Si estudiamos todas las sanidades hechas por Jesús en el evangelio, encontramos que la mayoría de la gente fue sanada, no a través de “los dones de sanidad”, sino por su fe. Consideremos las diferencias entre estos dos tipos de sanidad al observar un ejemplo de ambos. Primero estudiaremos la historia del paralítico del tanque de Betesda, sanado no por su fe, sino a través del “don de sanidad” de Jesús.
“Hay en Jerusalén, cerca de la puerta de las ovejas, un estanque, llamado en hebreo Betesda, el cual tiene cinco pórticos. En estos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que esperaban el movimiento del agua, porque un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque y agitaba el agua; el primero que descendía al estanque después del movimiento del agua quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviera. Había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano? El enfermo le respondió: Señor, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; mientras yo voy, otro desciende antes que yo. Jesús le dijo: levántate, toma tu camilla y anda. Al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su camilla y anduvo. Era sábado aquel día” (Juan 5:2-9).
¿Cómo sabemos que este hombre fue sanado, no por su fe, sino por el “don de sanidad”? Existen varias indicaciones de esto.
Primero, note que este hombre no estaba buscando a Jesús. Más bien, Jesús lo encontró sentado cerca del estanque. Si el hombre hubiera estado buscando a Jesús, esto hubiera sino una indicación de fe de parte de él.
Segundo, Jesús no le dijo al hombre que su fe le había sanado, como lo decía con frecuencia cuando sanaba a otra gente.
Tercero, cuando este hombre después de ser sanado fue cuestionado por los judíos acerca de quién le había dicho “Levántate y anda”, él respondió que ni siquiera sabía quien había sido el hombre que le sanó. Así que definitivamente no fue su fe en Jesús la que le trajo sanidad. Este es un caso claro de alguien que había sido sanado a través del “don de sanidad”, manifestado por la voluntad del Espíritu.
Note también que aunque había una multitud de gente enferma esperando por el movimiento de las aguas, Jesús sólo sanó a una persona, dejando al resto de la multitud enferma. ¿Por qué? Otra vez, no lo sé. Sin embargo, este incidente no prueba que era la voluntad de Dios que el resto de esta multitud se quedara enferma. Cualquiera y todas las personas enfermas de esta multitud pudieron haber sido sanas a través de su fe en Jesús. De hecho, esta puede ser la razón de por qué sólo este hombre fue sanado sobrenaturalmente, para así atraer la atención del resto de la gente a Jesús, aquel que los habría sanado si ellos hubieran creído.
Muchas veces, los “dones de sanidad” entran en la categoría de “señales y maravillas”, esto es, milagros que son designados para atraer la atención hacia Jesús. Es por eso que los evangelistas del Nuevo Testamento, como Felipe, eran equipados con una variedad de “dones de sanidad”, porque los milagros que ellos hacían atraían la atención hacia el evangelio que predicaban (ver Hechos 8:5-8).
Los cristianos enfermos no deberían esperar que alguien con “dones de sanidad” venga a sanarlos porque dicha persona y su don puede que nunca llegue. La sanidad está disponible a través de la fe en Jesús y aunque no todos sean sanos por los “dones de sanidad”, todos pueden ser sanos a través de la fe. Los dones de sanidad están en la iglesia primeramente para que los no creyentes puedan ser sanados y así atraer su atención hacia el evangelio. Esto no quiere decir que los cristianos no pueden ser sanos por el don de sanidad. Sin embargo, Dios espera que sus hijos reciban la sanidad por fe.