Parada a su derecha está una anciana coreana, las arrugas de muchos años duros surcan su rostro. A su izquierda se encuentra de pie un hombre ruso de pequeña estatura. Su ropa usada y callosas manos le hacen pensar que quizá era un agricultor o un trabajador de fábrica.
Como cualquier otra persona en el mar de gente que le rodea, aquellos dos silenciosamente fijan su mirada en una plataforma levantada a la distancia. Desde su punto de vista, a cientos de metros, parece tener por lo menos sesenta metros de alto. Brilla con un brillo que no se ha visto nunca antes, como si fuera de oro, metida en un diamante gigantesco. Solamente existe un mueble en el centro de la plataforma, el cual es sin duda el trono de un rey. Las calladas multitudes miran maravilladas. Sin duda, algo hermoso está a punto de suceder en aquel escenario surrealista.
Usted se atreve a quitar los ojos de ese escenario por un instante y recorre la multitud a su alrededor. Hay más gente de la que nunca haya visto antes, extendiéndose por muchos kilómetros a la redonda. De hecho, se da cuenta de que no se puede ver el suelo en ninguna dirección; aun el horizonte está saturado de personas lejanas bordeadas por un cielo dorado que se extiende como un domo sobre ellas.
Usted estudia a aquellos que están a su alrededor y se entera que son un caleidoscopio de todo tipo de gente—blancos, rojos, morenos y negros. Algunos llevan puestos vestidos enteros; otros llevan vestidos étnicos; algunos de ellos usan solamente unas telas de lino. Lo único en común entre ellos es que están silenciosos, de pie, transfigurados, mirando con fijeza el escenario y su trono dorado.
Su aparición
De pronto un sonido corta el silencio. Un sonido profundo, resonante, poderoso y majestuoso se oye desde la plataforma, un sonido como nunca antes se había escuchado. Su crescendo es como la mezcla de miles de sinfonías unidas a la caída de una gran catarata.
Un brillante arco iris arquea sobre el escenario, y luego un Ser aparece, sentado en el trono. Su forma apenas se puede discernir, pues su brillo es como el sol. Todos sienten su presencia, y cubriendo sus ojos de Su gloria, un pensamiento colectivo cruza sus mentes. Él es puro—más puro que la fuente de agua más fresca o que los cristalinos copos de nieve. Él es Santo. Nada se esconde a su vista. Los corazones se aceleran.
El Ser brillante levanta sus brazos, las manos juntas, y luego separa los brazos moviéndolos de un lado a otro. Instantáneamente se siente un poder invisible que le levanta hasta que usted siente que flota juntamente con muchos otros sobre las cabezas de algunos que permanecen en su lugar. Juntos son separados por una fuerza irresistible hacia la derecha, mientras observa que los otros son llevados hacia la izquierda, y una vez separados los dos grupos, la fuerza invisible le vuelve a poner sobre sus pies. Ni la mujer coreana ni el hombre ruso están con usted ahora.
El gran Ser habla a la multitud de la izquierda. Su voz no se oye, pero muy íntimamente, usted escucha su incuestionable manera de hablar. Por supuesto, al ver el asombro en las caras de aquellos a su alrededor, usted se entera de que cada uno escucha el mensaje en su propia lengua:
Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis” (Mt. 25:41-43).
En un horror increíble, la multitud, silenciosa hasta ese momento, colectivamente responde con una cacofonía de preguntas: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o forastero, o desnudo, o enfermo, o en prisión y no te servimos?” (Mt. 25:44). “Por supuesto, ¡tu nunca estuviste en esas condiciones! ¡Tú eres el Señor! Te vemos ahora brillando como el sol; si te hubiéramos visto antes, ¡lo sabríamos! ¿Qué quieres decir con que te vimos antes, hambriento, desnudo, enfermo, en prisión o sin hogar?”
El Señor responde: “Aquellos que creyeron en mí en la tierra, uno fueron conmigo. Así que es obvio quiénes fueron los que realmente creyeron en mí. Aquellos que lo hicieron amaron a mis hermanos. Aquellos que no amaron a mis hermanos no me amaron ni creyeron en mí. Y aquellos que amaron a mis hermanos demostraron su amor. Cuidaron a sus hermanos sufrientes e hicieron lo posible por aliviar sus penas, con su propio dinero y tiempo. Se negaron a sí mismos siguiéndome a mí verdaderamente. No hicieron esas cosas para ganarse la salvación—lo hicieron porque habían sido transformados por Mi gracia”.
“Yo les advertí sobre este juicio y mi advertencia está registrada en el libro de Mateo, capítulo 25. No atendieron a mi advertencia, y ahora es muy tarde. De cierto les digo, en cuanto no lo hicieron a uno de estos mis hermanos más pequeños, no me lo hicieron a mí. Apártense de mí al fuego eterno”.
La condenación
Sus palabras son terminantes. No hay sentido en discutir. Parece imposible, pero ustedes han sido condenados. Mientras una nueva fuerza gravitatoria le arrastra hacia abajo, muchas imágenes cruzan su mente. Estas imágenes le dan una idea de lo que usted consideraba como vida cristiana:
Cultos espirituales: cientos de ellos
Cenas en la iglesia
Almuerzos campestres en la iglesia
Prácticas corales en la iglesia
Reuniones de comités de la iglesia
Sermones y más sermones. ¿Qué dijo el pastor acerca del juicio de Mateo 25? Ahora lo ve parado en el púlpito: “Este juicio de las ovejas y las cabras no es un juicio que los cristianos tengan que enfrentar, sino que los expertos en el texto bíblico afirman que es el juicio final de los inconversos”.
¡Qué tontería! ¿Por qué no nos dimos cuenta que había creyentes en la escena del juicio en Mateo 25? ¿Por qué no nos dimos cuenta que la multitud en este juicio estaba constituida por “todas las naciones”?
Otra escena pasa por su mente: Un orador invitado por su iglesia un domingo hablando del mismo tema: “Este juicio en Mateo 25 no es un juicio al que los cristianos tengan que temer. Es muy probable que sea un juicio de varias naciones luego del periodo de la tribulación. Aquellas naciones que mostraron bondad para con la nación de Israel se les permitirá entrar al Milenio. Ellas están representadas por las ovejas. Aquellas que durante la tribulación no mostraron bondad para con Israel, las cabras, serán enviadas al infierno”.
Conforme usted desciende más aceleradamente, otras imágenes cruzan su mente, cosas que consumieron todo su tiempo, energía y dinero en la tierra, de modo que nunca tuvo tiempo, dinero o energía para socorrer a los cristianos sufrientes. Ahora ve todas esas cosas desde un punto de vista muy claro:
Televisión
Pasatiempos
Cuidado de las mascotas
Vacaciones
Navidad. Muchos juguetes nuevos
Actividades deportivas
Dispositivos electrónicos nuevos
Salidas a cenar a los restaurantes
Compra de más y más ropa
Navegación en la Internet
Unos segundos más tarde se encuentra ante las puertas del infierno. Un último pensamiento brota en su mente dando vueltas antes de que todo el horror de su eterna pesadilla sobrecoja cada célula de su cerebro: ¿Y el dinero que di a la iglesia, no contó para nada? Su conciencia, ahora libre de ser oprimida por todas aquellas mentiras, habla claramente: La iglesia a la que ibas no ayudaba a los cristianos sufrientes. La pequeña suma de dinero que pagabas sólo servía para pagar la hipoteca, de modo que tuvieras un edificio para disfrutar los cultos. Su dinero también sirvió para que pagaran los recibos, de modo que pudiera estar caliente en el invierno y fresco en el verano durante los cultos. Su dinero también sirvió para pagar los libros de Escuela Dominical para que sus hijos tuvieran clases divertidas. Su dinero también sirvió para pagar los salarios del pastor y de la administración, cuyo tiempo fue invertido en actividades que mantuvieran feliz a la congregación. Su dinero, entonces, le benefició a usted y usted no lo dio por amor a Dios sino por amor a usted mismo. Y de hecho, usted dio menos dinero comparado con otros miembros de la iglesia, sirviéndose así de la generosidad de ellos. Además, las pequeñas cantidades que usted daba no requerían ningún sacrificio de su parte. Unas risas demoníacas hacen eco desde los cañones llenos de humo más allá de las puertas del infierno.
En el año recién pasado, ¿A cuántos cristianos alimentó usted? ¿A cuántos cristianos sedientos les dio agua? ¿A cuántos hijos de Dios sin vivienda les ayudó a encontrar casa? ¿A cuántos cristianos desnudos les suplió de ropa? ¿A cuántos seguidores de Cristo enfermos o en prisión visitó? Si usted muriera en este momento y tuviera que presentarse ante el juicio descrito en Mateo 25, ¿sería parte de las ovejas o de las cabras? Estas pueden constituirse en preguntas muy serias para aquellos cuyas vidas se parecen más a las de las cabras que a las de las ovejas.
La verdad acerca del juicio de las cabras y las ovejas
¿Se aplican a nosotros las palabras de Jesús en Mateo 25:31-46? ¿O acaso describió Él un juicio del que los cristianos están exentos?
Podemos empezar contestando estas preguntas diciendo que en verdad habrá individuos salvos, cristianos creyentes, que serán parte de ese juicio futuro. Nadie puede discutir inteligentemente que las ovejas, aquellas a la derecha de Jesús, no son salvas o creyentes en Cristo. Ellas “heredan el reino preparado para [ellas] desde la fundación del mundo” (Mt. 25:34). A ellas se les llama “los justos” que reciben “vida eterna” (Mt. 25:46).
La teoría de que la separación de ovejas y cabras no es una separación de individuos, sino de naciones, basada en cómo tratarán a Israel durante la tribulación, es en sí absurda al considerar estos mismos hechos. Más aún, ¿Creeremos que después de dos capítulos de advertencias desde los labios de Jesús que hablan sobre la responsabilidad de los individuos, sus palabras de pronto aplican solamente a naciones geopolíticas? Y ¿se trata acaso de advertirnos con tal que entendamos que debemos pertenecer a una de esas naciones “oveja” si estamos vivos en la tierra durante la tribulación? Y ¿debemos acaso creer que la nación en la cual vivimos, sin importar nuestras acciones o actitudes acerca de Israel durante la tribulación, es lo que va a determinar si recibiremos vida eterna o condenación eterna?
También en contra de esta idea de la separación de naciones geopolíticas, más bien que la separación de individuos es el hecho de que la palabra naciones (25:32) no es una referencia a las naciones geopolíticas del mundo, de las cuales en el presente hay más de doscientas. La palabra griega, ethne, se refiere a grupos étnicos, distintos entre sí por aspectos como su lengua, cultura, localización geográfica y cosas semejantes, y de los cuales hay unos diez mil en el mundo hoy día. Jesús dijo que “todas las naciones se juntarían ante Él” (Mt. 25:32, énfasis del autor), indicando así que no habrá grupo étnico que no se encuentre ante Él en este juicio. ¿Pensaremos acaso que va a separar grupos étnicos en categorías de oveja y cabra, basado en cómo estos grupos trataron a Israel durante la tribulación? ¿Acaso tomaría Jesús a todos los coreanos desde todas las naciones en donde estos residen y les permitiría la entrada en el Milenio si, por ejemplo, la mayoría de ellos hubiera sido amable con Israel durante la tribulación? Cuanto más se considera esta teoría, más y más absurda se vuelve.
Una segunda teoría igualmente débil
¿Es posible que los creyentes mencionados en el juicio en Mateo 25 sean un grupo especial de cristianos, como esos que serán salvos durante la tribulación? Tal vez, pero esa idea ni siquiera es considerada por Jesús. ¿Basaría usted su salvación en algo que Jesús no dijo?
Aun si suponemos que sólo un cierto grupo de cristianos tribulacionales será parte del juicio en Mateo 25, ¿Existe alguna buena razón para creer que estas personas serán juzgadas por criterios mayores o diferentes que los aplicados a aquellos que en última instancia “heredarán el reino preparado para [ellos] desde la fundación del mundo”
(Mt. 25:34)? No, no la hay, especialmente cuando tantas otras escrituras conllevan el mismo significado en otras palabras. Por ejemplo, en la Primera Epístola de San Juan hallamos un eco a las palabras encontradas en Mateo 25:31-46:
Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte. En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él (1 Jn. 3:14, 16-19).
El apóstol Juan no lo pudo haber dicho más claramente, que los verdaderos cristianos, aquellos que han pasado de muerte a vida, aman a sus hermanos cristianos en forma natural. Y el amor del cual habla Juan no es un mero sentimiento, sino un amor verdadero expresado por la acción, específicamente, al proveer para solventar las necesidades esenciales de los pobres. Juan dijo que cuando expresamos nuestro amor para los hermanos de esa manera, nos aseguramos que somos “de la verdad” (1 Jn. 3:19). Si tenemos los medios para ayudar a un hermano que sabemos que está enfrentando necesidades básicas críticas, pero nos negamos a ayudarle, el amor de Dios no está en nosotros, y no tendremos la seguridad de haber pasado de muerte a vida.
Santiago y Juan el Bautista están de acuerdo
Otras palabras que hacen eco a Mateo 25:31-46 se encuentran en la epístola de Santiago. Él también hace un equivalente del amor a los hermanos, expresado a través de proveer para las necesidades materiales apremiantes, como una señal del amor auténtico y de salvación:
Hermanos míos, ¿de qué aprovecha si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma (Stg. 2:14-17).
De acuerdo con Santiago, la fe sin obras no puede salvarnos. Y específicamente, ¿qué tipo de obras mencionó él para ilustrar este punto? El proveer alimento y ropa para los hermanos pobres.
Un eco más a las palabras de Mateo 25:31-46 se oye en la prédica de Juan el Bautista. Nadie argumenta que Juan no estaba predicando un mensaje de arrepentimiento que llevara al perdón de pecados, señalado por Lucas como “el evangelio” (ver Lucas 3:3, 18). Juan advirtió a su audiencia que a menos que se arrepintieran y produjeran fruto, el infierno sería su destino (ver Mt. 3:7-12, Lucas 3:7-17). De este modo se ve que el mensaje de Juan debería considerarse como un mensaje de salvación.
Cuando las multitudes conmovidas le preguntaron acerca de qué debían hacer específicamente para demostrar arrepentimiento, Juan respondió, “el que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo (Lucas 3:11). Juan obviamente estaba llamando a las personas al arrepentimiento de su egoísmo, egoísmo manifestado por su ignorancia de las necesidades desesperadas de sus vecinos desnudos y con hambre. Si éstos hubieran respondido diciendo, “tenemos fe en el Mesías de quien dices que viene pronto, pero no tendremos compasión de los pobres que están cerca de nosotros”, ¿supone usted que Juan les hubiera dicho que podrían estar seguros de su salvación?
El mensaje invariable de Jesús
Ecos adicionales a las palabras en Mateo 25:31-46 se encuentran en otras enseñanzas de Jesús. El joven rico (cuya historia se encuentra en tres de los cuatro evangelios) vino a Jesús buscando vida eterna (ver Mt. 19:16). Jesús le dijo que guardara los mandamientos y enumeró seis en particular, los cuales, según el joven rico, había guardado desde su juventud. Entonces Jesús le dijo, “Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme” (Lucas 18:22). Y esto, el joven rico no lo iba a hacer.
¿Estaba Jesús en verdad diciéndole que para entrar al reino de los cielos él tenía que vender todas sus posesiones y dar el dinero a los pobres? Aunque este hecho sea difícil de admitir para muchos, la respuesta es sí. Las siguientes palabras de Jesús, cuando vio al joven retirarse tristemente, fueron, “¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas! Porque es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios (Lc. 18:24-25, énfasis del autor). Jesús hablaba de entrar al cielo (ver también Mt. 19:23).
Por supuesto que las palabras de Jesús tienen una aplicación, no únicamente para un joven rico que vivió hace dos mil años, sino para todos los ricos que anhelan la vida eterna pero que no desean arrepentirse de su codicia y egoísmo cuando se trata de los pobres. Jesús dijo, “!Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas! (Lc. 18:24). No sería “difícil” para ellos si no fuera un requisito el deshacerse de sus riquezas. Pero como se niegan a amar a su prójimo como a ellos mismos y a compartir con ellos sus posesiones, negándose así a arrepentirse y a someterse a Dios, no pueden ser salvos. ¿No es este un eco fuerte de las palabras en Mateo 25:31-46? El joven rico estará dentro del grupo de las cabras.
Debe notarse que la intención de Jesús no es que la gente crea que puede ganar la vida eterna con sólo deshacerse de sus riquezas materiales. La vida eterna únicamente se recibe creyéndole a Jesús y siguiéndole. Esta condición era la que el joven rico no cumplía. Las riquezas se interponían entre él y Jesús. Su dinero era su maestro, como se evidenció con sus acciones, lo cual impedía que Jesús fuera su maestro. El mismo Jesús lo dijo, “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno o amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mt. 6:24).
Más ecos
¿Cuál es el claro mensaje de la historia de Jesús sobre el hombre rico y Lázaro? Un hombre rico, sin compasión, que ignoraba la patética situación de un hombre pobre sentado en el quicio de su puerta, muere y se va al infierno (ver Lc. 16:19-31). Otra cabra.
¿Qué podemos decir de la parábola del hombre rico encontrada en Lucas 12:16-21? En el prefacio Jesús da una solemne advertencia, “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”(Lc. 12:15). Luego relató la parábola:
La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré porque no tengo donde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro y no es rico para con Dios.
Aunque Jesús no dijo que el hombre hubiese ido al infierno, no es muy razonable concluir que este hombre rico y egoísta fue al cielo. Dios le llamó necio, porque a su muerte, tenía muchas riquezas pero era espiritualmente pobre. Jesús no condenó la prosperidad del hombre; de hecho, Dios era un tanto responsable de las riquezas adquiridas por aquel hombre—El permitió que hubiera un tiempo favorable lo cual provocó que hubiera una buena cosecha. Jesús más bien estaba condenando lo que el hombre hizo con su prosperidad. En lugar de considerar qué era lo que Dios deseaba que él hiciera con su abundancia, él sólo pensó en sí mismo, retirarse de su trabajo y vivir el resto de su vida reposadamente. La misma noche en que él tomó su decisión egoísta, murió. ¿Será él una cabra o una oveja en el juicio de Mateo 25?
Jesús pronunció que la salvación había llegado a la casa de Zaqueo luego de que éste declarara que hasta la mitad de sus posesiones daría a los pobres, y que a aquellos a quienes él había defraudado les devolvería cuadruplicado (ver Lucas 19:8-9). ¿Cómo hubiera respondido Jesús si Zaqueo hubiera dicho, “Señor, te acepto como mi Señor y Salvador, pero continuaré defraudando a la gente e ignoraré la mala situación de los pobres?
Jesús, por supuesto, vivía lo que predicaba. Obedeció la Ley completamente, por lo cual debe haberle dado a los pobres toda su vida. En la Escritura encontramos que dio a los pobres durante su ministerio (ver Juan 12:6; 13:29). Cuando Cristo viene a vivir en un creyente, ¿es éste el mismo Cristo que da a los pobres? Por supuesto. Jesús mismo dijo, “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también” (Juan 14-12).
Los primeros cristianos cuidaban de los pobres
Mateo 25:31-46 hace eco a lo largo del libro de los Hechos, en donde descubrimos que cuidar de los pobres era una característica regular de la vida del Nuevo Testamento. Aparentemente aquellos primeros creyentes tomaron muy en serio el mandato de Jesús a sus seguidores, “Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye” (Lucas 12:33):
Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común, y abundante gracia era sobre todos ellos. Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad (Hechos 2:44-45; 4:32-35).
Observe que Lucas menciona en el pasaje que la gracia de Dios estaba sobre aquellos que compartían en la iglesia primitiva. La misma gracia que salvó a aquellos primeros cristianos también les transformó.
La Escritura es clara al indicar que la iglesia primitiva alimentó y proveyó para las necesidades apremiantes de las viudas pobres (Ver Hechos 6:1, 1 Ti. 5:3-10). ¿Era esto acaso para tratar de ganar su salvación? No, era porque se habían arrepentido de la avaricia y habían sido transformados por el Espíritu Santo.
Pablo, el apóstol más grande que jamás haya existido, a quien Dios le confió la misión de llevar el evangelio a los gentiles, autor humano de una gran mayoría de las cartas del Nuevo Testamento, consideró que el proveer para las necesidades materiales de los pobres era una parte esencial de su ministerio. Entre las iglesias que fundó, Pablo recogió grandes sumas de dinero para los creyentes pobres (Ver Hechos 11:27-30; 24:17; Ro. 15:25-28; 1 Co. 16:1-4; 2 Co. 8-9; Ga. 2:10). Por lo menos unos diecisiete años después de su conversión, Pablo viajó a Jerusalén para someter el evangelio que había recibido al escrutinio de Pedro, Santiago y Juan. Ninguno de ellos encontró nada malo con el mensaje que Pablo había predicado. Pablo lo cuenta en su carta a los Gálatas. Veamos qué dice, “Solamente nos pidieron que nos acordásemos de los pobres; lo cual también procuré con diligencia hacer” (Ga. 2:10). En las mentes de Pedro, Juan y Pablo, el mostrar compasión a los pobres estaba en segundo lugar después de la proclamación del evangelio.
Enseñanzas de Pablo contra la avaricia
Pablo también advirtió sobre la avaricia usando términos bastante fuertes. Comparó la avaricia con la idolatría (Ver Ef. 5:3-5 y Col. 3:5), y enfáticamente declaró que los avaros no heredarían el reino de Dios:
Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos. Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro [codicioso][1] , que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios. Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia (Ef. 5:3, 5-6, énfasis del autor; ver también 1 Co. 5:11; 6:9-11).
¿Qué es avaricia? Es un deseo egoísta por las posesiones y riquezas. Es posible tener un deseo no egoísta por la riqueza material si la motivación primordial es compartir lo que se adquiere. De hecho, no se puede bendecir a otros materialmente a menos que el dador haya sido bendecido antes. Sin embargo, cuando una persona vive sólo para acumular posesiones materiales para el placer personal—cuando esa búsqueda llega a ser su prioridad más alta—es culpable de avaricia.
La adquisición egoísta del dinero
La avaricia es una actitud del corazón que no puede permanecer escondida. Siempre es manifiesta por lo que las personas hacen para adquirir dinero y cosas materiales y por lo que hacen con su dinero y cosas materiales una vez que las han adquirido. Consideremos primero el lado adquisitivo de la avaricia. Cuando la adquisición de cosas materiales es el principal objetivo en la vida, pobre o rica, esa persona está pecando. Jesús advirtió aun a los creyentes pobres contra este pecado, personas que estaban tentadas a preocuparse por sus necesidades básicas:
Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas esas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas (Mt. 6:24-33).
Note que Jesús inició esta porción de su Sermón del Monte advirtiendo acerca de la imposibilidad de servir a Dios y al dinero. Él consideró que la avaricia es igual a hacer del dinero nuestro dios, o sea permitir que el dinero dirija nuestras vidas en vez de Dios. Jesús advirtió a su audiencia acerca de no convertir la búsqueda de sus necesidades básicas en un deseo consumidor. ¿Cuánto más ciertas son sus palabras cuando se aplican a la búsqueda de cosas materiales no esenciales? La búsqueda por excelencia de los sinceros seguidores de Cristo debería ser “Su reino y su justicia” (Mt. 6:33). Por supuesto, los cristianos pueden y deben tener otros anhelos. Jesús no dijo, “solamente busquen”, sino “busquen primero”.
El trabajo duro en sí mismo no es una manifestación externa de la avaricia, pero puede llegar a serlo. Cuando una persona trabaja largas horas con el fin de mantener cierto nivel de vida, y su devoción a Cristo se ve afectada negativamente, esta persona ha permitido que el dinero sea su dios. El viejo proverbio amonesta a aquellos que caen en esta categoría: “No te afanes por hacerte rico; sé prudente y desiste. ¿Has de poner tus ojos en las riquezas, siendo ningunas? Porque se harán alas como alas de águila, y volarán al cielo” (Prov. 23:4-5).
El hacer dinero deshonestamente o con poca ética siempre estará mal y no es sino otra manifestación de la avaricia. La palabra de Dios dice, “El que aumenta sus riquezas con usura y crecido interés, para aquel que se compadece de los pobres las aumenta” (Pr. 28:8).[2]
La Escritura alaba a aquel que aumenta su riqueza por medios lícitos y que además da una porción de sus ingresos (ver Pr. 13:11; 22:9). Del mismo modo, la Escritura condena la vagancia y la indolencia por varias razones, una de ellas es que la persona que no tiene ingresos no tiene nada que compartir con aquellos que están en necesidad (ver Ef. 4:28). Cuando el objetivo de hacer dinero es compartirlo, el hacer dinero es virtuoso.
El uso egoísta del dinero
Ahora consideremos cómo la avaricia se manifiesta una vez que se adquiere el dinero. En este caso, la avaricia es el uso egoísta del dinero. ¿Por qué es moralmente inaceptable gastar en usted todo el dinero que ganó legítimamente? ¿Tendrá algo que ver con el hecho de que otros, incluyendo muchos de los hijos de Dios, que trabajan tanto como usted o más (o que no pueden trabajar), luchan sólo para sobrevivir, careciendo de lo más básico tal como alimentos suficientes? ¿Es moralmente correcto que una persona viva entre lujos mientras otros van a dormir con hambre cada noche sin que sean culpables por ello?
Existe, por supuesto, una miríada de excusas para no hacer nada para auxiliar a los pobres, creyentes o no creyentes, pero los cristianos bien alimentados no encontrarán esparcimiento en la Biblia. Aunque nadie puede en forma correcta inventar reglas arbitrarias relacionadas con cuánto dinero debería darse y cuánto debería dejarse, el consenso de la Escritura es claro: Dios espera que los cristianos que son capaces de dar a los pobres hagan exactamente eso, muy especialmente a los hermanos creyentes (ver Ga. 6:10). Es probable que los cristianos profesantes que no demuestran interés en dar a los pobres sean cristianos falsos, y esto incluye muchos de los cristianos modernos que han comprado la mentira de una cristiandad acostumbrada a la conveniencia egoísta.
De acuerdo a una encuesta de Gallup, únicamente el 25% de los cristianos estadounidenses evangélicos diezman. Cuarenta por ciento dicen que Dios es lo más importante en sus vidas, pero aquellos que hacen entre $50 a 75,000 (dólares) por año dan un promedio de 1.5 por ciento de su ingreso a obras de caridad, incluyendo obras de tipo religioso. Mientras que gastan un promedio del 12% de sus ingresos en entretenimiento.[3]
La avaricia no se expresa solamente a través de lo que hagamos con nuestro dinero, sino también de lo que hagamos con nuestro tiempo. Si gastamos todo nuestro tiempo en una búsqueda egoísta de placeres, estamos siendo avaros. El tiempo que Dios nos ha dado en esta tierra es una encomienda sagrada. Debemos usar tanto tiempo como sea posible en el servicio a Dios. Todos nosotros, no sólo los pastores, debemos obedecer el mandato de Jesús de visitar a los creyentes enfermos o en prisión.
Justificaciones de la avaricia
Como todo pecado, la avaricia tiene sus excusas. Una es que debido a que la mayoría paga sus impuestos, y como es sabido, una porción de ese dinero va a los pobres, eso nos absuelve de cualquier responsabilidad individual de ayudarles.
Gracias a Dios que algunos gobiernos sienten algún grado de responsabilidad por ayudar a los pobres. Sin embargo, Dios no está realmente de acuerdo con todo lo que el gobierno da a los pobres. De acuerdo a la palabra de Dios, la gente pobre que puede trabajar y se rehúsa a hacerlo no debería recibir ayuda: “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma”(2 Ts. 3:10). Más aún, aquellos que son pobres por motivo del pecado en que viven deben primeramente arrepentirse de su condición antes de recibir cualquier ayuda. Los gobiernos no deberían dar incentivos económicos para alentar la vagancia, la irresponsabilidad o la conducta inmoral de la gente. A diferencia del gobierno, nuestro dar debe ser inteligente, siempre con el propósito claro de edificar el reino de Dios. Cuando ayudamos al pobre no creyente, también debemos compartir el evangelio con él. Esto no lo hace ningún gobierno.
Además, la mayoría de los gobiernos hacen muy poco o nada para ayudar a cristianos pobres en otros países, y nosotros tenemos una responsabilidad con nuestra familia en el mundo, no sólo con aquellos dentro de las fronteras geográficas de nuestra nación.
¿Qué tan pobres somos?
Otra excusa para nuestra avaricia es que muchos de nosotros en los Estados Unidos creemos que somos pobres; por lo cual pensamos que no se espera que ayudemos a los pobres. Pero, ¿qué tan pobres somos? 1.300 millones de personas en el mundo viven con un ingreso de menos de un dólar por día. Otros 2.000 millones de personas viven con menos de dos dólares al día (con esto acabo de describir la situación de más de la mitad de la población mundial).
De acuerdo con las estadísticas de las Naciones Unidas, 1.450 millones de personas no tienen acceso a los servicios de salud; 1.330 millones no tienen acceso a agua pura; 2.250 millones no tienen acceso a condiciones sanitarias de vida. Desde que usted inició su lectura de este capítulo, más de quinientos niños han muerto de hambre o de enfermedades que se pueden prevenir. Quinientas madres ahora lloran por un hijo que perdieron en los últimos 25 minutos debido a la desnutrición o a una enfermedad previsible. Si permanecemos indiferentes, ¿en qué nos diferenciamos de aquel hombre rico que ignoró a Lázaro?
En su libro, Cristianos ricos en una era de hambre (originalmente publicado en inglés como: Rich Christians in an Age of Hunger), Ron Sider cita al ecónomo Robert Heilbroner, quien “confeccionó una lista de los ‘lujos que tendríamos que abandonar si tuviésemos que adoptar el estilo de vida de uno de los 1.300 millones de vecinos que viven en la pobreza extrema’ ”:
Empezamos invadiendo la casa de una familia estadounidense para quitarle sus muebles. Todo se va: camas, sillas, mesas, televisor, lámparas. Les dejaremos unos pocos cobertores, una mesa de cocina, una silla de madera. Junto con las cómodas se va también la ropa. Cada miembro de la familia puede guardar en su “guardarropa” su vestido o traje más viejo. Permitiremos un par de zapatos para el padre de familia, pero ninguno para la esposa o los niños.
Nos desplazamos hacia la cocina. Todos los electrodomésticos ya han sido retirados, entonces nos dirigimos hacia los armarios de cocina… La caja de fósforos se puede quedar, una pequeña bolsa de harina, algo de azúcar y sal. Unas cuantas papas mohosas, que ya estaban en el basurero, deben rescatarse, ya que serán el principal componente de la comida de esta noche. Dejaremos un puñado de cebollas y un plato de frijoles secos. Todo lo demás nos lo llevamos: la carne, los vegetales frescos, las latas, las galletas y los dulces.
Ya hemos vaciado la casa: el baño ha sido desmantelado, el agua potable quitada, los cables eléctricos cortados. Luego nos llevamos la casa. La familia puede pasarse a vivir al taller de herramientas…
Lo que sigue son las comunicaciones. No más periódicos, revistas, libros—no es que se les eche de menos, ya que también debemos llevarnos la condición de alfabetización de la familia. En lugar de todo esto, permitiremos únicamente un radio en esta miserable casucha.
Ahora se deben ir los servicios de gobierno. No hay más cartero, ni bombero. Sí hay una escuela la cual consiste de dos aulas y está a cuatro y medio kilómetros de distancia… No hay, por supuesto, ni hospitales ni doctores cerca. La clínica más cercana está a quince kilómetros de distancia y está atendida por una comadrona. Se puede ir en bicicleta, suponiendo que la familia tenga una, lo cual es improbable…
Finalmente, el dinero. Le permitiremos a nuestra familia conservar cinco dólares. Esto evitará que el padre de familia sufra la tragedia que le sobrevino a un campesino iraní, el cual se volvió ciego por no poder ganar 3.94 dólares, suma que él creyó debía ajustar para ser atendido en un hospital en donde se le pudo haber curado.[4]
¿Qué cosas no podemos adquirir?
Nuestra excusa de que no podemos ayudar a los hermanos y hermanas en condición de pobreza extrema queda expuesta como pura hipocresía por todo aquello que los estadounidenses promedio pueden adquirir: televisión por cable mensual, teléfonos celulares, suscripciones a revistas, alimento para mascotas, entretenimiento caro, pasatiempos y vacaciones, carros nuevos, cenas afuera, la última moda en ropa, cigarros, comida chatarra, los últimos dispositivos electrónicos, a la vez que montones de regalos sin sentido para los cumpleaños y en navidad para nuestros niños. Mire alrededor de su casa o apartamento y note todo lo que usted tiene que nadie en los Estados Unidos poseía hace un siglo. La gente sobrevivió por miles de años sin esas mal llamadas “necesidades”, y la mayor parte del mundo continúa viviendo sin ellas. Aun así, el ingreso de muchos cristianos profesantes se consume al adquirir estas cosas. Todo este tiempo, aquel a quien llamamos Señor grita, “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:19-21).
No sólo debemos tener lo que nuestros vecinos tienen, sino que debemos tener lo que tienen ahora, entonces compramos esos artículos que se deprecian pidiendo dinero prestado, lo cual resulta en que una buena parte de nuestro ingreso se va en amortizar los intereses, y esto sucede porque a menudo sólo queríamos satisfacer un deseo egoísta. ¿Aceptará Dios su excusa de que no podían hacer nada para aliviar los sufrimientos de sus hijos empobrecidos?
Yo no estoy proclamando que para ser cristiano se deba vivir en la miseria, o que es un pecado que los cristianos gocen de la conveniencia moderna. Cuando se habla de bendiciones materiales, la Escritura nos enseña que Dios “nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos” (1 Ti. 6:17). Pero la Escritura también dice que debemos compartir una porción de nuestro ingreso con los pobres. Dios nos bendice, por lo menos en parte, para capacitarnos para dar a otros en bendición.
“¿Pero qué bien puede hacer lo poco que yo doy comparado con la realidad de las necesidades del mundo?” Algunos ofrecen este argumento como excusa. La traducción de esta excusa es, “Yo no puedo hacer todo, así que no haré nada”. La verdad es que puede dar un poco y así ayudar en mucho a la vida de una persona. Si usted da dos dólares al día, puede duplicar el ingreso de una persona de los 3.300 millones que viven con menos de dos dólares diarios.
“¿No dijo Jesús que el mundo siempre tendría a los pobres?” Dicen algunos. “Entonces cuál es el punto de eliminar lo que Jesús dijo que siempre iba a permanecer? Sí, Jesús dijo, “Siempre tendréis a los pobres con vosotros”, pero él también dijo, “y cuando queráis les podréis hacer bien” (Mr. 14-7). Siempre tendremos la oportunidad de demostrar el amor de Dios por los pobres, y Jesús siempre asumió que podríamos, por lo menos en ocasiones, desear hacerles bien.
Algunos piensan que nuestra responsabilidad es solamente asistir a los cristianos pobres, así podremos tener nuestra conciencia tranquila ignorando la situación dura de los paganos pobres. Aunque la Escritura enfatiza nuestra responsabilidad hacia los hermanos creyentes, no nos limita a hacer el bien únicamente a los creyentes de nuestra familia espiritual. Por ejemplo, Proverbios 25-21 nos dice, “Si el que te aborrece tuviere hambre, dale de comer pan, y si tuviere sed, dale de beber agua”.
Existen muchas otras excusas que los cristianos hipócritas usan para justificar su egoísmo, pero ninguna de ellas anula los claros mandamientos de Cristo y de las Escrituras.
¿Qué debemos hacer?
La única respuesta a cualquiera de los mandamientos de Cristo que nosotros estemos transgrediendo es arrepentirse. ¿Dónde empieza usted? Empiece por hacer un inventario espiritual. Si ha vivido una vida caracterizada por la codicia, usted realmente no ha nacido de nuevo. Arrepiéntase de todos los pecados conocidos en su vida y llame al Señor en fe para que sea su Señor y Salvador y dueño absoluto. Lleve todo a sus pies y sométase a Él como su esclavo.
Seguidamente, haga un inventario financiero. ¿Tiene usted algún tipo de ingreso? Entonces usted debería estar dando una porción de éste. El estándar más básico bajo la ley de Moisés era el diezmo, lo cual implica dar una décima parte de su ingreso, y el diezmar es un buen comienzo para cualquier cristiano que tiene un ingreso. Si usted decide entregar el diezmo completo a su iglesia, asegúrese que su iglesia dé con regularidad a los pobres. Si no es así, yo, en lo particular, no daría el diez por ciento a mi iglesia.
¿No puede usted dar el diezmo de su ingreso? Entonces algo tiene que cambiar. Usted debe aumentar su ingreso o disminuir sus gastos. Normalmente, lo más lógico de hacer es disminuir los gastos. De seguro requerirá algún grado de auto negación. Pero eso es lo que cuesta seguir a Cristo (ver Mt. 16:24).
¿Cómo puede usted reducir sus gastos? Haga una lista de todos los gastos que realizó el mes pasado. Luego empiece a sacar de ahí los gastos no esenciales hasta que esos gastos constituyan el diez por ciento de su ingreso. Hasta que sus ingresos no suban, no gaste dinero en las cosas que borró de la lista. Ahora usted puede diezmar.
Eliminar las deudas
Si usted es como la mayoría de los estadounidenses, usted ya tiene deudas considerables. Ahora, como un creyente verdadero en Cristo Jesús, debe desear salir de deudas para tener más dinero para dar. Empiece por eliminar las deudas con altos intereses como los de las tarjetas de crédito. Hay cuatro maneras en que puede obtener dinero para pagar sus deudas: (1) aumente su ingreso, (2) venda cosas que no son esenciales, (3) saque su lista de gastos y redúzcala aun más eliminando aquello que no es esencial y elimínelo de su presupuesto, y, (4) elimine ciertos gastos economizando. Por ejemplo, puede bajar su termostato en invierno, agregue cobijas en sus camas, y economice en recibos de electricidad. Si las personas toman en serio estos consejos, pronto pueden eliminar su deuda de tarjetas de crédito.
Si usted no puede controlar sus gastos con tarjeta de crédito, (y si usted tiene deudas de tarjetas de crédito, eso es una indicación de que usted no lo puede hacer), entonces elimine sus tarjetas de crédito. (A esto se le llama cirugía plástica). Luego, trabaje para eliminar la deuda en artículos que se deprecian. Usted puede hacer eso usando el ingreso que usted usaba para pagar sus deudas por altos intereses. Una vez que usted ha pagado sus deudas por artículos que se deprecian, economice e invierta el ingreso que antes usaba para esos pagos, y de ahí en adelante compre los artículos que se deprecian con dinero en efectivo. En otras palabras, si usted no puede pagar algo con dinero en efectivo, no lo compre. Y no compre lo que no necesita.
Usando los mismos medios, trabaje para eliminar toda deuda en artículos que no se deprecian. Finalmente, haga un plan financiero para el resto de su vida. Con inteligencia y haciendo escogencias sin egoísmo, le convertirá a usted en un dador que bendiga al pobre. Hay muchas maneras en que nosotros podemos llevar vidas más simples, lo que nos capacita para ser mejores dadores. Por ejemplo, aquellos que compran autos usados toda su vida, pagando con dinero en efectivo en vez de comprar autos nuevos a pagos, son capaces de dar mucho más dinero durante su vida dependiendo de la edad de los autos que compra y por cuanto tiempo los mantiene. Podemos tomar decisiones acerca de la casa, la ropa, el transporte, las diversiones, las mascotas, los regalos, las vacaciones, los hábitos destructivos, la comida y todo lo demás que nos pueda ayudar a economizar y así poder dar más dinero a los necesitados.
Una palabra a los ricos
¿Qué sucede si usted, de acuerdo a los estándares estadounidenses, es una persona rica que tiene exceso de dinero ahorrado o invertido? ¿Debe darlo todo? Si usted está persuadido en su corazón que Dios le ha dicho que haga tal cosa, entonces debe hacerlo. Sin embargo, algunas veces los ingresos compartidos de capital invertido pueden ser una mayor bendición que dar el capital. Por ejemplo, si usted tiene cien mil dólares invertidos que le dan un 10% de ganancia, usted puede dar diez mil dólares al año por el resto de su vida. Invertir una porción de su dinero extra es una buena razón para cualquier cristiano que haya salido de deudas.[5] Por supuesto, como un seguidor de Cristo, usted no debe invertir en nada que sea desagradable a Dios.
Cada seguidor de Cristo, especialmente aquellos que son ricos, deberían estar concientes de que Dios es el que les da las riquezas (ver Dt. 8:18). Así que aquel que bendice tiene el derecho de dirigir aquello que el bendecido debe hacer con la bendición. Algunos verdaderos discípulos de Cristo han entregado todas su posesiones materiales al señorío de Cristo. Jesús dijo, “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:33). Cada decisión financiera es una decisión espiritual para aquellos que se han sometido verdaderamente a Jesús.
Aquellos que han sido bendecidos abundantemente deberían ser muy generosos. Pablo le escribe a Timoteo,
A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna (1 Ti. 6:17-19, énfasis del autor).
Claramente, Pablo creía que los ricos deberían poner su esperanza en “aquello que es
Vida” (vida eterna) si ellos son “ricos en buenas obras” y “generosos y listos para compartir”. La gente ambiciosa se va al infierno.
¿Cuánto de su ingreso debería dar? Tanto como le sea posible. Le garantizo que en el cielo, no se arrepentirá de ningún sacrificio hecho en la tierra.
Entre más se niegue a sí mismo, más se parecerá a Cristo. Tenga en mente que la cantidad de dinero dada no se compara con la cantidad de sacrificio expresada en dar. En el evangelio de Marcos leemos:
Estando Jesús sentado delante del arca de la ofrenda, miraba cómo el pueblo echaba dinero en el arca; y muchos ricos echaban mucho. Y vino una viuda pobre, y echó dos blancas, o sea un cuadrante. Entonces llamando a sus discípulos, les dijo: De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca; porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento” (Mr. 12:41-44).
Los pobres entre nosotros
Por supuesto, nuestro dar a los pobres no debe estar limitado a escribir cheques para nuestras iglesias o agencias cristianas. Hay pobres que viven cerca de todos nosotros. Pueda que no sean tan pobres como aquellos en las naciones en vías de desarrollo, pero son personas que están luchando con sus finanzas. Probablemente hay pobres que llegan a su iglesia. Usted puede preguntarle a su pastor si alguien tiene una necesidad apremiante, así usted puede obedecer Tito 3:14: “Y aprendan también los nuestros a ocuparse en buenas obras para los casos de necesidad, para que no sean sin fruto”.
Dios promete recompensar a aquellos que ayudan a los pobres al igual que disciplinar a aquellos que los ignoran:
Aquel que cierra su oído al clamor del pobre, también él clamará, y no será oído…. El que da al pobre no tendrá pobreza; mas el que aparta sus ojos tendrá muchas maldiciones (Pr. 21:13; 28:27).
Una historia verdadera
En conclusión, quiero compartir con usted una entrevista conmovedora de un cristiano pobre llamado Pablito, quien vivía con su familia en las afueras de un botadero público en Manila, Filipinas. Esta entrevista fue publicada originalmente en una revista llamada Misión Cristiana,[6] junto con la siguiente nota del autor:
En 1985 la Asociación de Iglesias Filipinas (APC, por sus siglas en inglés) enviaron a una joven pareja misionera, Nemuel y Ruth Palma, a los más pobres de los pobres, los habitantes de los botaderos de Manila. Ahí cientos de familias viven en filas de chozas apiladas como cajas de fósforos, con láminas plásticas sucias o pedazos de tarros de lata aplastados por techo, y sacos de tela y cajas de cartón de leche por paredes. Una familia promedio de siete personas vive en una estructura no más grande que una pocilga, ¡no más grande que una cama matrimonial!
El terrible olor, la suciedad, el continuo quemar de la basura, la presencia de escondrijos de ladrones y rufianes, motivó a un trabajador de la APC a describir el lugar como “la versión humana del infierno, donde los gusanos no mueren y el fuego es eterno”. Es un lugar en donde las ratas superan en número a los niños en millones.
La entrevista con Pablito
P: ¿Cuándo conociste a Jesús como tu Señor?
R: Recibí al Señor como mi salvador a través del testimonio de un trabajador de la APC hace cinco años. Pero mi fe ha aumentado grandemente a través del testimonio de mis tres hijitos.
Para cuando yo vine a Cristo, yo era un vendedor callejero que vendía cigarros contrabandeados. Yo me di cuenta inmediatamente que eso no iba de acuerdo con mi fe, entonces no vendí más cigarros y empecé a vender periódicos y revistas locales en las aceras.
Pero aunque vendía mucho y ganaba más, no me quedé mucho en este negocio ya que me di cuenta que las revistas contenían fotografías e historias pornográficas.
P: ¿Cómo llegaste a vivir de lo que encontrabas en la basura?
R: Yo quería vivir la vida de un verdadero creyente. Entonces construí un carretón de madera y me movía a lo largo de los mercados de Manila revolcando los basureros para encontrar comida, botellas vacías y tarros de aluminio para el reciclaje.
Comparado con la venta de cigarros y de revistas, es un trabajo muy sucio y duro. Siempre estoy cansado después de un día de trabajo y huelo muy mal. Pero me siento limpio por dentro, y eso es lo que es importante para mí y mi familia. Queremos tener mentes y corazones limpios delante del Señor.
P: ¿Cómo se afectó su vida y la de los suyos después de recibir a Jesús?
R: Mi familia y yo tenemos una pequeña casa en la esquina sur del botadero. Sólo es una choza con cosas que he encontrado en el botadero, pero es una casa llena de gozo porque todos amamos al Señor. Tenemos devoción familiar todos las noches. Nuestras hijas siempre cantan canciones que han aprendido en las clases de escuela bíblica. ¡Cómo me encanta oírlas cantar! Ellas son el sol de mi vida.
El entusiasmo de mis hijas por ir a las clases de Escuela Dominical, y la oración han afectado mi vida y la de mi esposa grandemente. En las clases de los Palma se les enseña sobre higiene, por lo cual mis hijas quieren usar ropa limpia todo el tiempo.
Han exhortado a mi esposa a usar ropa limpia cuando no estamos buscando en los basureros. Como resultado, nuestra familia sobresale acá en el vecindario. Nuestros vecinos nos molestan cuando me pongo mi ropa de domingo y me llaman “Sr. Abogado”. Yo sólo sonrío, porque yo sé que ellos también quieren estar limpios, tanto por fuera como por dentro.
P: ¿Qué hace para crecer en el Señor?
R: Nuestras tres hijitas asisten al programa educacional y de alimentación conducido por Nemuel y Ruth Palma. Mi esposa y yo asistimos al estudio bíblico semanal para padres de los Palma en el botadero.
Yo le agradezco al Señor por hacer que nuestras vidas sean felices a pesar de nuestra pobreza. Tan es as así que yo me encuentro compartiendo este gozo con los otros vecinos. Llevo a cabo un estudio bíblico con ellos y ya he iniciado otro estudio bíblico para doce personas que viven en el lado oeste del botadero.
Pero necesito más biblias aquí. Nunca encontramos biblias acá en el botadero porque nadie las tira. Pero son costosas. (Nota: las biblias en la lengua filipina cuestan unos 4 dólares cada una).
P: ¿Cómo se las arregla para vivir del basurero?
R: Buscar cosas en la basura no deja mucho. Se gana como 20 a 30 pesos (más o menos un dólar y medio) por día. Pero el Señor nos ha provisto a través del botadero. ¿Ve usted estos pantalones que llevo puestos? Se ven bien, ¿no es cierto? Los conseguí en el botadero.
Hace algunos meses me di cuenta que necesitaba anteojos para leer. Oré al Señor y unos días después me encontré éstos (Pablito nos muestra los anteojos que lleva puestos amarrados a sus orejas por medio de unos cordelitos). Los encontré en un montón de basura que acababan de tirar. Y eran exactamente los que yo necesitaba.
Casi todo lo que tenemos y usamos, desde mi cinturón hasta los rizadores de cabello de mi esposa y los zapatos y juguetes de mis hijas han venido del botadero. Dios conoce nuestras pequeñas necesidades, así que cualquier cosa que necesitemos, Él la provee muy cerca de nosotros.
P: ¿Qué otros cambios importantes han sucedido en su vida?
R: Con Jesús en nuestro corazón, Rosita y yo hemos aprendido a soportar las dificultades de la vida con una sonrisa. Ya no usamos lenguaje grosero, y he aprendido a amar a mis vecinos y a perdonar con rapidez.
¿Sabe usted por qué no llevo un par de zapatos? Ayer fue domingo y planeaba estar en la iglesia temprano para orar. Me puse mi mejor ropa y mi único par de zapatos, encontrados en el basurero. Quería verme bien para el Señor, ya que mi cumpleaños número cuarenta y ocho había sido hacía dos días. Así que me convencí a mí mismo para que un limpiabotas limpiara mis zapatos. El hombre se llevó mis zapatos y yo me quedé cerca.
Luego vi un puesto de flores al otro lado de la calle, y pensé en comprarle al Señor un ramo de flores amarillas. Crucé la calle rápidamente y las compré, pero cuando regresé al puesto del limpiabotas, él se había escapado con mis zapatos. ¡Yo quería llorar! No me sorprendió que no me enojara, aunque admito que me sentía un poco mal al regresar descalzo y con mi mejor ropa, y con un ramo de flores en mi mano. ¡Cómo me molestaron mis vecinos! Además llegué tarde al servicio de la mañana.
Pero cuando oré en la iglesia ese día supe que un día encontraré un par de zapatos, y a diferencia del viejo par, estos serán un par perfecto.
El Misionero Nemuel Palma (en la puerta) visita a Pablito (con anteojos encontrados en el basurero), su esposa Rosita, al lado de él, y sus tres hijas: Liz (8), Rebecca (6) y Ruth (4), y dos vecinos.
Varios meses después de la entrevista, un corresponsal de Ayuda Cristiana visitó a Pablito y averiguó que él ya no buscaba en la basura para vivir. En vez de eso estaba sacando agua en recipientes plásticos de cuatro galones de un tubo privado a un kilómetro del botadero y vendía el agua a los vecinos del botadero a seis céntimos el tarro. Él pagaba al dueño del tubo de cañería un céntimo por tarro, y así se ganaba $1,50 en un día bueno. Sin embargo, Pablito trabajaba sólo en las mañanas de cuatro de los seis días laborales para así poder conducir estudios bíblicos para sus vecinos en el botadero en las tardes y noches. Pablito admitió ante el corresponsal que a menudo él daba la mitad de sus ganancias a los “pobres”.
[1] La palabra codicioso es la misma palabra griega que se tradujo como avaro dos versos atrás.
[2] Parece razonable pensar que el tipo de ganancia por intereses condenado aquí es aquel que era prohibido bajo la Ley: cobrar intereses a israelitas pobres que eran forzados a pedir dinero prestado sólo para sobrevivir. Ver Ex. 22:25-27; Dt. 23:19-20. Se entiende, entonces, que el prestar dinero como capital de riesgo, u obtener dividendos y ganancias (sobre el capital) a través de inversión ética no es malo. Dios prometió bendecir a Israel tanto que podría prestar a muchas naciones si le obedecía (ver Dt. 15:6), así vemos que Dios no se opone a todo tipo de préstamo. La usura, también condenada, es la práctica de cobrar tasas de interés extremadamente altas a personas que no tienen otra alternativa que pedir prestado, tomando ventaja de ellas egoístamente.
[3] Estas estadísticas se encuentran citadas por Charles Colson y Ellen Santilli Vaughn en la página 31 de su libro, El Cuerpo, Word Publishing, 1992.
[4] Ron Sider, Rich Christians in an Age of Hunger (Dallas: Word, 1997), pp 1-2
[5] Por otro lado, el dar cien mil dólares de una sola vez a organizaciones de misiones serias puede tener un mayor impacto en la construcción del reino de Dios que dar diez mil dólares cada año por el resto de su vida. Si el dar 100,000 dólares ahora da como resultado mil personas salvas, lo que esas mil personas den para el evangelio, y los que se conviertan por medio de ellos den para el evangelio, puede tener un efecto multiplicador que sería mucho mayor que su donación anual de 10,000 dólares.
[6] Misión Cristiana, Mayo/junio 1987, pp. 8-9. Impreso con permiso de Ayuda Cristiana.