Cada persona que verdaderamente ha creído en el Señor Jesús ha experimentado la obra del Espíritu Santo en su vida. Su persona interior, o espíritu, ha sido regenerada por el Espíritu Santo (ver Tito 3:5), y el Espíritu Santo vive ahora en ella (ver Romanos 8:9; 1 Corintios 6:19). Ha sido “nacido del Espíritu” (Juan 3:5).
Al no entender esto, muchos cristianos carismáticos y pentecostales han cometido el error de decirles a ciertos creyentes que ellos no poseen el Espíritu Santo a menos que hayan sido bautizados en el Espíritu y hablen en lenguas. Pero éste es un error innegable según la Escritura y la experiencia. ¡Muchos creyentes que no son carismáticos ni pentecostales muestran mayor evidencia de la presencia del Espíritu Santo en ellos que algunos que son creyentes carismáticos o pentecostales! Ellos manifiestan en un grado más alto los frutos del Espíritu enumerados por Pablo en Gálatas 5:22-23; y esto es algo que sería imposible sin la presencia del Espíritu Santo.
Sin embargo, el sólo hecho de que una persona haya nacido del Espíritu, no garantiza que también haya sido bautizada por el Espíritu Santo. De acuerdo con la Biblia, el nacer del Espíritu Santo y el ser bautizado por el Espíritu Santo normalmente son dos experiencias distintas.
Al iniciar la exploración de este tema, consideremos primero lo que Jesús dijo una vez acerca del Espíritu Santo a una mujer en un pozo de Samaria:
“Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: “dame de beber”, tú le pedirías y él te daría agua viva…. Cualquiera que beba de esta agua [del pozo] volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:10,13-14).
Parece razonable el concluir que la presencia del agua viva de la cual Jesús estaba hablando representa al Espíritu Santo que habita en aquel que cree. Después, en el evangelio de Juan, Jesús usa la frase, “agua viva”, y no hay ninguna duda de que Él hablaba acerca del Espíritu Santo:
“En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguien tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en Él, pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado” (Juan 7:37-39, énfasis agregado).
En este momento Jesús no habló acerca de un agua viva que sería “una fuente de agua que salte para vida eterna”. Al contrario, en esta ocasión el agua viva son ríos que brotan del interior de la persona.
Estos dos pasajes similares del evangelio de Juan ilustran admirablemente las diferencias entre nacer del Espíritu y ser bautizado por el Espíritu Santo. Nacer del Espíritu es fundamentalmente un beneficio del que ha nacido de nuevo, para que pueda disfrutar la vida eterna. Cuando alguien ha nacido del Espíritu, tiene un reservorio del Espíritu dentro de él que le da vida eterna.
Sin embargo, el ser bautizado por el Espíritu Santo es esencialmente un beneficio para los otros, pues esto equipa a los creyentes para ministrar a otros por el poder del Espíritu Santo. “Ríos de agua viva” fluirán desde lo más profundo de su ser, trayendo la bendición de Dios hacia otros por el poder del Espíritu.