Cuando Pablo llegó a Jerusalén, fue encarcelado. Una vez más recibió una guía espectacular en forma de una visión de Jesús:
“A la noche siguiente se le presentó el Señor y le dijo: Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma” (Hechos 23:11).
Vemos que Jesús no dijo, “ahora Pablo, ¿qué haces aquí? traté de decirte que no vinieras a Jerusalén”. No, Cristo realmente le estaba confirmando a Pablo lo que ya sabía meses atrás. Pablo estaba en el centro de los propósitos de Dios en Jerusalén para testificar de Cristo. Eventualmente proclamaría a Cristo en Roma.
Tenemos que tomar en cuenta que parte del llamado de Pablo era el testificar no sólo a los judíos y gentiles sino también a los reyes (ver Hechos 9:15). Luego del encarcelamiento de Pablo en Jerusalén y en Cesarea, Pablo le fue dada la oportunidad de testificar de Cristo ante Festo, el gobernador Félix y el rey Agripa que por poco se hace cristiano (ver Hechos 26:28). Finalmente, Pablo fue enviado a Roma a testificar ante Nerón mismo, el emperador romano.