Cuando Abraham se preparó para sacrificar a su hijo Isaac, Dios le dio una promesa:
“En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz” (Génesis 22:18).
El apóstol Pablo dice que esta promesa fue dada a Abraham y a su simiente en singular, no simientes en plural, y que la simiente singular era Cristo (ver Gálatas 3:16). En Cristo, todas las naciones, o más específicamente todos los grupos étnicos de la tierra son bendecidos. Esta promesa a Abraham predijo la inclusión de miles de grupos étnicos alrededor del mundo que son bendecidos al estar en Cristo. Estos grupos étnicos son distintos el uno del otro y viven en distintas áreas geográficas, son de diferente raza, conforman diferentes culturas y hablan diferentes idiomas. Dios quiere que todos sean bendecidos en Cristo, por lo cual Jesús murió por los pecados del mundo entero (ver 1 Juan 2:2).
Aunque Jesús dijo que el camino que lleva a la vida es angosto, y pocos lo encuentran (ver Mateo 7:14), el apóstol Juan nos deja una buena razón para creer que habrá representantes de todos los grupos étnicos del mundo en el futuro reino de Dios:
“Después de esto miré, y vi una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas. Estaban delante del trono y en la presencia del cordero, vestidos de ropas blancas y con palmas en sus manos. Clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono y al Cordero” (Apocalipsis 7:9-10, énfasis agregado).
Así que con gran expectativa los hijos de Dios esperan con gozo unirse algún día a las multitudes multiétnicas ante el trono de Dios.
Muchos estrategas misioneros contemporáneos han puesto mucho énfasis en alcanzar a los miles de grupos étnicos que todavía están “escondidos” en el mundo, con la esperanza de fundar una iglesia en cada lugar de estos. Esto ciertamente es bueno, ya que Jesús nos ordenó ir por todo el mundo y “hacer discípulos a todas las naciones” (o literalmente, grupos étnicos) (ver Mateo 28:19). Sin embargo, los planes de los hombres sin importar si son bien intencionados, si no llevan la guía del Espíritu Santo, a menudo provocan más mal que bien. Es vital que sigamos la sabiduría de Dios para expandir su reino. Él nos dio más información e instrucción en relación a cómo hacer discípulos alrededor del mundo de la que encontramos en Mateo 28:19.
Tal vez el detalle más descuidado para aquellos que quieren llevar a cabo la gran comisión es que Dios es el más grande evangelista de todos, y se supone que debemos trabajar con Él, no para Él. Él tiene más cuidado a la hora de alcanzar al mundo con el evangelio que cualquier cristiano, y trabaja en esto con más diligencia que nadie más. Él era, y es, tan devoto a esta causa que murió por ello, y pensaba en esto desde antes que nos creara y aún sigue siendo su compromiso.