguro viaje al cielo?

Cuarto, Pablo usó la frase “heredar el reino de Dios” dos veces cuando escribía a los Corintios, una vez en su advertencia a los pecadores practicantes y una vez en el capítulo quince. En el contexto del segundo uso, Pablo innegablemente estaba escribiendo acerca del tiempo cuando entremos en el cielo:

Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción (1 Co. 15:50, énfasis del autor).

Pablo claramente comunica que nuestros cuerpos cuya sangre y carne son corruptibles no entrarán al cielo. Sin duda él pidió prestada la expresión bajo consideración de Jesús mismo:

Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo (Mt. 25:34, énfasis del autor).

¿Estaba “el Rey” hablando acerca de bendiciones terrenales o bonificaciones celestiales, o hablaba Él de ir al cielo? La respuesta es obvia. El Rey dirá al otro grupo parado frente a Él, “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno” (Mt. 25:41).

Por estas y otras razones, podemos reposar seguros de que cuando Pablo advierte a los pecadores practicantes acerca de no heredar el reino de Dios, hablaba de entrar al cielo. Su escogencia de palabras, al usar heredar en vez de entrar, solamente sirve para enfatizar que el cielo es un regalo de la gracia de Dios, heredado, no ganado por uno mismo.

Una segunda objeción

Un autor popular afirma que el texto inicial que usé para este capítulo, 2 Co. 13:5, en donde Pablo advierte a los corintios que se prueben a sí mismos para ver si están en la fe, fue escrito para alentar a los corintios a “reconocer la salvación que ellos claramente poseían”. En otras palabras, estas personas deberían haber estado examinándose no para información sino para confirmación”. Supuestamente Pablo estaba “muy confiado de su salvación” y no era su intención que los corintios dudaran de su propia fe.

¿Es esto cierto? La respuesta verdaderamente es no. Reflexionemos sobre las palabras de Pablo en el contexto inmediato. Primero, consideremos los versos que las anteceden:

Pues me temo que cuando llegue, no os halle tales como quiero, y yo sea hallado de vosotros cual no queréis; que haya entre vosotros contiendas, envidias, iras, divisiones, maledicencias, murmuraciones, soberbias, desórdenes; que cuando vuelva, me humille Dios entre vosotros, y quizá tenga que llorar por muchos de los que antes han pecado y no se han arrepentido de la inmundicia y fornicación y lascivia que han cometido” (2 Co. 12:20-21, énfasis del autor).

Claramente Pablo estaba preocupado de que cuando visitara a los corintios de nuevo, iba a estar muy desilusionado de su conducta. Él cita numerosos pecados que ya había citado previamente en sus cartas a ellos, y afirma su miedo específico de encontrarlos culpables y sin arrepentirse de la práctica de la impureza, la inmoralidad y la sensualidad. Pablo hace una lista de los mismos tres pecados que aparecen en Ga. 5:19, diciendo que aquellos que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. Adicionalmente, Pablo ha escrito en su primera carta a los corintios que ni los fornicarios, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales heredarán el reino de Dios (ver 1 Co. 6:9-10).

Más allá de esto, Pablo expresaba su miedo de encontrar luchas, celos, temperamentos iracundos y disputas cuando llegara a Corinto, otros cuatro pecados los puso en lista en Ga. 5:20, diciendo que aquellos que practican tales cosas no heredarían el reino de Dios. ¿Podríamos concluir que Pablo estaba “confiado de que aquellas personas eran salvas”, tal y como un autor popular nos quiere hacer creer, cuando vemos claramente que Pablo dice que los que hacen tales cosas como las que practicaban los corintios indiscutiblemente no son salvos?

Lea cuidadosamente las siguientes palabras de Pablo:

Esta es la tercera vez que voy a vosotros. Por boca de dos o tres testigos se decidirá todo asunto. He dicho antes, y ahora digo otra vez como si estuviera presente, y ahora ausente lo escribo a los que antes pecaron, y a todos los demás, que si voy otra vez, no seré indulgente (2 Co. 13:1-2, énfasis del autor).

¿A qué tipo de hechos se refería Pablo que debían de ser confirmados por dos o tres testigos? Pablo debía estarse refiriendo únicamente a los pecados cometidos por creyentes corintios practicantes. Tanto el contexto como la manera de expresarlo apuntan a eso (ver 2 Co. 13-1 y siguientes y Dt. 19:15).

Pablo luego amenaza a aquellos “que han pecado en el pasado y a todos en general” que si él vuelve, “no será indulgente con ninguno”. ¿Cómo es eso de que no será indulgente con ninguno? ¿Les señalará su error? No, ya claramente les señaló eso. Pablo expresa que hará exactamente lo que le ordenó a los corintios que hicieran con un falso creyente en la iglesia el cual vivía en inmoralidad: Los apartaría como falsos creyentes, debido a las pruebas existentes de su continuo estado de pecado y de su falta de arrepentimiento. De otro modo ¿Para qué tanto enojo, si no iba a actuar?

Pablo continúa:

Pues buscáis una prueba de que habla Cristo en mí, el cual no es débil para con vosotros, sino que es poderoso en vosotros. Porque aunque fue crucificado en debilidad, vive por el poder de Dios. Pues también nosotros somos débiles en él, pero viviremos con él por el poder de Dios para con vosotros. Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados? (2 Co. 13-3-6, énfasis del autor).

Pablo escribió, “examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe”. Véase la palabra si. Esta indica la posibilidad de que ellos no estuvieran “en la fe”. Pablo no dijo: “examínense a ustedes mismos y verán que están en la fe, ya que estoy muy seguro de su salvación”.

Observe que también escribió que los corintios debían reconocer que Jesucristo estaba en ellos, “a menos que estéis reprobados”. ¿No es esta una clara indicación de que Pablo creía que algunos de ellos no pasarían la prueba? Ciertamente sí. Este concepto se hace más claro en el capítulo 13, verso 6 cuando Pablo hace un claro contraste entre los corintios, Timoteo y Pablo mismo (ver 2 Co. 1:1): “Pero yo confío en que entiendan que nosotros (Pablo y Timoteo) no reprobaríamos”. Los corintios podrían reprobar, pero él y Timoteo no. Era innegable que Jesús habitaba en Pablo y en Timoteo, pero no era tan obvio que habitara en todos los corintios que profesaban vivir en Él.

¿La conclusión?

La evidencia bíblica es aplastante: El nuevo nacimiento cambia la conducta del pecador, algunas veces en forma radical en el caso de pecadores empedernidos. ¿Por qué es que la conducta de tanta gente que proclama haber nacido de nuevo no es muy diferente de aquellos que dicen no haber nacido de nuevo? Por ejemplo, George Barna un estadounidense cuyo trabajo es recoger opiniones sobre diversos asuntos, ha notado lo siguiente:

Un estudio reciente que condujimos nos revela que los cristianos nacidos de nuevo varían de los no creyentes en solamente nueve variables de las 66 con las que fueron comparados ambos grupos. Aún más significativo fue el hecho de que los cristianos virtualmente no se distinguían de los no creyentes en todas las 65 variables no religiosas que examinamos—materias de valores fuertes, que definían actitudes y tendencias centrales de conducta.[4]

Las estadísticas de Barna también revelan que, mientras que el 87% de los no creyentes dijeron haber visto una película restringida en los pasados tres meses, 76% de los creyentes nacidos de nuevo habían hecho lo mismo. Sorprendentemente, los no creyentes mostraban la tendencia de haber cooperado con organizaciones sin fines de lucro en el año anterior a la entrevista y se mostraban también más anuentes a dar dinero a los indigentes y a los pobres.[5]

Sólo puede haber una conclusión: Muchos de los que piensan que han nacido de nuevo, en realidad no lo han hecho. Piensan que irán al cielo, pero no será así.

¿Cómo estima usted su condición espiritual? Si usted se acaba de dar cuenta de que estaba engañándose a sí mismo, debe arrodillarse delante de Dios, arrepentirse de todos sus pecados, y rogarle a Dios que le cambie por medio de su Santo Espíritu. En forma real, reciba usted al Señor Jesús como su Salvador, quien le salvará de la ira de Dios y del pecado, confiando en Él plenamente. Haga de Él su Señor y Maestro. Él iniciará una obra transformadora en usted y le librará del poder del pecado.

 


[1] Algunos habían sugerido que los Corintios ya habían completado las dos primeras etapas del proceso correcto de la disciplina de la iglesia y que Pablo les estaba instruyendo para que completaran el tercer paso. Se ha probado que esta es una interpretación incorrecta, sin embargo, las palabras de Pablo en 5:2, las cuales describen cómo los corintios estaban tratando al hombre inicuo: “Y vosotros estáis envanecidos. ¿No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción?. Más que lamentarse y confrontar el pecado del prevaricador, ¡estaban orgullosos de su tolerancia!

[2] Si se supone que no debemos ni siquiera comer con estos mal llamados hermanos que son inmorales, avaros, y así sucesivamente, debemos entonces tener el derecho a juzgar a aquellos que dentro de la iglesia anden en esos asuntos. Pablo apoya eso; ver 1 Co. 5:12.

[3] Sorprendentemente, muchos comentaristas modernos cometen el mismo error que los corintios, al mantener que el hombre inmoral era un cristiano sincero, por lo cual pierden el verdadero sentido del pasaje de Pablo. Aun así, hay por lo menos cinco indicadores por los cuales Pablo considera que el hombre no es salvo: (1) Pablo le llamó “el mal llamado hermano” (5:11); (2) Pablo le llamó “hombre inicuo” (5:13); (3) Pablo no siguió las instrucciones de Cristo para disciplinar a un hermano que había pecado, indicando así que él no creía que ese fuera un hermano; (4) Pablo entregó al hombre a manos de Satanás “de modo que su espíritu fuese salvo en el día del Señor Jesús” (5:5), indicando que, si el hombre continuaba en su estado actual, su espíritu no se iba a salvar. Sin embargo, al expulsarlo, había esperanza de que se arrepintiera y se salvara al reconocer que la iglesia no aceptaba su testimonio de fe; y (5) Pablo claramente dijo que los fornicarios y los adúlteros no heredarían el reino de Dios. (6:9-10).

[4] Encendiendo una Revolución Espiritual y Moral: Un Científico Social Analiza los Datos, por George Barna, en Guardador de promesas, Vol. 2, no 1, Enero / febrero 1999, p. 1.

[5] Ver La Segunda Venida de Cristo (Word: Dallas, 1998), por George Barna, p. 6.