Una vez, Jesús les aseguró a sus discípulos que efectivamente ellos estaban entre la gente transformada y bendecida, destinada a heredar el Reino de los Cielos y también dio advertencias al respecto. A diferencia de lo que muchos pastores predican hoy en día, que continuamente le aseguran a los cabritos que ellos nunca podrán perder la salvación que supuestamente poseen, Jesús amó tanto a sus discípulos que les advirtió acerca de la posibilidad de que fueran removidos de la categoría de bienaventurados.
“Vosotros sois la sal de la Tierra; pero si la sal pierde su sabor, ¿Con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de una vasija, sino sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:13-16).
Nótese que Jesús no exhortó a sus discípulos para que fueran sal o fueran luz. Él dijo (metafóricamente) que ellos ya eran sal, y los exhortó a no perder su sabor. Él dijo (metafóricamente) que ellos ya eran luz, y los exhortó a que su luz no fuera escondida, sino que continuara brillando. ¡Cómo contrasta esto con los muchos sermones predicados hoy en día a los creyentes acerca de la necesidad de llegar a ser luz y sal! Si las personas aún no son sal y luz es porque todavía no son discípulos de Cristo. No están entre los bienaventurados y no irán al cielo.
En el tiempo de Jesús, la sal era usada principalmente en las comidas como preservante de las carnes. Como seguidores obedientes de Cristo, somos los que preservan este mundo pecador para que no se vuelva completamente corrupto y contaminado. Pero si nosotros nos comportamos como los del mundo, entonces realmente “no servimos más para nada” (v13). Jesús advirtió a los bienaventurados que tenían que permanecer salados para preservar sus características únicas. Deben distinguirse del mundo que les rodea, no vaya a ser que pierdan su sabor haciéndose merecedores de ser “echados fuera y pisoteados”. Ésta es una de las muchas advertencias claras en contra de la recaída, que encontramos en el Nuevo Testamento y que va dirigida a los verdaderos creyentes. Si la sal es verdaderamente sal, será salada. Asimismo, los seguidores de Cristo se conducen como seguidores de Cristo; de otra forma, no son seguidores de Jesús, aun si antes lo fueron.
Los auténticos seguidores de Jesús son también la luz del mundo. La luz siempre brilla. Si no brilla, no es luz. En esta analogía, la luz representa nuestras buenas obras (ver Mateo 5:16). Jesús no estaba exhortando a los que no tenían obras, para que las tuvieran, sino exhortaba a aquellos que ya tenían buenas obras a no esconder su bondad de los otros. Pues con esto podían glorificar a su Padre celestial, porque la obra que Él ha hecho en ellos es la fuente de su bondad. Aquí vemos un hermoso balance de la gracia y obra de Dios y nuestra cooperación con Él; ambas cosas se necesitan para ser santos.