Si tan sólo nos preguntáramos, “¿Qué podría estar básicamente erróneo con que las mujeres trabajen en el ministerio, sirviendo a otros con sus corazones llenos de compasión y usando los dones que Dios les ha dado? ¿Qué principio moral o ético se puede violar?” Entonces entendemos que la única violación posible de un principio sería si el ministerio de una mujer de alguna forma violara el orden de Dios en cuanto a las relaciones entre hombres y mujeres, esposos y esposas. En los dos “pasajes problemáticos” que hemos considerado, Pablo apela al orden divino del matrimonio como la base de su preocupación.
Nos damos cuenta, entonces, que las mujeres están restringidas del ministerio únicamente en un grado muy pequeño. En muchas otras formas, Dios quiere usar a las mujeres para su gloria, y Él ha hecho esto por miles de años. La Escritura nos habla de muchas contribuciones positivas que las mujeres han hecho para el Reino de Dios, algunas de las cuales ya hemos mencionado. No nos olvidemos que varios de los amigos más cercanos de Jesús eran mujeres (ver Juan 11:5), y que las mujeres sostenían su ministerio financieramente (ver Lucas 8:1-3), algo que no se dice de ningún hombre. La mujer que estaba cerca del pozo en Samaria le habló de Cristo a los hombres de su pueblo, y muchos creyeron en Él (ver Juan 4:28-30, 39). Una mujer discípula llamada Tabita “abundaba en buenas obras y en limosnas que hacía” (ver Hechos 9:36). Fue una mujer la que ungió a Jesús para la sepultura y Él la alabó cuando algunos hombres se quejaron de ella (ver Marcos 14:3-9). Finalmente, La Biblia nos dice que fueron mujeres las que lloraron por Jesús mientras Él cargaba la cruz por las calles de Jerusalén, y esto nunca se dice de ningún hombre. Estos ejemplos y muchos parecidos a estos, deben motivar a las mujeres a levantarse y cumplir con los ministerios que Dios les ha ordenado. ¡Las necesitamos a todas!