Como cualquier otro padre, Dios sólo disciplina a sus hijos cuando ellos son desobedientes. Cada vez que le desobedecemos, estamos en peligro de sufrir su disciplina. Sin embargo, el Señor es muy misericordioso y normalmente nos da bastante tiempo para arrepentirnos. Su disciplina usualmente viene después de nuestros repetidos actos de desobediencia y sus repetidas advertencias.
¿Cómo nos disciplina Dios? Como aprendimos en el capítulo anterior, la disciplina de Dios puede venir en forma de debilidad, enfermedad o muerte prematura:
“Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros y muchos han muerto. Si, pues, nos examináramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados, pero siendo juzgados, somos castigados por el Señor para que no seamos condenados con el mundo” (1 Corintios 11:30-32).
No debemos automáticamente concluir que todas las enfermedades son resultado de la disciplina de Dios (El caso de Job viene a la memoria). Sin embargo, si la enfermedad golpea, es sabio hacer un examen espiritual para saber si hemos abierto alguna puerta de desobediencia que nos haya hecho merecedores de recibir la disciplina de Dios.
Podemos evitar el juicio de Dios si nos juzgamos a nosotros mismos, lo cual es conocer nuestro pecado y arrepentirnos. Sería lógico el concluir que somos candidatos para la sanidad una vez que nos hemos arrepentido, en caso de que nuestra enfermedad haya sido el resultado de la disciplina de Dios.
Por medio del juicio de Dios, Pablo dice que evitamos ser condenados con el mundo. ¿Qué quiere decir esto? Esto quiere decir que la disciplina de Dios nos lleva al arrepentimiento y así no somos enviados al infierno con el resto del mundo. Esto es difícil de aceptar para aquellos que piensan que la santidad es opcional para ir al cielo. Pero, los que han leído el sermón del monte de Jesús, ya saben que sólo los que obedecen a Dios entrarán a su Reino (ver Mateo 7:21). Por esto, si persistimos en el pecado y no nos arrepentimos, arriesgamos nuestra vida eterna. Alabemos a Dios por su disciplina que nos lleva al arrepentimiento y nos salva del infierno.