En las reuniones casuales y abiertas de las iglesias pequeñas, todas las enseñanzas pueden ser escudriñadas por cualquiera que pueda leer. Los hermanos y hermanas que se conocen y se aman entre sí están dispuestos a considerar respetuosamente los puntos de vista que difieren de los de ellos y aunque todo el grupo no llegara a un acuerdo, el amor, no ninguna doctrina, los mantendría juntos. Cualquier enseñanza dada por cualquier persona en el grupo sea anciano, pastor o superintendente, está sujeta al estudio amoroso de alguien más, porque el Maestro habita en cada miembro (ver 1 Juan 2:27). El escrutinio incorporado en el modelo bíblico, ayuda a prevenir una doctrina errónea.
Esto es un fuerte contraste con la norma que existe en las iglesias institucionales modernas, donde la doctrina se establece desde el comienzo y no se puede desafiar. Consecuentemente, las malas doctrinas que se forman, duran indefinidamente y la doctrina llega a ser la prueba clave para ser aceptado. Por esta misma razón, un solo punto en un sermón puede resultar en éxodo inmediato de los opositores, que desertan para buscar temporalmente a “creyentes que opinen como ellos”. Ellos saben que no tiene sentido hacer ningún intento de hablar con el pastor sobre su desacuerdo doctrinal. Aunque él fuera persuadido a cambiar su punto de vista, tendría que esconderlo de muchos en su congregación y de los que tienen un rango superior en su denominación. Las diferencias doctrinales dentro de las iglesias institucionales producen pastores que son los políticos más habilidosos del mundo, oradores que hablan con ambigüedades generales y evitan cualquier cosa que pueda causar controversia, haciendo pensar a todos que él está en perfecta armonía con ellos.