Todo lo referente a las iglesias en las casas, que sea genuino y de corte bíblico es lo que los verdaderos creyentes desean y disfrutan.
Todos los verdaderos creyentes anhelan relaciones sinceras con otros creyentes, porque el amor de Dios ha sido derramado en sus corazones. Estas relaciones son parte y propiedad de las iglesias en las casas. Es lo que la Biblia menciona como compañerismo, el genuino compartir de una vida con la vida de los otros hermanos y hermanas. Las iglesias en las casas crean un ambiente en donde los creyentes hacen lo que se supone que deben hacer, lo cual se encuentra muchas veces en los pasajes del Nuevo Testamento en donde se habla de “los unos a los otros”. En una iglesia casera, los creyentes pueden exhortar, animar, edificar, confortar, enseñar, servir y orar unos por otros. Pueden alentarse unos a otros a hacer buenas obras con amor, confesarse los pecados unos a otros, llevar las cargas de cada uno, y amonestarse con salmos, himnos y cánticos espirituales. Pueden llorar con aquellos que lloran y reír con aquellos que ríen. Tales cosas no ocurren con mucha frecuencia durante el servicio del domingo en la mañana en las iglesias institucionales donde los creyentes solo se sientan y observan. Como un miembro de una iglesia casera me dijo una vez, “Cuando alguien está enfermo en nuestro cuerpo, yo no tengo que llevar la comida a la casa de un extraño porque me inscribí en “el ministerio de comida”. Yo evidentemente llevo mi comida a alguien que conozco y amo.”
Los verdaderos creyentes disfrutan la interacción y la relación con los otros. El estar pasivamente sentados, escuchando sermones irrelevantes y redundantes año tras año insulta la inteligencia y espiritualidad de los creyentes. Al contrario, prefieren tener la oportunidad de compartir los pensamientos personales que ellos tienen tocantes a Dios y su Palabra, y las iglesias en las casas proveen esta oportunidad. Al seguir el modelo bíblico en vez de un modelo cultural, cada persona “tiene un salmo, una enseñanza, una revelación, un don de lenguas y la interpretación.” (1 Corintios 14:26). En las iglesias en las casas nadie se pierde en la multitud ni es excluido de la élite de la iglesia.
Los verdaderos creyentes desean ser usados en el servicio a Dios. En una iglesia en la casa, hay oportunidad para que todos bendigan a otros, y las responsabilidades se comparten entre todos, así nadie tendrá la experiencia de agotarse, lo cual es algo común en los miembros comprometidos de las iglesias institucionales. Como mínimo, cada uno puede traer comida para compartir una cena en común, a la que la Escritura parece referirse como la “fiesta de amor” (Judas 1:12). Para muchas iglesias caseras, esta cena sigue el ejemplo de la Santa cena del Señor original, que es en realidad la cena de la Pascua. La Cena del Señor no es como un niño me dijo en una iglesia institucional de la que yo fui pastor, “el bocadillo santo de Dios”. La idea de comer una pequeña galleta y beber un poco de jugo alrededor de extraños durante unos pocos segundos en el culto de la iglesia, está muy lejos de lo que dice la Biblia, y de las iglesias con fundamento bíblico que se reúnen en las casas. El sentido sacramental de la comunión en la santa cena es mucho mejor durante una cena compartida entre discípulos que se aman los unos a los otros.
Dentro de la organización de la iglesia en casa, la adoración es simple, sincera y participativa, no es una exhibición. Los verdaderos creyentes aman adorar a Dios en espíritu y en verdad.