Cuando un creyente muere, su espíritu va inmediatamente al cielo para estar con el Señor. Pablo menciona este hecho claramente cuando escribe acerca de su propia muerte:
“porque para mí el vivir es Cristo y el morir, ganancia. Pero si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. De ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” (Filipenses 1:21-23, énfasis agregado).
Note que Pablo dijo que tenía el deseo de partir y que si partía estaría con Cristo. Su espíritu no iría a ningún estado inconsciente, esperando la resurrección (como desafortunadamente algunos piensan).
Note también que Pablo dijo que para él el morir era ganancia. Esto sólo podría ser verdad si al morir fuera al cielo.
Pablo también declara en su segunda carta a los Corintios que si el espíritu de un creyente deja su cuerpo, estaría en casa con el Señor:
“Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estemos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque por fe andamos, no por vista), pero estamos confiados y más aún queremos estar ausentes del cuerpo y presentes al Señor” (2 Corintios 5:6-8).
Más adelante, Pablo también escribe:
“Tampoco queremos hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron con Él” (1 Tesalonicenses 4:13-14).
Si Jesús va a traer desde el cielo con Él a su regreso a aquellos que habían dormido, entonces ellos deben estar con Jesús en el cielo ahora.