Es interesante que cuando leemos el Nuevo Testamento y sus epístolas no encontramos ningún ruego vehemente (como a menudo lo vemos hoy en día) para que los creyentes “salgan de donde están y alcancen el mundo para Cristo”. Los cristianos primitivos y sus líderes se dieron cuenta de que Dios estaba trabajando con gran esfuerzo para redimir el mundo, y el trabajo de ellos era cooperar con Él y dejar que les guiara. Si alguien sabía esto, era el apóstol Pablo a quien nadie “encaminó al Señor”. Al contrario él fue convertido directamente por Dios en su viaje a Damasco. Y a través del libro de los Hechos encontramos la expansión de la iglesia gracias a aquellos que ungidos y guiados por el Espíritu Santo, cooperaban con Él en la obra. El Libro de los Hechos, aunque se conoce como los Hechos de los apóstoles, debería conocerse como “Los Hechos de Dios”. En la introducción del libro de los Hechos escrita por Lucas, él dice: “en mi primer escrito, (el evangelio que lleva su nombre), me referí a todas las cosas que Jesús hizo y enseñó” (Hechos 1:1). Obviamente, Lucas creía que el libro de los Hechos era un libro de lo que Jesús continuaba enseñando y haciendo. Él trabajó por medio de siervos llenos y guiados por el Espíritu Santo que cooperaban con Él.
Si lo cristianos primitivos no fueron motivados para que “salieran de donde estaban y testificaran a los vecinos y ayudaran a ganar el mundo para Cristo”, ¿cuál era entonces su llamado específico y responsabilidad en relación con la expansión del Reino de Dios? Aquellos que no eran específicamente llamados y dotados para proclamar el evangelio públicamente (como los apóstoles y evangelistas) estaban llamados a vivir en obediencia y en santidad, y a estar listos y a la defensiva cuando alguien los cuestionaba con algo. Por ejemplo, Pedro escribió:
“Pero también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os inquietéis. Al contrario santificad a Dios el Señor en vuestros corazones y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros. Tened buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo” (1 Pedro 3:14-16).
Note que los cristianos a los que Pedro escribió sufrían persecución. Sin embargo, si los cristianos no fueran diferentes al mundo, el mundo (por supuesto) no los perseguiría. Esta es una de las razones del porqué hay tan poca persecución de cristianos en algunas partes hoy en día, debido a que algunos llamados cristianos no son diferentes del mundo. No son realmente cristianos del todo, y por eso no se les persigue. A muchos de estos cristianos se les exhorta los domingos para que “compartan su fe con sus vecinos”. Cuando estos cristianos testifican a sus vecinos, sus vecinos de sorprenden al saber que estas personas son (supuestamente) nacidas de nuevo. Aún peor, las “buenas nuevas” del evangelio que ellos comparten es decirles a los vecinos que las buenas obras y la obediencia a Dios no tienen nada que ver con su salvación. Lo único que les importa es que ellos “acepten a Jesús en su corazón como salvador”.
En contraste con lo anterior, los cristianos primitivos (de los cuales Jesús era verdaderamente su Señor), sobresalieron como luz en las tinieblas, y no tuvieron que tomar clases para testificar y llenarse de valor para decirles a sus vecinos que eran cristianos. Tenían muchas oportunidades para compartir el evangelio cuando se les cuestionaba o injuriaba por su justicia. Sólo necesitaban tener a Jesús como su Señor y estar a la defensiva, tal como Pedro les había dicho.
Quizás la primera diferencia entre los cristianos primitivos y los cristianos modernos es esta: los cristianos modernos piensan que son clasificados por lo que saben y creen, lo que llamamos “doctrina” y nos enfocamos en aprenderla. En contraste, los cristianos primitivos creían que un cristiano se conocía por lo que hacía y por esto su enfoque estaba en la obediencia a Cristo y sus mandamientos. Es interesante saber que ningún cristiano durante los primeros catorce siglos después de Cristo disfrutó de una Biblia personal, por lo cual les era imposible leer la Biblia todos los días. Sin embargo, esto ha sido una de las reglas primordiales entre los cristianos modernos. No estoy diciendo que los cristianos modernos no deben leer la Biblia todos los días. Sólo estoy diciendo que para algunos es más importante estudiar la Biblia que obedecerla. Últimamente nos preocupamos por tener la doctrina correcta (y nos oponemos a los miembros de las otras 29, 999 denominaciones que no están a nuestro nivel) mas todavía murmuramos, mentimos y nos hacemos tesoros en la tierra.
Si esperamos suavizar el corazón de las personas para que sean más receptivas al evangelio, debemos hacerlo por medio de nuestros hechos y no de nuestras doctrinas.