“Le dijo la mujer (a Jesús): Señor, me parece que tú eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, pero vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar. Jesús le dijo: Mujer, créeme que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre tales adoradores busca que lo adoren. Dios es Espíritu, y los que lo adoran, en espíritu y en verdad es necesario que lo adoren” (Juan 4:19-24).
Estas palabras de la boca de Jesús establecen el fundamento para entender los aspectos más importantes de la adoración. Él habló de “verdaderos adoradores” y describió sus características. Esto indica que hay personas que son adoradores pero que no son verdaderos adoradores. Estas personas pueden pensar que están adorando a Dios, pero realmente no lo hacen porque no cumplen con los requisitos.
Jesús declaró lo que caracteriza a los verdaderos adoradores, ellos adoran “en espíritu y en verdad”. Por eso se puede decir que los falsos adoradores son aquellos que adoran “en la carne y en impureza”. Al actuar en la carne, los falsos adoradores pueden experimentar las emociones de la adoración, pero esto es todo lo que muestran, pues su adoración no viene de un corazón que ama a Dios.
La adoración a Dios sólo puede venir de un corazón que ama a Dios. Por lo tanto, la adoración no es sólo algo que hacemos en las reuniones de la iglesia sino que es algo que experimentamos a cada instante de nuestras vidas en tanto que obedecemos los mandamientos de Cristo. Para sorpresa nuestra, la mujer con la que Jesús hablaba la cual había estado casada cinco veces y quien vivía con un hombre que no era su esposo, ¡quería discutir con Jesús acerca del lugar apropiado para adorar a Dios! Qué representativo es el caso de esta mujer de tantas personas religiosas que acuden a los cultos de adoración, entretanto que viven una vida diaria en rebelión contra Dios. Ciertamente, no son verdaderos adoradores.
En una ocasión Jesús amonestó a los fariseos y a los escribas por su falsa e insensible adoración:
“Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: este pueblo de labios me honra, más su corazón esta lejos de mí, pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres” (Mateo 15:7-9, énfasis agregado).
Aunque los judíos y los samaritanos en los días de Jesús le daban gran énfasis al lugar donde la gente adoraba, Jesús dijo que el lugar no era importante. Más bien, es la condición del corazón de cada persona y su actitud hacia Dios lo que determina la calidad de la adoración.
Mucho de lo que se llama “adoración” en las iglesias de hoy en día no es sino un ritual muerto hecho por adoradores muertos. La gente está repitiendo como loras las palabras de otros acerca de Dios mientras cantan “canciones de adoración”, pero su adoración es en vano porque sus estilos de vida muestran lo que realmente hay en sus corazones.
Dios preferiría simplemente escuchar un “Te Amo”, dicho de corazón por uno de sus hijos obedientes, que escuchar el murmullo insensible de miles de cristianos de domingo en la mañana cantando “Cuan grande es él”.