De acuerdo al Nuevo Testamento, la característica sobresaliente de un falso maestro es su menosprecio por la necesidad de la santidad, lo cual se refleja en sus enseñanzas y vida personal. Numerosas escrituras confirman esto. Por ejemplo, considere lo que Jesús enseñó acerca de los falsos profetas en su Sermón del Monte:
Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis. No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿No profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad (Mt. 7:15-23).
Jesús dijo que los falsos profetas se conocen por sus frutos, los cuales, dentro del contexto del Sermón del Monte, indudablemente son frutos de santidad y obediencia. Jesús dijo que sólo aquellos que hacen la voluntad de su Padre “entrarán en el reino de los cielos” (7:21). Pueden haber profetizado, echado fuera demonios y haber hecho milagros, pero si practican la maldad, Él dirá que no los conoce (7:23).
Una gracia foránea
No es solamente el fruto de los hechos de las personas lo que las marca como falsos maestros, sino también el fruto de sus palabras. Si enseñan lo que es contrario a la doctrina del Nuevo Testamento, son falsos maestros.
Por supuesto, ningún maestro en la iglesia se va a parar y a decir que está enseñando lo que es contrario al Nuevo Testamento. Más bien, va a ignorar ciertos pasajes bíblicos importantes y a torcer otros para persuadir a su comunidad de que está enseñando la verdad. Hoy en día, muchos maestros populares y con influencia están haciendo tal cosa al enseñar sobre una gracia que es extraña a la Biblia. La gracia que proclaman no es la gracia verdadera que lleva a la santidad, de la cual Pablo, un verdadero maestro de la gracia, escribió:
Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente (Tito 2:11-12).
Más bien, es acerca de la falsa gracia que Judas advierte, una gracia que ha sido radicalmente transformada en una licencia para pecar:
Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos. Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo (Judas 3-4, énfasis del autor).
¿Cómo es posible que personas que negaban al único Maestro y Señor Jesucristo, pudieran haber “entrado encubiertamente”? La respuesta es que no estaban de pie en las congregaciones declarando, “yo niego a Jesucristo”. Más bien, negaban a Jesucristo a través de sus falsas enseñanzas acerca de la gracia, transformándola en libertinaje.
Su mensaje puede ser resumido así: “¿No es la gracia de Dios maravillosa? Porque nuestra salvación brota de su gracia y no de nuestros méritos, la santidad no es esencial para la salvación. Debido a la extraordinaria gracia de Dios, los adúlteros y fornicarios que creen en Jesús son salvos”.
Olvidemos la escritura que dice que sin santidad nadie verá al Señor (ver He. 12:14). No importa la enseñanza de Jesús que nadie entrará al reino de los cielos a menos que su justicia sobrepase aquella de los escribas y Fariseos, y que sólo aquellos que hacen la voluntad de Dios entrarán en el reino de los cielos (ver Mt. 5:20; 7:21). No nos preocupemos por lo que Él nos dijo que debíamos luchar para entrar por la puerta estrecha, la única puerta a la vida eterna, y que sus verdaderos hermanos son aquellos que “escuchan la palabra de Dios y la hacen” (ver Mt. 7:13-14; Lucas 8:21). Ignoremos el hecho de que Santiago enseñó que la fe sin obras es muerta y no puede salvarnos (ver Stg. 2:14, 17). No le pongamos ninguna atención a las advertencias de Pablo que decían que aquellos que practican las obras de la carne no heredarán el reino de Dios (ver Ga. 5:20-21). Cerremos nuestros ojos a la primera epístola de Juan, en donde leemos sobre las marcas de identificación de los cristianos auténticos. E ignoremos muchos otros pasajes bíblicos del Nuevo Testamento que enfatizan estas mismas verdades.
“No, no somos como los legalistas que enfatizan las obras más de lo debido. Hemos descubierto la verdad acerca de la gracia de Dios”.
Negando al Maestro
Estos falsos maestros literalmente niegan (observe los títulos que Judas usó) al “único Maestro y Señor” (Judas 4; énfasis del autor). Debido a que la obediencia es, en sus mentes, opcional para aquellos que van camino al cielo, no es necesario que Jesús sea nuestro Señor y Maestro. Por lo tanto, niegan lo que Él es por medio de sus enseñanzas y estilos de vida.
A los que les falta discernimiento, los lemas de los maestros de la falsa gracia suenan espirituales, tomados de las mismas escrituras de Pablo (y despojadas de su contexto bíblico): “¡No estamos bajo la ley sino bajo la gracia!” “¡Demos gracias a Dios por la libertad que tenemos en Cristo! Y, “Aun si no tenemos fe, ¡Él permanece fiel!” Como estos falsos maestros tuercen las palabras de Pablo es tan viejo como las cartas de Pablo. A ellos y a sus predecesores, Pedro les advierte:
Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición (2 P. 3:15-16, énfasis del autor).
Pedro tenía más que decir acerca de aquellos que distorsionan la Escritura para su propia destrucción. Todo el segundo capítulo de su segunda epístola nos advierte acerca de “herejías destructivas” que los falsos maestros “secretamente introducirán… aun negando al Maestro que los rescató” (2 P. 2:1).
De nuevo, ¿cómo puede cualquier doctrina que niega al Maestro ser introducida encubiertamente? Obviamente, estos falsos maestros no estaban proclamando públicamente, “¡Nosotros negamos al Maestro!” No, negaban al Maestro al negar el papel del Maestro. Menospreciaban la necesidad de la obediencia. Pedro escribió que éstos guiaban a la gente a “seguir sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado” (2:2). Estos falsos maestros mantenían que se podía practicar la disolución y ser salvo. Era aceptable el ser indulgente con los deseos de la carne, por lo cual “el camino de la verdad” era blasfemado.
Pedro refuta tan grave error citando ejemplos históricos del trato de Dios con los justos y los injustos. Su punto de vista no contiene error: Los santos son salvos, los impíos son condenados. La santidad es esencial:
Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron [impíos], sino que arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio; y si no perdonó al mundo antiguo [impío], sino que guardó a Noé, pregonero de justicia [santo], con otras siete personas, trayendo el diluvio sobre el mundo de los impíos; y si condenó por destrucción a las ciudades de Sodoma y de Gomorra [impías], reduciéndolas a ceniza y poniéndolas de ejemplo a los que habían de vivir impíamente, y libró al justo Lot [santo], abrumado por la nefanda conducta de los malvados[impíos] (porque este justo, que moraba entre ellos, afligía cada día su alma justa, viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos), sabe el Señor librar de tentación a los piadosos [santos], y reservar a los injustos[impíos] para ser castigados en el día del juicio; y mayormente a aquellos que, siguiendo la carne, andan en concupiscencia e inmundicia, y desprecian el señorío (2 P. 2:4-10, énfasis del autor).
En completo acuerdo con Pablo, sin ningún titubeo, Pedro marca a aquellos que “seducen con concupiscencias de la carne” como “impíos”. Van camino al infierno, ya sea que afirmen ser cristianos o no.
Estos falsos maestros han desviado a los verdaderos creyentes del camino de la santidad; por lo que éstos son mancillados de nuevo, retornando a una condición espiritual peor que cuando no eran salvos:
Pues hablando palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencias de la carne y disoluciones a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error. Les prometen libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción. Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció. Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado. Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno (2 P. 2:18-22).
Este pasaje nos brinda una mejor idea del mensaje de los falsos maestros. Pedro dice que ellos seducen con “concupiscencias de la carne y disoluciones” y prometen una libertad que realmente resulta en esclavitud al pecado. Su mensaje suena muy similar a los mensajes de los maestros de la falsa gracia que han redefinido la santidad llamándola legalismo y obediencia y “confianza en las obras”. “Disfrute la libertad que tienes en Cristo” proclaman. “No escuches a esos asesinos de la gracia con sus listas de haz esto no hagas lo otro”.
El resultado es que aun los creyentes genuinos son engañados, se devuelven del camino angosto, y se dirigen hacia el camino ancho de la destrucción. Piensan que han descubierto la gracia que Jesús ofreció y de la que Pablo predicó e ignoran las listas de mandatos de Jesús en el Sermón del Monte y las listas de pecados que Pablo mencionó en sus epístolas.
Observe que los creyentes sobre los que Pedro escribió habían “escapado”, aunque difícilmente, de aquellos que “viven en error” (2:18) esto es, de los no salvos. Dijo lo mismo en la siguiente oración, declarando que habían “escapado de las contaminaciones del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2:20). No malentiendan esto. Esas no eran personas que estaban pensando si se hacían cristianas o no. Ni eran falsos cristianos. Eran personas que habían nacido de nuevo y habían vivido una vida diferente a aquella que llevaban antes de ser salvos.
Pero fueron engañadas por las falsas enseñanzas que menospreciaban la importancia de la santidad y enfatizaban una gracia falsa. Por lo tanto, una vez más estaban “enredadas” en las “contaminaciones del mundo” y “vencidas” (2:20). Ahora su “postrer estado” viene a “ser peor que el primero” (2:20). Anteriormente habían conocido “el camino de justicia”, pero ahora se habían apartado del “santo mandamiento” (2:21, énfasis del autor).
Tristemente, muchos cristianos profesantes hoy nunca “han conocido el camino de la justicia”, porque han oído un evangelio falso desde el inicio. Han estado disfrutando su esclavitud al pecado durante todas su vidas “cristianas”, pensando que han estado disfrutando la libertad de la maravillosa gracia de Dios. En este punto son diferentes de aquellos acerca de los que Pedro escribió. No son cerdos que han retornado al cieno luego de ser lavados; son cerdos que nunca han dejado el cieno.
“Háganos cosquillas en las orejas, por favor”
Como en los días de Pablo, muchos hoy se juntan a escuchar a los maestros de la falsa gracia que les dirán lo que ellos quieren oír, tal como lo predijo Pablo:
Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas (2 Ti. 4:3-4).
Indudablemente, el tiempo que Pablo dijo que llegaría ya está aquí. En forma natural, la gente gusta de oír el mensaje de la maravillosa gracia y del amor de Dios, cómo su pecado ha sido lavado por Jesús, cómo la salvación es un regalo y cómo es recibido por fe y no por obras, todo lo cual es cierto. Pero es aquí donde la gracia de Dios es modificada.
Hoy se nos dice que el arrepentimiento es sólo un cambio de mentalidad que no necesariamente resultará en un cambio de acción. La gente puede creer en Jesús y seguir pecando. Pueden nacer de nuevo y nunca dar indicaciones de la presencia del Santo Espíritu en ellos. Los cristianos pueden ser adúlteros y fornicarios, y ciertamente no les juzgaremos porque no conocemos sus corazones. Aquellos que mantienen que el cielo es sólo para los santos son legalistas. La fe sin obras puede salvar. Aquellos que no hacen la voluntad de Dios aún pueden ir al cielo en tanto hayan hecho una profesión de fe en Cristo. Si una persona tiene fe por un minuto de su vida, entonces es eternamente salvo, sin importar si decide abandonar su fe, se convierte en ateo y retorna a su antigua vida de inmoralidad. Muchos cristianos verdaderos no se distinguen de los no cristianos, se colocan en una categoría especial de creyentes llamados “cristianos carnales”.
Estas y muchas otras mentiras se están propagando a millones de personas que no sospechan nada. Considere las siguientes citas de algunos de los maestros más populares de la iglesia estadounidense de hoy, personas muy conocidas en los círculos cristianos:
Poco tiempo después de que se llevó a cabo la campaña, el evangelista que lo llevó a los pies de Cristo desertó de la fe. Su familia se desmoronó. Vagabundeaba por todos los Estados Unidos como un animal, finalmente murió borracho en las cunetas del sur de Chicago…. Si usted ha confiado en Jesús como su Señor y Salvador, usted es un hijo de Dios. Usted puede negarlo, pero Él nunca le negará.
¿Es esto cierto? Jesús dijo, “A cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 10:33). Aún más, Pablo escribió que ningún borracho heredará el reino de Dios (ver 1 Co. 6:9-10).
Somos salvos porque en un momento de nuestra vida expresamos fe en nuestro paciente Señor…. Aunque un creyente en la práctica llegue a ser un impío, su salvación no está en peligro.
¿Estamos eternamente seguros de nuestra salvación si tan sólo creemos por “un momento en nuestra vida”? ¿Fue eso lo que Jesús quiso que creyéramos cuando dijo, “El que creyere [en algún momento del pasado] y fuere bautizado; será salvo” (Mr. 16:16)? Si eso es así, entonces también podemos concluir que si dejamos de creer en un momento dado, nuestra condenación sería para siempre, ya que Jesús continuó diciendo, “mas el que no creyere, será condenado” (Mr. 16:16).
Este mismo maestro de la gracia, desesperado por moldear la Escritura para acomodar su teología, ha convertido el infierno en un cielo:
¿Dónde está este lugar representado por las “tinieblas de afuera” en las parábolas de Jesús? Estar en las “tinieblas de afuera” es estar en el reino de Dios pero fuera del círculo de hombres y mujeres cuya fidelidad en esta tierra les proporcionó un rango especial o una posición de autoridad.
Las “tinieblas de afuera” no representan en realidad un lugar sino más bien una esfera de influencia y privilegio. No es un área geográfica en el reino a donde ciertos hombres y mujeres son enviados. Es tan sólo un uso figurado del habla que describe su bajo rango o estatus en el reino de Dios (énfasis de él).
Asombrosamente, este maestro también quiere que nosotros creamos que “el crujir de dientes”… “no simboliza dolor como muchos han pensado”. Más bien, es simbólico de la frustración que los creyentes infieles sentirán en el cielo cuando se den cuenta de las recompensas que podían haber obtenido si hubieran sido obedientes:
Así como aquellos que sean hallados fieles se regocijarán, aquellos que sufran pérdida llorarán. Mientras a unos se les celebra por su fidelidad, otros crujirán sus dientes en frustración por su vista corta y su codicia.
No sabemos cuánto durará ese tiempo de regocijo y de dolor. Aquellos cuyas obras son quemadas no llorarán ni crujirán sus dientes por toda una eternidad.
¿Es todo esto cierto? Cuando Jesús habló de las “tinieblas de afuera”, ¿hablaba Él de un lugar en el cielo en donde los cristianos infieles y los codiciosos temporalmente llorarían y crujirían sus dientes debido a su dolor por las recompensas que pudieron haber obtenido para ellos? Para una respuesta clara y explícita, vea Mt. 8:10-12; 13:24-30, 36-43; 24:42-51; 25:14-30; Lucas 13:22-28. ¿Y habrá en el cielo personas codiciosas? Vea 1 Co. 6:9-10; Ef. 5:3-6.
Es asombroso lo lejos que algunos maestros irían para hacer concesiones para que los cristianos practiquen pecados graves y aún así poder ir al cielo. En referencia a la advertencia de Pablo que aquellos que practican las obras de la carne no heredarán el reino de Dios, un predicador muy popular de la radio dice:
El heredar el reino tiene que ver con las bonificaciones que usted obtenga en el reino. No es lo mismo que entrar en el reino. Por lo tanto, a menos que usted distinga entre heredar y entrar en el reino, usted pensará que no va a entrar al reino debido a estos problemas [observe que ni siquiera los llama pecados]. Pero usted puede perder beneficios del reino debido a ellos.
¿Es cierto esto? Compare 1 Co. 6:9-10 con 1 Co. 15:50-54 y las palabras de Jesús en Mt. 25:34-41.
En tanto que Jesús y Pablo afirmaron que los adúlteros y los fornicarios no ganarán el cielo, un ministro de la televisión con mucha influencia dice:
Pero los cristianos podrían aún perder recompensas en el cielo. En verdad, sólo podemos imaginar lo que algunos cristianos sentirán y experimentarán en aquel día cuando pierdan esas recompensas celestiales debido a su entumecimiento espiritual y otras consecuencias de la fornicación o del adulterio cuando estuvieron en la tierra. Será sin duda un canje infinitamente pobre—perder las recompensas eternas en el cielo por unos pocos momentos de placer sexual en la tierra (énfasis del autor).
Otro ministro radial de larga trayectoria contesta una pregunta de un oyente:
P. Pensé que había nacido de nuevo cuando tenía quince años de edad. Me sentí feliz y seguro en Cristo. Pero al pasar el tiempo, el pecado se enseñoreó de mí, y mi caminar fue hacia abajo. Tres matrimonios, adulterio, licor. ¿Era yo un cristiano nacido de nuevo?
R. El hecho de que estaba perturbado me indica que cuando usted dice que nació de nuevo a los quince años, usted está en lo correcto.
¿Prueba la culpa de una persona que hay una salvación auténtica? Vea Romanos 2:14-15 para una respuesta. ¿Son salvos los adúlteros y los borrachos? Creo que ya conoce la respuesta a eso.
¿Por qué Dios no pone un alto a los falsos profetas y maestros?
Bajo el viejo pacto, hubo también falsos profetas que se levantaron para extraviar al pueblo de Dios. Ellos, también, se conocían por sus frutos. Sus vidas y labios dieron testimonio de su impureza interna, y conforme ellos despreciaban la necesidad de la santidad, desviaban al pueblo de la obediencia al Señor.
Podríamos preguntarnos por qué Dios no pone un alto a todos los falsos profetas y maestros, o por lo menos los silencia cuando hacen afirmaciones bíblicas equivocadas que tuercen la gracia de Dios en libertinaje. Tal vez la respuesta esté en la palabra de Dios a través de un verdadero profeta, Moisés:
Cuando se levantare en medio de ti profeta, o soñador de sueños, y te anunciare señal o prodigios, y si se cumpliere la señal o prodigio que él te anunció, diciendo: Vamos en pos de dioses ajenos, que no conociste, y sirvámosles; no darás oído a las palabras de tal profeta, ni al tal soñador de sueños; porque Jehová vuestro Dios os está probando, para saber si amáis a Jehová vuestro Dios con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma. En pos de Jehová vuestro Dios andaréis; a él temeréis, guardaréis sus mandamientos y escucharéis su voz, a él serviréis, y a él seguiréis. Tal profeta o soñador de sueños ha de ser muerto, por cuanto aconsejó rebelión contra Jehová vuestro Dios que te sacó de tierra de Egipto y te rescató de casa de servidumbre, y trató de apartarte del camino por el cual Jehová tu Dios te mandó que anduvieses; y así quitarás el mal de en medio de ti (Dt. 13:1-5, énfasis del autor).
¿Podría ser que Dios realmente permite que los falsos profetas propaguen las falsas enseñanzas como una manera de probarnos? ¿Qué se dice de nosotros cuando nos sentimos atraídos hacia una enseñanza que nos hace sentir bien en nuestro pecado y aun nos desvía de los senderos de justicia? Un pensamiento muy serio en verdad.
¿Qué nos dicta el discernimiento? Bajo el viejo pacto, a las personas con discernimiento se les ordenaba sacar de en medio de ellos a aquellos que intentaban seducirlos para que se apartasen “del camino en el cual el Señor [su] Dios ordenaba que [ellos] caminaran”. La muerte era el castigo.
La iglesia, por supuesto, no tiene el derecho a aplicar la pena de muerte, pero esto no significa que debemos tolerar a los falsos maestros. Al menos, deberían ser confrontados con amor y ser corregidos, en caso de que sean culpables de error debido a la ignorancia de las Escrituras. Muchos sólo imitan lo que han aprendido en algún libro. Aquellos que no paren de propagar sus herejías deben ser expuestos y quedarse sin apoyo del todo para que sus “ministerios” mueran (ver 3 Juan 1:9-10). Muy pocos sobrevivirían por largo tiempo si las personas no les dieran más dinero ni compraran sus libros o cintas.
Usted puede estar seguro, sin embargo, que sin importar lo que hagamos, habrá falsos maestros hasta el fin, ya que la Biblia lo predice (ver 1 Ti. 4:1-3; 2 Ti. 3:13; 4:3-4). En forma breve, Pablo los describe como a hombres que no son esclavos de “nuestro Señor Jesucristo” en una advertencia que envía a los cristianos romanos, lo cual los señala como incrédulos. Tengamos cuidado.
Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos. Porque tales personas no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos (Ro. 16:17-18, énfasis del autor).