“Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar, pues aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado; y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor ni desmayes cuando eres reprendido por Él, porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, no hijos. Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquellos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero este para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad. Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que por medio de ella han sido ejercitados. Por eso, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas, y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado” (Hebreos 12: 3 -13).
De acuerdo con el autor inspirado del libro de Hebreos, nuestro Padre celestial disciplina a sus hijos. Si no fuéramos disciplinados por Dios, esto indicaría que no somos sus hijos. Por lo tanto necesitamos estar advertidos y ser sensibles a la disciplina. Algunos que dicen ser cristianos sólo se enfocan en las bendiciones y la bondad de Dios, interpretando todas las circunstancias negativas como ataques del Diablo sin ningún propósito divino. Esto puede ser un gran error si Dios está tratando de traerlos al arrepentimiento por medio de su disciplina.
Los buenos padres terrenales disciplinaban a sus hijos con la esperanza de que maduraran, aprendieran y se prepararan para su vida como adultos. Dios, de la misma forma, nos disciplina para que crezcamos espiritualmente y así lleguemos a ser más útiles para su servicio y podamos estar preparados para el juicio final. Dios nos disciplina porque nos ama y porque desea que compartamos su santidad. Nuestro amado Padre se dedica a nuestro crecimiento espiritual. La Escritura dice, “el que comenzó en vosotros la buena obra la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).
Ningún niño disfruta del castigo de los padres y cuando somos disciplinados por Dios, la experiencia no es divertida, sino “dolorosa”, como lo acabamos de leer. Sin embargo, al final, nos sentimos mejor porque la disciplina da “el fruto apacible de justicia”.