Finalmente, Dios no sólo intenta atraer a la gente por medio de su creación, la conciencia o la calamidad, sino también por el llamado del evangelio. Cuando sus siervos le obedecen y proclaman las buenas nuevas, el mismo mensaje dado por la creación, la conciencia y la calamidad se afirma otra vez: ¡Arrepiéntete!
Puedes ver que lo que hacemos en la evangelización en comparación con lo que Dios hace, no se compara. Él continuamente está evangelizando a toda persona en todo momento, todos los días de su vida, mientras que el más grande evangelista sobre la tierra pueda que se dirija a unos cientos de miles de personas en varias décadas. Y este tipo de evangelista generalmente predica a cierto grupo de gente una vez o por un corto periodo. De hecho, esta única oportunidad es todo lo que se les permite a los evangelistas ofrecer a la gente, debido al mandamiento de Jesús de sacudirse el polvo de sus pies cuando una ciudad, un pueblo o una casa no los reciben (ver Mateo 10:14). Todo esto es para decir que cuando comparamos la manera de evangelizar de Dios vemos que ésta nunca cesa, es universal, y convence, en tanto que nuestra manera de evangelizar es limitada. No existe comparación.
Esta perspectiva nos ayuda a entender mejor nuestra responsabilidad en la evangelización y en la construcción del Reino de Dios. Sin embargo, antes de que consideremos nuestro papel más específicamente, existe otro factor importante que debemos observar.
Como lo dije anteriormente, arrepentirse y creer son cosas que la gente hace con su corazón. Dios desea que cada uno se humille a sí mismo, suavice su corazón, se arrepienta y crea en el Señor Jesús. Con esa meta, Dios continuamente opera en los corazones de la gente en las numerosas formas descritas.
Por supuesto que Dios también conoce la condición del corazón de cada persona. Él conoce cuáles corazones están duros y cuáles están suaves. Él sabe quién escucha sus mensajes que nunca cesan y quién le ignora. Él sabe que algunos corazones se suavizarán con alguna calamidad en sus vidas y se arrepentirán. Él sabe cuáles corazones están tan endurecidos que no tienen esperanza de arrepentimiento. (Por ejemplo, Dios le dijo a Jeremías tres veces que no orara por Israel, porque sus corazones estaban lejos del arrepentimiento; ver Jeremías 7:16; 11:14; 14:11.)[1] Él conoce cuáles corazones están suavizados al punto que sólo necesitan un poco más de convicción del Espíritu para que se arrepientan.
Teniendo todo esto en mente, ¿qué podemos aprender acerca de la responsabilidad de la iglesia para proclamar el evangelio y construir el Reino de Dios?
[1] Más allá de esto, la Escritura enseña que Dios puede endurecer el corazón de aquellos que continúan endureciendo el corazón hacia Él (como el Faraón). Sería tonto pensar que existe esperanza de arrepentimiento para tal gente.