La Biblia dice que el divorcio siempre implica pecado de parte de uno o de ambos cónyuges. No fue la intención de Dios que los matrimonios acabaran en divorcio, sino que misericordiosamente proveyó el divorcio como una salida en caso de inmoralidad. También, misericordiosamente, proveyó la opción para que los divorciados puedan volver a casarse.
Si no hubiera sido por las palabras de Jesús acerca de casarse de nuevo, nadie que leyera la Biblia hubiera pensado que casarse de nuevo era un pecado (excepto por dos casos muy raros bajo el viejo pacto y por un caso singular bajo el nuevo pacto, a saber, un segundo matrimonio luego de que alguien, siendo cristiano, se divorciara de otro cristiano). Sin embargo, hemos encontrado una manera lógica de armonizar lo que dijo Jesús acerca de casarse de nuevo, con lo que dice el resto de la Biblia. Jesús no estaba cambiando la ley de Dios acerca de casarse de nuevo, por una ley más estricta que prohibiría del todo el casarse de nuevo, una ley imposible de obedecer para aquellos que ya se habían divorciado y vuelto a casar (casi como tratar de separar una comida cuyos ingredientes han sido revueltos). Esta ley traería una enorme confusión y llevaría a las personas a quebrantar otras leyes divinas. Más bien, Él trataba de ayudar a las personas a que vieran su hipocresía. Ayudaba a aquellos que creían que no habían cometido adulterio, para que vieran que sí lo estaban cometiendo en otras formas, por su lujuria y por su actitud liberal hacia el divorcio.
Como la Biblia entera nos enseña, el perdón se ofrece a los pecadores arrepentidos de cualquier tipo de pecado, dándoseles una segunda y una tercera oportunidad, incluyendo a la gente divorciada. No existe pecado en cuanto a casarse por segunda vez bajo el Nuevo Pacto, con la excepción de un creyente que se ha divorciado de otro creyente, algo que nunca debería ocurrir pues los verdaderos creyentes no deberían cometer inmoralidades y por esto no habría razón válida para su divorcio. Pero si esto ocurriera, ambos deben quedarse solteros o, en su defecto, deben reconciliarse.