Finalmente, es importante saber que Jesús fue ungido con un gran poder sanador durante todo su ministerio terrenal. Esto es, Él podía realmente sentir la unción sanadora que dejaba su cuerpo, y en algunos casos la persona que estaba siendo sanada podía sentir esa unción cuando entraba en su cuerpo. Por ejemplo, Lucas 6:19 dice, “Toda la gente procuraba tocarlo, porque poder salía de Él y sanaba a todos”.
Aparentemente, esta unción sanadora saturaba la vestidura de Jesús al punto de que si una persona enferma tocaba su manto en fe, la unción sanadora fluiría en su cuerpo. Leemos en Marcos 6:56:
“Y donde quiera que entraba, ya fuera en aldeas, en ciudades o en campos, ponían en las calles a los que estaban enfermos y le rogaban que los dejara tocar siquiera el borde de su manto; y todos los que lo tocaban quedaban sanos”.
La mujer con el flujo de sangre (ver Marcos 5:25-34) fue sanada simplemente al tocar el borde del manto de Jesús y al esperar con su fe el ser sanada.
No sólo Jesús era ungido con una notoria unción sanadora sino que también lo fue el apóstol Pablo durante los últimos años de su ministerio:
“Y Hacía Dios milagros extraordinarios por mano de Pablo. De tal manera que hasta los pañuelos o delantales que habían tocado su cuerpo eran llevados a los enfermos, y las enfermedades se iban de ellos, y los espíritus malos salían” (Hechos 19:11-12).
La unción sanadora y palpable saturaba cualquier ropa que el cuerpo de Pablo tocara, indicando evidentemente que la ropa ¡es un buen conductor del poder sanador!
Dios no ha cambiado desde los días de Jesús y Pablo, así que no nos debe sorprender si Dios unge a alguno de sus siervos con tal unción sanadora, como lo hizo con Pablo y Jesús. Sin embargo, estos dones no se le dan a novatos, sino a personas que han probado ser fieles y tener una motivación generosa durante un buen periodo de tiempo.