Nuestro problema es que deseamos tener más de lo necesario. Consideremos el hecho de que cuando Dios creó a Adán y a Eva ellos no tenían nada, y aun así vivían en un paraíso. Ciertamente, Dios no tenía la intención de que fuéramos felices con cosas materiales. ¿Has considerado alguna vez el hecho de que Jesús nunca tuvo el privilegio de sacar agua de un tubo o de pararse bajo una ducha de baño? Nunca lavó su ropa un una lavadora automática; nunca abrió la puerta de un refrigerador. Nunca manejó un carro, ni siquiera una bicicleta. Nunca escuchó o habló por medio de un teléfono; nunca tuvo una estufa, ni predicó por medio de un sistema de televisión. Nunca vio un video ni un programa en la televisión, nunca encendió una lámpara, ni se refrescó en frente del aire acondicionado. Nunca tuvo un armario lleno de ropa. ¿Cómo pudo ser feliz?
En los Estados Unidos (y quizás en otros países), somos bombardeados por comerciales y anuncios que nos muestran lo feliz que es la gente disfrutando de sus posesiones materiales. Consecuentemente, nos lavan el cerebro (o nos lo “ensucian”) al pensar que la felicidad viene al adquirir más, y no importa cuánto acumulemos, nunca estamos contentos. Esto es lo que Jesús quería decir con “el engaño de las riquezas” (Mateo 13:22). Las cosas materiales prometen felicidad pero rara vez se cumple tal promesa. Y mientras nos unimos a la loca carrera de este mundo para adquirir más cosas materiales, nos volvemos idólatras, esclavos de la avaricia, y nos olvidamos del mandamiento más importante de Dios acerca de amarlo con todo nuestro corazón y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Dios le advirtió esto a Israel:
“Cuídate de no olvidarte de Jehová, tu Dios, para cumplir los mandamientos, decretos y estatutos que yo te ordeno hoy; no suceda que comas y te sacies, edifiques buenas casas y las habites, cuando tus vacas y tus ovejas aumenten, la plata y el oro se te multipliquen y todo lo que tengas se acreciente, se ensoberbezca tu corazón y te olvides de Jehová, tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (Deuteronomio 8:11-14).
De la misma manera, Jesús advirtió que el “engaño de las riquezas” podía afectar la vida espiritual de un verdadero creyente al ser seducido por las riquezas (ver Mateo 13:7, 22). Pablo advirtió que “el amor al dinero es la raíz de todo mal”, pues al codiciarlo “algunos se extraviaron de la fe y fueron atormentados con muchos dolores” (1 Timoteo 6:10). Somos amonestados por el autor del libro de los Hebreos cuando nos dice “sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora, pues él dijo ‘No te desampararé ni te dejaré’” (Hebreos 13:5). Estos son algunos ejemplos de la Escritura que nos advierten acerca del peligro de las riquezas.