¡Con cuanta desesperación necesitamos la ayuda del Espíritu Santo para ministrar a otros! Sin su ayuda, nunca podríamos tener la esperanza de hacer discípulos a las naciones. De hecho, esta es la razón por la que Jesús prometió bautizar a los creyentes en el Espíritu Santo, porque así el mundo escucharía el evangelio. Él les dijo a sus discípulos:
“Ciertamente yo enviaré la promesa de mi padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén hasta que seáis investidos de poder desde lo alto” (Lucas 24:49, énfasis agregado).
Lucas también reveló las palabras de Jesús al decir:
“No os toca a vosotros saber los tiempos o las ocasiones que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria y hasta lo último de la Tierra” (Hechos 1:7-8, énfasis agregado).
Jesús les dijo a sus discípulos que no abandonaran Jerusalén hasta que fueran “investidos del poder de lo alto”. Él sabía que de otra forma carecerían de poder, con la certeza de que fracasarían en la tarea que Él les había encomendado. Sin embargo, notamos que una vez que fueron bautizados en el Espíritu Santo, Dios empezó a usarles en una forma sobrenatural para difundir el evangelio.
Muchos millones de cristianos alrededor del mundo, después de ser bautizados en el Espíritu Santo, han experimentado una nueva dimensión de poder, particularmente cuando testifican a los inconversos. Se dieron cuenta que sus palabras tienen más poder de convencimiento, y que a veces recuerdan citas bíblicas que no tenían idea que conocían. Algunos han descubierto un llamado con dones específicos para cierto ministerio, como el evangelismo. Otros descubren que Dios los usa a su voluntad con varios dones sobrenaturales del Espíritu. Sus experiencias son totalmente bíblicas. Aquellos que se oponen a esas experiencias, no tienen bases bíblicas para esa oposición. De hecho, están luchando contra Dios.
No nos debería sorprender que nosotros, al ser llamados a imitar a Cristo, seamos también llamados a imitar su experiencia con el Espíritu Santo. Por supuesto que Él nació del Espíritu cuando fue concebido en el vientre de María (ver Mateo 1:20). Él que fue nacido del Espíritu, posteriormente fue también bautizado por el Espíritu Santo antes de la inauguración de su ministerio (ver Mateo 3:16). Si Jesús necesitaba ser bautizado en el Espíritu Santo para ejercer su ministerio, ¿Cuánto más lo necesitamos nosotros?