La Biblia está llena de ejemplos en donde el Espíritu Santo otorgó habilidades sobrenaturales repentinas a hombres y mujeres. En el Nuevo Testamento, estas habilidades sobrenaturales son llamadas “dones del Espíritu”, y se llaman así porque no pueden merecerse o ganarse. Sin embargo, no deberíamos olvidar que Dios promueve estos dones en aquellos en quienes Él puede confiar. Jesús dijo, “El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto” (Lucas 16:10). Por esto, debemos esperar que los dones del Espíritu se le den a aquellos que han probado ser dignos de confianza ante Dios. El estar totalmente consagrado y rendido al Espíritu Santo es importante, pues es probable que Dios use con mayor frecuencia a estas personas otorgándoles poderes sobrenaturales. Por otra parte, una vez Dios usó a un asno para profetizar, así que Dios puede usar a quien le plazca. Si Dios tuviera que esperar hasta que fuéramos perfectos para usarnos, entonces, ¡no podría usar a ninguno de nosotros!
En el Nuevo Testamento, los dones del Espíritu están enumerados en 1 Corintios 12, y son en total nueve:
“A uno es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de conocimiento según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas, y a otro, interpretación de lenguas” (1 Corintios 12:8-10).
El saber cómo definir cada don individualmente no es crucial para ser usado por Dios con dones espirituales. Los profetas, sacerdotes, y reyes del Antiguo Testamento, al igual que los ministros de la iglesia primitiva del Nuevo Testamento, todos operaron en los dones del Espíritu sin tener conocimiento de cómo definirlos o catalogarlos. Sin embargo, debido a que los dones del Espíritu se han enumerado para nosotros en el Nuevo Testamento, debe entonces ser algo que Dios quiere que entendamos. Ciertamente, Pablo escribió, “No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales” (1 Corintios 12:1).