De acuerdo con la amonestación dada al principio de este capítulo, podemos reaccionar erróneamente ante la disciplina de Dios en dos formas. Podemos menospreciar la disciplina del Señor o desmayar cuando estamos en ella (ver Hebreos 12:5). Si “menospreciamos” la disciplina de Dios quiere decir que no la reconocemos o que ignoramos su advertencia. El desmayar en la disciplina de Dios es cuando nos damos por vencidos y dejamos de complacerle porque pensamos que su disciplina es muy severa. Cualquiera de las dos acciones es errónea. Debemos reconocer que Dios nos ama y que nos disciplina para nuestro bien. Cuando reconocemos la mano amorosa de su disciplina, debemos arrepentirnos y recibir su perdón.
Una vez que nos hemos arrepentido, debemos esperar que la disciplina de Dios acabe. Sin embargo, no debemos esperar ser liberados de las inevitables consecuencias de nuestro pecado, aunque podemos pedirle a Dios misericordia y ayuda. Dios responde a un espíritu humillado (ver Isaías 66:2). La Biblia promete, “por un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida, por la noche durará el lloro y en la mañana vendrá la alegría” (Salmos 30:5).
Después de que su juicio alcanzó a los israelitas, Dios prometió:
“Por un breve momento te abandoné, pero te recogeré con grandes misericordias. Con un poco de ira escondí mi rostro de ti por un momento, pero con misericordia eterna tendré compasión de ti, dice Jehová, tu redentor” (Isaías 54:7-8).
¡Dios es bueno y misericordioso!
Para otro estudio concerniente a la disciplina de Dios, vea 2 Crónicas 6:24-31, 36-39; 7:13-14; Salmos 73:14; 94:12-13; 106: 40-46; 118:18; 119: 67, 71; Jeremías 2:29-30; 5:23-25; 14:12; 30:11; Hageo 1:2-13; 2:17; Hechos 5:1-11; Apocalipsis 3:19.