¿Cuántos pastores lo considerarían como un halago si alguien les llamara “predicador de la santidad”? ¿Cuántos cristianos profesantes usarían tal término en una manera que no sea despectivo? ¿Por qué es la santidad un tema tan negativo en las mentes de tantos que afirman creer en un libro que contiene las palabras santo o santidad más de seiscientas veces, lo que les promete un futuro en una ciudad santa donde reside el “Santo”, cuyo nombre es santo, que les da su Santo Espíritu, y cuyo santo trono está rodeado de cuatro seres vivientes quienes día y noche no cesan de decir, “Santo, santo, santo, es el Señor Dios Todopoderoso”? (Ver Ap. 21:2; Is. 40:25; Lv. 22:32; Ts. 4:8; Sal. 47:8; Ap. 4:8, énfasis del autor).
Si la primera porción del Sermón del Monte nos ha enseñado algo, nos ha enseñado que Jesús era un predicador de la santidad. Ese era su tema—santidad y cómo se relaciona con salvación.
El Sermón del Monte está registrado en el evangelio de Mateo, capítulos 5, 6 y 7. Hasta ahora hemos considerado sólo el capítulo cinco. Ahí, en las Bienaventuranzas, aprendemos las características de los que van camino al cielo. También descubrimos que Jesús no vino a abolir la ley, y que guardar los mandamientos es tan importante como siempre lo ha sido. Aprendimos que no entraremos al reino de los cielos a menos que nuestra justicia exceda a la de los escribas y fariseos, quienes guardaban la letra pero no el espíritu de la ley.
La segunda parte del Sermón del Monte, en Mateo 6 y primera mitad del capítulo 7, consiste en más mandamientos que Cristo dio a sus seguidores. ¿El guardar esos mandamientos tiene algo que ver con la salvación? Sí, por supuesto. La última mitad completa del capítulo 7 hace que ese punto sea muy claro, como ya lo veremos.
Continuemos leyendo lo que Jesús mandó a sus verdaderos seguidores, aquellos que creían que él era el Hijo de Dios, el Mesías. Podemos, y debemos, hacer la pregunta reveladora por excelencia: ¿Si la audiencia de Jesús no creía en él, porqué le obedecerían? ¿Por qué siquiera le escucharían hacer demandas que afectarían todas las áreas de sus vidas? La respuesta es clara: Porque ellos creían, querían obedecer. Mostrarían su fe por sus obras.
El capítulo seis inicia
Observe en esta primera sección que Jesús asume que sus seguidores practicarán la justicia. No desea que sean como los fariseos quienes eran solamente santos en apariencia y motivados únicamente para complacer a la gente. Jesús advirtió a sus seguidores que su inspiración para la santidad debería ser para complacer a Dios más bien que para impresionar a otros:
Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos, de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos. Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Más cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público (Mt. 6:1-4, énfasis del autor).
Jesús esperaba que sus seguidores dieran limosnas a los pobres (como lo aprendimos en el capítulo 3 de este libro). La ley lo ordenaba (ver Ex. 32:11; Lv. 19:10; 23:22; 25:35; Dt. 15:7-11), y los escribas y fariseos lo hacían al toque de trompetas, aparentemente para llamar a los pobres a sus distribuciones públicas. Sin embargo, ¿cuántos cristianos profesantes (e iglesias con cristianos profesantes) no dan nada a los pobres? Ni siquiera han llegado al punto de examinar sus motivaciones para dar limosna. Si el egoísmo motivaba a los escribas y fariseos a hacerle propaganda a sus limosnas, ¿qué motiva a los cristianos profesantes a ignorar la crisis de los pobres? ¿Sobrepasa nuestra justicia a la de los escribas y fariseos?
Como lo explica Pablo en 1 Corintios 3:10-15, podemos hacer buenas obras que no recibirán recompensa si nuestros motivos no son puros. Los verdaderos seguidores de Cristo deberían tener motivos puros en cada uno de sus hechos, pero no siempre es así. Pablo escribió que es posible aun predicar el evangelio con motivos impuros (ver Fil. 1:15-17). La mejor manera de saber que nuestro dar está correctamente motivado es dar tan secretamente como podamos.
Jesús también esperaba que sus seguidores oraran y ayunaran. Él no dijo, “si oras”, sino “cuando ores”. El peligro era que ellos podrían permitir que sus motivos se contaminaran, como sucedía con la gente no regenerada que oraba y ayunaba. Si eso sucedía, perdían la recompensa que hubieran recibido si sus motivos hubieran sido puros. Entonces Él les amonesta:
Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público. Y orando no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis…
Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público. (Mt. 6:5-8, 16-18).
De nuevo, ¿cuántos cristianos profesantes rara vez toman tiempo para orar y nunca han ayunado? ¿Cómo es que su justicia se compara con la de los escribas y fariseos, que practicaban ambas cosas (aunque por la razón equivocada)?
Oración santa
Jesús también dijo a sus discípulos cómo debían orar. Su oración modelo es una revelación de sus expectativas con respecto a su devoción, obediencia y prioridades:[1]
Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día dánoslo hoy (Mt. 6:9-11).
La máxima preocupación de un discípulo genuino debería ser que el nombre de Dios sea santificado. Esto es, que el nombre de Dios sea respetado, reverenciado, y tratado como santo.
Indudablemente, aquellos que oran para que el nombre de Dios sea santificado deben ser santos y así santificar el nombre de Dios ellos mismos. Sería un tanto hipócrita si no fuera así. Nuestra oración entonces, refleja el deseo de que otros se sometan a Dios como nosotros lo hemos hecho. Y como preguntara en un capítulo previo, ¿hasta qué grado una persona refleja su anhelo para que el nombre de Dios sea reverenciado cuando él mismo se entretiene viendo actores que continuamente blasfeman el nombre de Dios y de su Hijo? De acuerdo a mis observaciones, esto es algo que muchos cristianos profesantes hacen con regularidad, por lo menos en los Estados Unidos. ¿Se ofendería usted con una película en donde los actores usaran su nombre como una blasfemia?
La segunda petición de la oración es similar: “Venga tu reino”. La idea de un reino implica la idea de un rey que gobierna su reino. El discípulo cristiano anhela ver a su Rey, el que gobierna su vida, y gobierna sobre toda la tierra. ¡Oh, que todos doblaran su rodilla ante el Rey Jesús en fe obediente!
La tercera petición hace eco de las dos primeras: “Hágase tu voluntad, como el cielo, así también en la tierra”. De nuevo, ¿cómo podremos hacer tal oración sin estar sometidos a la voluntad de Dios en nuestras vidas? El legítimo discípulo desea que la voluntad de Dios se haga en la tierra como se hace en el cielo—en forma perfecta y completa.
Que el nombre de Dios sea santificado, que su voluntad sea hecha, y que su reino venga, debería ser más importante para nosotros que el alimento que nos sostiene, nuestro “pan de cada día”. Esta cuarta petición está en ese lugar por una razón. Aun en sí misma, la oración refleja un orden correcto de nuestras prioridades, y no se encuentra en ella ni una señal de codicia. Este discípulo que ora sirve a Dios y no a las riquezas.
La oración modelo continúa
Hasta ahora vemos que el tema de la santidad emerge de toda súplica del Padre Nuestro. Y continúa fluyendo de sus últimas líneas:
Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén. Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre Celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas (Mt. 6:12-15).
El discípulo auténtico de Jesús desea ser santo, así que cuando peca, le molesta demasiado.[2] Se da cuenta que su desobediencia ofende a Dios, y se avergüenza. Desea que la mancha de pecado sea removida, y con agradecimiento, su Padre Celestial está deseoso de perdonarle. Pero él debe pedir perdón, que es la quinta petición encontrada en el Padre Nuestro.
No obstante, nuestro perdón está condicionado al hecho de que debemos perdonar a aquellos que nos ofenden. Ya que hemos sido perdonados de tantos pecados, tenemos la obligación de perdonar a cualquiera que nos pide perdón, y a amar a aquellos que ni siquiera nos lo piden. Si nos negamos a perdonar, Dios no nos perdonará a nosotros.
La sexta y última petición está también relacionada con santidad: “Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal [o del ‘maligno’]”. Tanto anhela el discípulo genuino la santidad que le pide a Dios no permitir que sea llevado a una situación en donde pueda ser tentado, y mucho menos sucumbir a la tentación. Más aún, pide a Dios que le rescate de cualquier maldad que le quiera atrapar. Esta petición final de la oración modelo de Jesús no es sino un grito de ayuda a Dios para poder ser santo.
¿Por qué decimos que estas seis peticiones son adecuadas? La última línea nos dice: Dios es un gran rey que gobierna en su reino en el cual nosotros somos sus siervos. Él es todopoderoso, y nadie debería resistirse a su voluntad. Toda la gloria será suya por siempre: “porque tuyo es el reino, el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén”. (Mt. 6:13). Él merece ser obedecido.
¿Cuál es el tema que predomina en el Padre Nuestro? La santidad. Los discípulos de Cristo desean que el nombre de Dios sea santificado, que su reino sea establecido sobre la tierra, y que su voluntad se cumpla en todo lugar. Esto es más importante para ellos que su pan diario. Como personas que han sido perdonadas, extienden ese perdón a otros. Desean ser perfectamente santos hasta el grado de desear evitar la tentación, ya que la tentación aumenta sus oportunidades para pecar.
El discípulo y sus posesiones materiales
El siguiente tema en el Sermón del Monte es talvez el más perturbador para los cristianos profesantes cuya motivación primaria en la vida es la acumulación de cosas:
No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas? Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas (Mt. 6:19-24).
Jesús ordenó que no acumulemos tesoros para nosotros en la tierra. ¿Qué es lo que constituye un “tesoro”? Los verdaderos tesoros usualmente son guardados en cofres de tesoros, que se mantienen en cierto lugar, a los que nunca se les da ningún uso práctico. Jesús los definió como cosas que atraen a las polillas, al orín y a los ladrones. En otras palabras, “no son esenciales”. Las polillas se comen lo que guardamos en nuestros áticos y en las esquinas oscuras de nuestros armarios, no son cosas que usemos con frecuencia. El orín corroe los juguetes y herramientas que nunca usamos, apuñadas en las esquinas de los sótanos, garajes y muebles de almacenamiento. Los ladrones entran y se roban cosas que la gente no necesita: arte, joyas, aparatos caros, y cualquier cosa que puedan empeñar. Normalmente no se llevan las camas, las cocinas o el alimento (por lo menos los ladrones de las naciones ricas no lo hacen).
El punto primordial es que nosotros le pertenecemos a Dios y las cosas que son “nuestras” también le pertenecen a Él. Somos administradores del dinero de Dios, así que toda decisión para gastar nuestro dinero es una decisión espiritual. Lo que hagamos con nuestro dinero revela quién nos controla. Cuando acumulamos “tesoros”, acumulando dinero y comprando cosas que no son esenciales, revelamos que Jesús no nos está controlando, porque si fuera así, haríamos cosas más productivas con el dinero que Él nos ha confiado.
¿Qué podríamos hacer con el dinero? Jesús nos ordena que acumulemos tesoros en el cielo. ¿Cómo podemos hacer eso? Él nos dice en el evangelio de Lucas: “Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega ni polilla destruye” (Lc. 12:33). Haciendo obras de caridad, acumulamos tesoros en los cielos. Jesús nos dice que tomemos aquello que se puede depreciar hasta convertirse en inservible, e invertirlo en algo que no se deprecia. ¿Cuántos cristianos profesantes están haciendo tal cosa? ¿Por qué la mayoría de los cristianos profesantes en América del Norte, que disfrutan uno de los estándares de vida más altos del mundo, no dan ni siquiera el diez por ciento de sus ingresos, requerido bajo la ley?[3]
El ojo malo
¿Qué quiso decir Jesús cuando hablaba que el ojo era “la lámpara del cuerpo”? Sus palabras tienen que relacionarse con la manera como nosotros vemos el dinero y las cosas materiales, porque eso era de lo que Él hablaba antes y después.
De nuevo, Jesús estaba haciendo un contraste con dos tipos de personas, una con un ojo limpio cuyo cuerpo está lleno de luz, y una con un ojo malo cuyo cuerpo está lleno de oscuridad. En los versos siguientes, Él contrasta otros dos tipos de persona, la que es salva y la que no, un tipo que sirve a Dios y otro al dinero. Así que es seguro concluir que la persona con el ojo limpio es la que le sirve a Dios, y la que tiene el ojo malo es la que le sirve al dinero.
La persona con un ojo limpio simboliza a aquella que busca la verdad, y permite que la luz entre en ella. Le sirve a Dios. La persona que tiene un ojo malo no permite que la luz de la verdad entre en ella, ya que ella piensa que conoce la verdad, y así vive llena de oscuridad, creyendo sus propias mentiras. Cree que el propósito de su vida es la auto gratificación. El dinero es su dios.
¿Qué significa que el dinero es su dios? Significa que el dinero tiene un lugar en su vida que sólo le pertenece a Dios por derecho. El dinero dirige su vida. Consume su energía, pensamientos y tiempo. Es la principal fuente de su gozo. Usted lo ama.[4] Por esto Pablo hacía una equivalencia entre la codicia y la idolatría, diciendo que ninguna persona codiciosa heredaría el reino de Dios (ver Ef. 5:5; Col. 3:5-6).
Tanto Dios como el dinero quieren ser dueños de nuestras vidas, y Jesús dice que no podemos servirle a ambos. Nótese que la única alternativa que él señaló como legítima era servirle a Él. No existe la opción de creer en Él y no servirle. Si le servimos, Él será el Señor de nuestras posesiones. Esta no es una decisión que se pueda tomar en una etapa de “mayor consagración” en el futuro. Es una decisión que se debe tomar en el momento de conversión genuina.
El pobre ambicioso
Una preocupación por las cosas materiales no es sólo aquella que pueda tener por cosas lujosas. Una persona puede estar preocupada de una manera equivocada por aquellas cosas que son necesidades básicas. Jesús continuó:
Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿Por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, como crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal (Mt. 6:25-34).
La mayoría de los lectores de este libro quizá no tengan ninguna relación con la situación de las personas a las que Jesús se dirigía. ¿Cuándo fue la última vez que usted se preocupó acerca de la comida, bebida o ropa?
Sin embargo, las palabras de Jesús ciertamente tienen aplicación para nosotros. Si no está bien preocuparse por las cosas esenciales de la vida, ¿qué tan malo puede ser preocuparse por lo no esencial? Jesús espera que sus discípulos se preocupen primordialmente por buscar dos cosas: su reino y su justicia. Cuando un cristiano profesante no puede dar su diezmo, pero sí compra alimento para perro, paga televisión por cable, hace pagos del carro nuevo, de los muebles, de las últimas modas, o comida chatarra, ¿vive de acuerdo con los estándares de Cristo de buscar primeramente el reino de Dios y su justicia? No, sólo se engaña a sí mismo si piensa que es seguidor de Jesús.
Paja y vigas
El próximo conjunto de mandatos de Jesús para sus seguidores se refiere a los pecados de juzgar y hallazgo de faltas:
No juzguéis, para que no seas juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano (Mt. 7:1-5).
¿Qué significa juzgar a otra persona? Un juez es alguien que busca las faltas en las personas que son traídas a la corte. Ese es su trabajo, y no hay nada malo con lo que hace, en tanto lo haga con las pruebas del caso. Se supone que los jueces juzguen a las personas, midiéndoles por el estándar de la ley de la tierra. Si no hubiera jueces, a los criminales no se les aplicaría la justicia.
Sin embargo, muchas personas parecen pensar que han sido designadas como jueces, de tal manera que siempre están buscando los defectos en otros. Eso no está bien. Es más, a menudo juzgan a personas sin conocer todos los hechos, arribando a conclusiones falsas. Para empeorar las cosas, estos jueces auto-designados usualmente miden a otros por los estándares que ellos mismos no cumplen, convirtiéndose así en hipócritas. “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan 8:7).
Esta es la clase de conducta de la que Jesús hablaba. El apóstol Santiago escribió, “Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados; he aquí, el juez está delante de la puerta” (Stg. 5:9). Este es uno de los pecados más prevalecientes de la iglesia, y aquellos que son culpables de juzgar a otros se colocan en una posición muy peligrosa para ser juzgados. Cuando hablamos de un hermano en la fe, señalando sus faltas ante otros, nos constituimos en jueces. Estamos rompiendo la regla de oro, ya que no queremos que otros hablen mal de nosotros en nuestra ausencia. Y cuando hablamos con un hermano en la fe acerca de sus defectos en tanto que nosotros fallamos más que éste, somos el hombre con la viga en su ojo. La crítica constructiva y amorosa la deberían dar aquellos que no llevan tanta ni más culpa que el hermano a quien están criticando. La mayoría de los espirituales suelen aportar muy poco o ningún consejo o crítica constructiva que no haya sido solicitada, pues saben que casi nadie desea escuchar tales cosas. Tal vez esto es lo que Jesús tenía en mente en este próximo verso:
No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen (Mt. 7:6).
De la misma manera, un proverbio dice, “No reprendas al escarnecedor, para que no te aborrezca; corrige al sabio y te amará” (Proverbios 9:8).
Ánimo para orar
Finalmente llegamos a la sección final del sermón de Jesús. Empieza con un poco de alentadoras promesas de oración:
Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que se las pidan? (Mt. 7:7-11).
¡“Ajá!” Un lector en algún lugar está diciendo: “He aquí una parte del Sermón del Monte que no tiene nada que ver con santidad”.
Eso depende de lo que pedimos, del por qué tocamos la puerta, y de lo que buscamos en oración. Como aquellos que “tienen hambre y sed de justicia”, anhelamos obedecer todo lo que Jesús ha ordenado en el sermón en estudio, y ese anhelo ciertamente se refleja en nuestras oraciones. De hecho, la oración modelo que Jesús previamente compartiera en este mismo sermón era la expresión de un deseo porque la voluntad de Dios fuera cumplida y por santidad. Además, la versión de Lucas de estas mismas promesas de oración termina con, “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan? (Lucas 11:13). Aparentemente, Jesús no estaba hablando de artículos de lujo cuando nos prometió “buenas dádivas”. En su mente, el Espíritu Santo es una “buena dádiva”, ya que el Espíritu Santo nos santifica y nos ayuda a predicar el evangelio que santifica a otros también. Y los santos van al cielo.
Una declaración para resumir
Ahora llegamos a un versículo que debería ser considerado como la conclusión de prácticamente todo lo que Jesús dijo hasta este punto. Muchos comentaristas desaprovechan este punto, pero es importante que nosotros no. Este versículo en particular es indiscutiblemente una conclusión, ya que empieza con la frase así que. Está entonces conectado con las instrucciones previas, y la pregunta es: ¿Cuánto de lo que Jesús había dicho se resume en esta declaración? Leámosla y pensemos:
Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas (Mt. 7:12).
Esta declaración no puede ser un resumen de sólo aquellos versículos anteriores acerca de la oración, de otro modo no tendría sentido.
Recuerde que unos versículos antes en su sermón, Jesús les advertía en contra del error de pensar que Él había venido a abolir la ley y los profetas (ver Mt. 5:17). Desde esa porción de su sermón hasta el versículo al que llegamos ahora, no hizo otra cosa que apoyar, explicar y difundir los mandamientos del Viejo Testamento de Dios. De este modo, ahora resume todo lo que Él ha ordenado, todo aquello que derivó de la ley y los profetas: “Así que, lo que queráis que otros hagan con vosotros, haced vosotros con ellos, porque esto es la ley y los profetas” (7:12). La frase, “la ley y los profetas”, conecta todo lo que Jesús dijo entre Mateo 5:17 y 7:12.
La relación entre salvación y guardar lo que nosotros ahora conocemos como “la regla de oro” se hace claro en los dos siguientes versículos:
Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan (Mt. 7:13-14).
Innegablemente, la puerta estrecha y el camino que lleva a la vida, que pocos encuentran, es símbolo de la salvación. La puerta ancha y el camino espacioso que lleva a la destrucción, la ruta de la mayoría, simboliza la condenación. Si todo lo que Jesús dijo previo a esta declaración no significa nada, si este sermón no tiene ningún progreso lógico, si Jesús poseía alguna inteligencia como comunicador, entonces la interpretación más natural sería que el camino estrecho es el camino para seguir a Jesús, obedeciendo sus mandamientos. El camino espacioso sería lo opuesto. ¿Cuántos cristianos profesantes van por el camino estrecho que Jesús reveló desde Mateo 5:17 hasta 7:12? Si usted va caminando junto con las multitudes, usted puede estar seguro de que va por el camino espacioso.
Es perturbador para muchos cristianos profesantes que Jesús no hubiera dicho nada acerca de la fe o de creer en Él en este sermón de salvación. No obstante, para aquellos que entienden la inseparable relación entre creencia y conducta, fe y obras, este sermón no presenta ningún problema. Los que obedecen a Jesús muestran su fe por sus obras. Aquellos que no le obedecen no creen que Él sea el Hijo de Dios. No sólo es nuestra salvación una indicación de la gracia de Dios hacia nosotros, sino que también lo es la transformación que ha tomado lugar en nuestras vidas. Nuestra santidad es realmente su santidad.
Como reconocer los líderes religiosos falsos
Seguidamente, Jesús advirtió a su audiencia acerca de los falsos profetas, los líderes religiosos que llevan a los confiados por el camino espacioso hacia la destrucción. Son aquellos cuyo mensaje no viene de Dios, y así los falsos maestros caen bajo esta categoría también. ¿Cómo podemos reconocer que son falsos? Del mismo modo que un individuo es reconocido como un falso creyente:
Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis. No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad (Mt. 7:15-23).
Los falsos maestros son muy engañosos. Tienen algunos indicadores externos que los hacen parecer genuinos. Pueden llamar a Jesús su Señor, profetizar, echar fuera demonios y hacer milagros. Pero su “vestido de oveja” sólo esconde al “lobo rapaz”. No son ovejas auténticas. ¿Cómo sabemos si son verdaderos o falsos? Su carácter verdadero se puede examinar por sus “frutos”.
¿De qué frutos hablaba Jesús? Son los frutos de la obediencia a todo lo que Él enseñó. Aquellos que son genuinos, enseñan y hacen la voluntad del Padre. Aquellos que son falsos, enseñan lo que no es verdad y “practican la maldad” (7:23). Nuestra responsabilidad, entonces, es comparar sus enseñanzas y sus vidas con lo que Jesús enseñó y ordenó.
Los falsos maestros abundan en la iglesia de hoy, y no nos debería sorprender, ya que tanto Jesús como Pablo nos advirtieron que al acercarse el final, no debíamos esperar más que eso (ver Mt. 24:11; 2 Ti.4:3-4). Los falsos profetas más prevalecientes de nuestro día son aquellos que enseñan que el cielo espera a los que no son santos. Son responsables por la condenación de millones de personas. John Wesley escribió sobre ellos:
¡Qué terrible es esto!—¡cuando los embajadores de Dios se convierten en agentes del diablo!—cuando aquellos que han sido comisionados para enseñar a los hombres el camino al cielo en realidad les enseñan el camino al infierno… . Si se preguntara, “¿Por qué? ¿Quién hizo… esto?”… Yo contesto, diez mil hombres honorables y sabios; aun todos esos, de cualquier denominación, que alientan a los orgullosos, a los frívolos, a los apasionados, a los amantes del mundo, al hombre de placeres, al injusto o no amable, al fácil, al descuidado, al inofensivo, a las criaturas inútiles, al hombre que no recibe reproche por el bien de la justicia, a imaginarse que van camino al cielo. Estos son falsos profetas en el sentido más amplio de la palabra. Estos son traidores a Dios y al hombre… . Están continuamente poblando las esferas de las tinieblas; y cuando siguen a las pobres almas que han destruido, “¡el infierno será movido desde abajo para recibirlos a su llegada!”[5]
De una manera interesante, Wesley estaba comentando específicamente acerca de los falsos maestros contra los cuales Jesús nos advirtió también en Mateo 7:15-23.
Nótese que Jesús de nuevo dice en forma sencilla, contrario a lo que muchos falsos maestros nos dicen hoy, que aquellos que no llevan buen fruto serán echados al infierno (ver 7:19). Esto aplica no sólo a maestros y profetas, sino a todos nosotros. Jesús dijo, “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos (Mt. 7:21). Discúlpeme por decirlo de nuevo, pero este es un sermón acerca de la correlación entre salvación y santidad. Los que no están obedeciéndole a Jesús, van camino al infierno.
Ponga atención a la conexión que hizo Jesús entre lo que una persona es por dentro y lo que ella aparenta. Los “buenos” árboles producen buen fruto. Los “malos” árboles no pueden producir buen fruto. La fuente del buen fruto que se muestra en lo exterior es la naturaleza de la persona. Dios ha cambiado la naturaleza de aquellos que han creído en Cristo de corazón.[6]
El resumen final
Jesús concluye su sermón con un ejemplo para resumir. Como usted esperaría, es una ilustración de la relación entre obediencia y salvación:
Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina (Mt. 7:24-27).
La ilustración final de Jesús no es una fórmula “para el éxito en la vida” como algunos la usan. El tema revelado por el contexto no es cómo prosperar financieramente durante tiempos duros teniendo fe en las promesas de Jesús. Este es el resumen de todo lo que Jesús ha dicho en su Sermón del Monte. Aquellos que hacen lo que Él dice son sabios y permanecerán; no necesitan temer la ira de Dios. Aquellos que no le obedecen son torpes y sufrirán grandemente, pagando “pena de eterna perdición” (2 Ts. 1:9).
Respuesta a una objeción
¿Es acaso posible que el Sermón del Monte de Jesús era sólo aplicable a aquellos seguidores suyos que vivieron antes de su muerte sacrificial y resurrección? ¿No estaban ellos bajo la ley como un medio temporal de salvación, pero cuando Jesús murió por sus pecados, fueron luego salvos por fe, invalidando así el medio de salvación explicado en este sermón?
Esta es una mala teoría. Nadie ha sido salvo jamás por sus obras. Siempre ha sido por fe, antes de y durante el Viejo Pacto. Pablo argumenta en Romanos 4 que Abraham y David fueron justificados por su fe y no por sus obras.
Más aún, era imposible que alguien en la audiencia de Jesús pudiera ser salvo por obras, pues todos habían pecado y caído de la gloria de Dios (ver Romanos 3:23). Sólo la gracia de Dios les podía salvar, y sólo la fe puede recibir su gracia.
Desdichadamente, muchos en la iglesia de hoy ven los mandamientos de Jesús como que no sirven ningún propósito sino el de hacernos sentir culpables para que veamos la imposibilidad de alcanzar la salvación por obras. Ahora que “captamos el mensaje” y hemos sido salvos por fe, podemos ignorar la mayoría de sus mandatos. A menos que, por supuesto, queramos que “otros se salven”. Entonces sacamos los mandamientos de nuevo para mostrar a la gente cuán pecadora es y así las personas puedan ser salvas por “fe” que carece de obras.
Jesús no dijo a sus discípulos, “Vayan a todo el mundo y hagan discípulos, y asegúrense de que, una vez que se han sentido culpables y son luego salvos por fe, entiendan que mis mandamientos han cumplido su propósito en sus vidas”. Más bien, él dijo, “Por tanto id, y haced discípulos a todas las naciones… enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado…” (Mt. 28:19-20, énfasis del autor).
[1] Algunos desdichadamente piensan que esta es una oración que los cristianos no deberían usar porque no se ora “en el nombre de Jesús”. Si se aplica esta lógica, sin embargo, tendríamos que concluir que muchas oraciones de los apóstoles registradas en el libro de los Hechos y las epístolas no eran “oraciones cristianas”.
[2] Este es uno de los versos que nos dice que los verdaderos discípulos no son perfectos ni sin pecado. Sin embargo, también prueba que se entristecen cuando pecan.
[3] De acuerdo a las encuestas de Gallup, sólo el 25% de los cristianos evangélicos en los Estados Unidos diezman. Cuarenta por ciento dicen que Dios es la cosa más importante para ellos, pero aquellos que ganan entre 50 y 75.000 dólares al año dan un promedio de 1.5 por ciento de sus ingresos a obras de caridad, incluyendo caridad religiosa, en tanto que gastan un promedio de un 12% de sus ingresos en entretenimiento. George Barna reporta en su libro, La segunda venida de Cristo (titulado en inglés, The second coming of the church) que sus encuestas indican que los no cristianos son más inclinados a ofrendar para las organizaciones sin fines de lucro y para los pobres.
[4] En otra ocasión, Jesús hizo la misma declaración acerca de la imposibilidad de servir a Dios ya a Mamón, y Lucas nos dice: “Y oían también estas cosas los fariseos, que eran avaros, y se burlaban de él” (Lc. 16:14).
[5] The Works of John Wesley (Las obras de John Wesley) (Baker: Grand Rapids, 1996), por John Wesley, reimpreso de la edición de 1872 lanzada por el Wesleyan Methodist Book Room, Londres, pp. 441-416.
[6] No puedo resistir el aprovecharme de esta oportunidad para comentar también aquí acerca de una expresión común que la gente usa cuando trata de excusar sus pecados delante de otros. “No sabemos lo que se anida en sus corazones”. En contradicción con esto, Jesús dijo que lo exterior revela lo que hay en el interior. En otro lugar, nos dijo que “Porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt. 12:34). Cuando una persona habla palabras de odio, indica que su corazón está lleno de odio. Jesús también nos dijo que “de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez” (Marcos 7:21-22). Cuando una persona comete adulterio, sabemos qué habita en su corazón: adulterio.