Así como hemos considerado nuestra responsabilidad de perdonar a otros, también debemos preguntarnos, ¿por qué Dios esperaría que nosotros hiciéramos algo que Dios mismo no hace? Ciertamente Dios ama a la gente culpable y extiende su misericordia en ofrenda para perdonarlos. Dios guarda su ira y da tiempo para el arrepentimiento. Pero su perdón está sujeto a nuestro arrepentimiento. Dios no perdona a los culpables a menos que se arrepientan. Así que, ¿por qué pensar que Dios esperaría más de nosotros?
¿Quiere decir esto, quizás, que es posible que la falta de perdón, que es tan grave ante los ojos de Dios, es específicamente el no perdonar a aquellos que piden nuestro perdón? Es interesante que después que Cristo presentó los cuatro pasos de la disciplina de la iglesia, Pedro le pregunta,
“Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete” (Mateo 18:21-22)
¿Pensaba Pedro que Cristo quería que perdonara cientos de veces por cientos de pecados a un hermano que no se había arrepentido, cuando Cristo le había dicho unos minutos antes que trataran como gentil o publicano a un hermano que no se arrepintiera? Esto no parece armonizar. De nuevo, usted no trata a una persona con aborrecimiento si la ha perdonado.
Otra pregunta en la que deberíamos pensar es: Si Cristo espera que perdonemos cientos de veces por cientos de pecados a un creyente que nunca se ha arrepentido y proseguir con nuestra relación con dicho hermano, entonces ¿por qué Cristo nos permite terminar con el matrimonio por tan sólo un pecado que se cometa en contra de nosotros, el pecado de adulterio, si nuestra pareja no se arrepiente (ver Mateo 5:32)?[1] Esto no parece tener sentido.
[1] Si un cristiano unido en matrimonio adultera, debemos llevarlo por los tres pasos de reconciliación que Jesús nos instruyó antes de llevar a cabo un divorcio. Si esta persona adúltera se arrepiente, debemos de perdonarle conforme al mandamiento de Jesús.