¿Y qué acerca de José?

(What About Joseph?)

José, quien misericordiosamente perdonó a sus hermanos que le habían vendido como esclavo, es usado como ejemplo de cómo debemos perdonar a cualquiera y a todos los que pecan contra nosotros, sin importar si el perdón ha sido solicitado o no. Pero, ¿es eso lo que la historia de José nos enseña? No, no es así.

José puso a sus hermanos a prueba por lo menos durante un año para traerlos al arrepentimiento. Inclusive encarceló a uno de sus hermanos por varios meses en Egipto (ver Génesis 42:24). Cuando sus hermanos finalmente reconocieron su culpa (ver Génesis 42:21; 44:16), José supo que ellos ya no eran los mismos hombres celosos y egoístas que lo habían vendido como esclavo. No fue sino hasta ese momento que José reveló su identidad y habló palabras misericordiosas a aquellos que habían pecado contra él. Si José les hubiera “perdonado” inmediatamente, nunca se hubieran arrepentido. Y esa es una de las fallas del “perdón instantáneo para todo mundo”, un mensaje que se enseña hoy en día. El perdonar a nuestros hermanos que han pecado contra nosotros sin confrontación resulta en dos cosas: (1) un perdón falso que no trae reconciliación, y (2) ofensores que no se arrepienten y que por lo tanto no crecen espiritualmente.

¿Cuándo y Cómo Nos Disciplina Dios?

(When and How Does God Discipline Us?)

Como cualquier otro padre, Dios sólo disciplina a sus hijos cuando ellos son desobedientes. Cada vez que le desobedecemos, estamos en peligro de sufrir su disciplina. Sin embargo, el Señor es muy misericordioso y normalmente nos da bastante tiempo para arrepentirnos. Su disciplina usualmente viene después de nuestros repetidos actos de desobediencia y sus repetidas advertencias.

¿Cómo nos disciplina Dios? Como aprendimos en el capítulo anterior, la disciplina de Dios puede venir en forma de debilidad, enfermedad o muerte prematura:

“Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros y muchos han muerto. Si, pues, nos examináramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados, pero siendo juzgados, somos castigados por el Señor para que no seamos condenados con el mundo” (1 Corintios 11:30-32).

No debemos automáticamente concluir que todas las enfermedades son resultado de la disciplina de Dios (El caso de Job viene a la memoria). Sin embargo, si la enfermedad golpea, es sabio hacer un examen espiritual para saber si hemos abierto alguna puerta de desobediencia que nos haya hecho merecedores de recibir la disciplina de Dios.

Podemos evitar el juicio de Dios si nos juzgamos a nosotros mismos, lo cual es conocer nuestro pecado y arrepentirnos. Sería lógico el concluir que somos candidatos para la sanidad una vez que nos hemos arrepentido, en caso de que nuestra enfermedad haya sido el resultado de la disciplina de Dios.

Por medio del juicio de Dios, Pablo dice que evitamos ser condenados con el mundo. ¿Qué quiere decir esto? Esto quiere decir que la disciplina de Dios nos lleva al arrepentimiento y así no somos enviados al infierno con el resto del mundo. Esto es difícil de aceptar para aquellos que piensan que la santidad es opcional para ir al cielo. Pero, los que han leído el sermón del monte de Jesús, ya saben que sólo los que obedecen a Dios entrarán a su Reino (ver Mateo 7:21). Por esto, si persistimos en el pecado y no nos arrepentimos, arriesgamos nuestra vida eterna. Alabemos a Dios por su disciplina que nos lleva al arrepentimiento y nos salva del infierno.

Una Sorpresa en la Escritura

(A Surprise from Scripture)

Todo esto me lleva a otra pregunta: ¿Espera Dios de nosotros que perdonemos a cada persona que peca contra nosotros, aun a aquellos que no se humillan, no admiten sus pecados y no piden perdón?

Cuando estudiamos la Escritura detenidamente, descubrimos que la respuesta es “no”. Aunque esto sorprende a muchos cristianos, la Escritura claramente lo dice, aunque se nos ordena amar a todas las personas, no se nos ordena perdonar a todos.

Por ejemplo, ¿espera Cristo simplemente que perdonemos a un creyente que peca contra nosotros? No. De otra forma Cristo no nos hubiera hablado acerca de los pasos a seguir para reconciliarse con un hermano u hermana en Mateo 18:15-17, pasos que terminan teniendo por gentil y publicado al hermano que no se arrepiente:

“Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndelo estando tú y él solos; si te oye, has ganado a tu hermano. Pero si no te oye, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oye a ellos, dilo a la iglesia; y si no oye a la iglesia, tenlo por gentil y publicano”.

Obviamente, si el cuarto paso es tenerlo por gentil, es porque el ofensor no se ha ganado el perdón, ya que el perdonar y la reprobación del hermano son acciones incompatibles. Puede ser algo extraño el escuchar a alguien decir “le hemos perdonado pero le hemos expulsado”, porque el resultado de perdonar a alguien es la reconciliación y no la ruptura de relaciones. (¿Qué pensaría usted si Dios le dice que le perdona pero que desde ahora en adelante no quiere nada con usted?) Cristo nos dijo que tratáramos a la persona que no quería reconciliarse como gentil o publicano, dos clases de personas con las que los judíos no tenían ninguna relación y a las cuales aborrecían.

En los cuatro pasos que Cristo dijo anteriormente, el perdón no es válido después del primer, segundo o tercer paso a menos que el ofensor se arrepienta. Si no se arrepiente después de cualquiera de estos pasos, el ofensor es llevado al siguiente paso en donde se le tratará como gentil o como un ofensor que no se arrepintió. Solamente cuando el ofensor te escucha (y se arrepiente), se puede decir que has ganado a tu hermano (esto quiere decir que se han reconciliado).

El propósito de esta confrontación es que el perdón pueda otorgarse. Sin embargo, el perdón es válido cuando el ofensor se arrepiente. Así que (1) confrontamos al ofensor con la esperanza de que este (2) se arrepienta y así podamos (3) perdonarle.

Todo esto es para decir con seguridad que Dios no espera simplemente que perdonemos a un creyente que ha pecado en contra de nosotros y que no se ha arrepentido después de una confrontación. Por supuesto que esto no nos da el derecho de odiar a este creyente. Al contrario, lo confrontamos porque le amamos y queremos reconciliarnos y perdonarle.

Una vez que hemos hecho todo nuestro esfuerzo para la reconciliación por medio de los tres pasos que Dios nos dio, el cuarto paso termina con la relación entre el ofensor y el ofendido en obediencia a Cristo.[1] De la misma forma en que no debemos tener ninguna relación con los llamados cristianos que son adúlteros, borrachos, homosexuales y demás (ver 1 Corintios 5:11), no debemos tener ninguna relación o comunión con los llamados cristianos que se rehúsan a arrepentirse, con el consenso del cuerpo de la iglesia. Este tipo de gente prueba que no son verdaderos seguidores de Cristo, y traen oprobio a la iglesia.


[1] Por supuesto que si la persona que se ha ido de la iglesia se arrepiente y vuelve, Jesús espera que se le reciba con perdón.

 

Una Objeción

(An Objection)

¿Pero qué acerca de las palabras de Jesús que se encuentran en Marcos 11:25-26? ¿No indican estas palabras que debemos perdonar a todos de cualquier cosa aunque no se nos haya pedido perdón?

“Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguien, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas, porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas”.

Este verso no sustituye a los otros versos que ya hemos considerado sobre el tema. Ya sabemos que lo que enoja a Dios es que no perdonemos a un hermano que ha solicitado nuestro perdón. Así que podemos interpretar este verso a la luz de este hecho. Jesús sólo está enfatizando en este verso que debemos perdonar a otros si queremos que Dios nos perdone. Jesús no nos está dando más mecanismos específicos acerca del perdón y lo que uno debe hacer para recibirlo de otros.

Note que Jesús no dice aquí que debemos pedirle perdón a Dios para recibirlo de Él. ¿Debemos ignorar todo lo que la Escritura nos enseña acerca de que el perdón de Dios se hace efectivo cuando lo pedimos? (ver Mateo 6:12; 1 Juan 1:9). ¿Debemos asumir que no debemos pedir el perdón de Dios cuando pecamos, porque Jesús no lo menciona en este verso? Esto podría ser una forma de pensar sin sabiduría a la luz de lo que la Escritura nos dice. También no hay sabiduría en ignorar todo lo demás que la Escritura nos enseña acerca del perdón a los otros cuando los otros lo piden.

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Una Sinopsis

(A Synopsis)

Lo que Jesús espera acerca de nuestro deber de perdonar a nuestros hermanos lo podemos encontrar en sus palabras escritas en Lucas 17:3-4:

“Mirad por vosotros mismos, Si tu hermano peca contra ti, y siete veces al día vuelve a ti, diciendo: Me arrepiento, perdónalo (énfasis agregado).

No puede estar más claro. Jesús espera que perdonemos a nuestros hermanos cuando ellos se arrepienten. Cuando oramos, “Perdónanos nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Le estamos pidiendo a Dios que haga por nosotros lo que nosotros hemos hecho por otros. Nunca debemos esperar que Dios nos perdone si nosotros no se lo hemos pedido. ¿Así que, por qué pensamos que Dios esperaría que perdonemos a aquellos que no lo han pedido?

De nuevo, todo esto no nos da el derecho de estar enojados o guardar ira en contra de un hermano o una hermana en Cristo que ha pecado contra nosotros. Se nos ha mandado a amarnos los unos a los otros. Y por esto se nos manda a confrontar a un hermano que ha pecado contra nosotros, y así exista la posibilidad de una reconciliación con él, y asimismo que él también pueda reconciliarse con Dios. Esto es lo que el amor puede hacer. Ahora, con mucha frecuencia algunos cristianos dicen que ya han perdonado a un hermano que les ha ofendido, pero esto es sólo una excusa para evitar la confrontación. Verdaderamente no le han perdonado, y esto queda claro por sus acciones. Evitan encontrarse con el ofensor a toda costa y con frecuencia hablan del daño que se les hizo. No hay reconciliación.

Cuando pecamos, Dios nos confronta por medio del Espíritu Santo dentro de nosotros porque Él nos ama y quiere perdonarnos. Debemos imitar a Dios, y con amor confrontar a los hermanos que han pecado contra nosotros y así pueda haber arrepentimiento, perdón y reconciliación.

Dios siempre espera que sus hijos se amen los unos a los otros con un amor genuino, un amor que permite la reprensión, pero un amor que evita el enojo y la ira. Dentro de la ley de Moisés encontramos este mandamiento:

“No aborrecerás a tu hermano en tu corazón. Reprenderás a tu prójimo, para que no participes de su pecado. No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, Jehová” (Levítico 19:17-18, énfasis agregado).

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Una Explicación

(An Elaboration)

Inmediatamente después de que Jesús le dijo a Pedro que perdonara a su hermano cuatrocientas noventa veces, Él contó una parábola a Pedro para que entendiera lo que quería decir:

“Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Cuando comenzó a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. A este, como no pudo pagar, ordenó su señor venderlo, junto con su mujer e hijos y todo lo que tenía, para que se le pagara la deuda. Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba diciendo: Señor, ten paciencia conmigo y yo te lo pagaré todo. El señor de aquel siervo, movido a misericordia, lo soltó y le perdonó la deuda. Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos que le debía cien denarios; y agarrándolo, lo ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. Entonces su consiervo postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo y yo te lo pagaré todo. Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel hasta que pagara la deuda. Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado. Entonces, llamándolo su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? Entonces su señor, enojado, lo entregó a los verdugos, hasta que pagara todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” (Mateo 18:23-35).

Note que el primer siervo fue perdonado porque él le rogó a su amo. Luego vemos que el segundo siervo pidió humildemente al primer siervo el perdón de su deuda. El primer siervo no hizo por el segundo siervo lo que su señor había hecho por él, y esto enojó mucho a su señor. Si esto es así, ¿podía Pedro haber pensado que Jesús esperaba que él perdonara a un hermano que no se arrepentía y que nunca pidió perdón, algo que del todo no se ilustraba en la parábola de Jesús? Altamente improbable, y más aún ya que Jesús acababa de decirle que debía tratar a un hermano impenitente, después de haberlo confrontado apropiadamente, como a un gentil o publicado.

Parece aún más improbable que Pedro hubiera pensado que debía perdonar a un hermano no arrepentido conociendo el castigo que Jesús prometió si no perdonamos a nuestros hermanos de corazón. Jesús prometió cobrarnos de nuevo toda nuestra deuda anterior y entregarnos en manos de los verdugos hasta que pagáramos una deuda imposible de pagar. ¿Sería este un castigo sólo para un cristiano que no perdona a su hermano, un hermano que Dios tampoco perdona? Si un hermano peca contra mí, él peca contra Dios, y Dios no le perdona hasta que se arrepienta. ¿Podría Dios justamente castigarme por no perdonar a alguien a quien Él tampoco perdona?

Otra Objeción

(Another Objection)

¿No oró Jesús por los soldados que se repartían sus vestiduras, “Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23-34)? ¿No indica esto que Dios perdona a los que no pide perdón?

Lo indica, pero sólo hasta cierto grado. Esto indica que Dios muestra misericordia por los ignorantes, una medida de perdón. Debido a que Dios es perfectamente justo, Él no culpa a aquellas personas que no saben que han pecado.

La oración de Jesús por los soldados no garantiza que estén en el cielo, sólo garantiza que no serán juzgados por repartirse las vestiduras del Hijo de Dios pues no sabían quién era Él. Ellos consideraban que Jesús era un criminal más que estaba siendo ejecutado. Así que Dios extendió su misericordia a ellos que ciertamente hubieran merecido ser juzgados si hubieran sabido realmente lo que estaban haciendo.

Pero, ¿oró Jesús a Dios para que perdonara a todos los demás que fueron responsables de alguna manera por sus sufrimientos? No, él no lo hizo. En cuanto a Judas, por ejemplo, Jesús dijo que hubiera sido mejor que no hubiera nacido (ver Mateo 26:24). Jesús ciertamente no oró para que su Padre perdonara a Judas. Al contrario—si consideramos el salmo 69 y el 109 como oraciones proféticas de Jesús, como Pedro las consideró (ver Hechos 1:15-20). Jesús oró para que el juicio cayera sobre Judas, un hombre que no era un trasgresor ignorante.

Como aquellos que luchan por imitar a Jesús, debemos mostrar misericordia por aquellos que ignoran lo que nos han hecho, como es el caso de los no creyentes que se parecen a los soldados que se repartieron las vestiduras de Jesús. Jesús espera que mostremos a los no creyentes una misericordia extraordinaria, amando a nuestros enemigos, haciendo el bien a aquellos que nos odian, bendiciendo a aquellos que nos maldicen y orando por aquellos que nos maltratan (ver Lucas 6:27-28). Debemos derretir su odio con nuestro amor, venciendo el mal con el bien. Este concepto está escrito en la ley de Moisés:

“Si encuentras el buey de tu enemigo o su asno extraviado, regresa a llevárselo. Si ves el asno del que te aborrece caído debajo de su carga, ¿lo dejarás sin ayuda? Antes bien le ayudarás a levantarlo” (Éxodo 23:4-5).

“Si el que te aborrece tiene hambre, dale de comer pan, y si tiene sed dale de beber agua; pues, haciendo esto, harás que le arda la cara de vergüenza y Jehová te recompensará (Proverbios 25: 21-22).

Es interesante que aunque Jesús nos mandó a amar a nuestros enemigos, a hacer el bien a quienes nos odian, a bendecir a los que nos maldicen, y a orar por aquellos que nos maltratan (ver Lucas 6:27-28), Él no nos ordenó perdonarlos. Inclusive podemos amar a las personas sin perdonarlas al igual que Dios ama a las personas sin perdonarlas. No sólo podemos amarlas, sino que debemos amarlas pues esto fue también ordenado por Dios. Y nuestro amor por estas personas debe manifestarse por nuestras acciones.

Únicamente porque Jesús oró al Padre para que perdonara a los soldados que se repartían sus vestiduras, no significa que Dios espera que nosotros ignoremos todo lo que hemos estudiado en la Escritura acerca de perdonar a cualquiera que peca contra nosotros. Esto sólo nos enseña que automáticamente debemos perdonar a aquellos que ignoran el hecho de que han pecado contra nosotros y debemos mostrar una misericordia extraordinaria hacia los no creyentes.

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Un Problema Común

(A Common Problem)

En las iglesias institucionales la gente normalmente resuelve sus disputas dejando la iglesia y trasladándose a otra donde el pastor se interesa por construir su propio reino y no por relacionarse con otros pastores. Él da la bienvenida a sus nuevos miembros y los engaña con extrañas enseñanzas. Este modelo neutraliza efectivamente el mandato de Jesús acerca de los pasos de la reconciliación. Y, normalmente, sólo es cuestión de meses o años antes de que la persona ofendida, a quien estos pastores recibieron en sus iglesias, decida de nuevo cambiar de iglesia por una nueva ofensa cometida en su contra.

Jesús esperaba que las iglesias fueran lo suficientemente pequeñas como para que se congregaran en una casa y que los pastores-ancianos-superintendentes locales trabajaran juntos como un sólo cuerpo. Debido a esto, si un miembro era alejado de una iglesia, efectivamente estaba siendo alejado de todas las iglesias. Es la responsabilidad de cada pastor-anciano-superintendente el pedir información acerca de un nuevo miembro que llegue a la iglesia y contactar el liderazgo de su iglesia anterior para determinar si tal persona puede ser bienvenida.

Los Líderes Caídos

(Fallen Leaders)

Finalmente, un líder que acaba de arrepentirse ¿debería tomar inmediatamente su posición de líder en la iglesia, si había caído en un pecado serio (como el adulterio)? Aunque Dios le perdone inmediatamente (y la iglesia también le perdone inmediatamente), el líder caído habrá perdido la confianza de aquellos a los quien él ministraba. La confianza es algo que se debe ganar. Por lo tanto, los líderes caídos deberían voluntariamente retirarse de su posición de liderazgo y someterse a sus autoridades hasta que ellos recobren su confianza. Estos líderes deben comenzar otra vez. Aquellos que no están dispuestos a humillarse y servir en deberes menores para ganar su confianza otra vez, no deben ser nombrados como líderes nuevamente.

La Intención de Dios por Una Iglesia Santa

(God's Intention for a Holy Church)

Otro problema común de las iglesias institucionales es que con frecuencia estas iglesias están llenas de gente que asiste sólo por el espectáculo, que no cree en la justificación de sus acciones ante los demás hermanos, porque sus relaciones son puramente sociales y no espirituales. Por esto nadie, y mucho menos los pastores, tiene idea del estilo de vida de sus miembros y aquellos que viven sin santidad traen oprobio a la iglesia. Por lo tanto, los que no asisten a las iglesias juzgan a estos creyentes al decir que no hay diferencia entre ellos y los inconversos.

Esto nos da suficientes pruebas para decir que la estructura de las iglesias institucionales no es la intención de Dios para su iglesia santa. Los impíos y la gente hipócrita siempre se están escondiendo en las grandes iglesias institucionales trayendo ignominia a Cristo. Sin embargo, por lo que hemos leído en Mateo 18 15:17, Jesús claramente tenía la intención de que su iglesia consistiera de gente santa, que fueran miembros comprometidos de un cuerpo sin mancha. El mundo miraría a la iglesia como a una novia pura. Sin embargo, hoy el mundo ve a una iglesia que es infiel a su esposo.

La divina intención purificadora de la iglesia es evidente cuando Pablo habla acerca de una situación crítica en la iglesia de los Corintios. Un miembro de la iglesia estaba viviendo en una relación de adulterio con su madrastra:

“Se ha sabido que hay entre vosotros fornicación, y fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles a tal extremo que alguno tiene a la mujer de su padre. Y vosotros estáis envanecidos. ¿No debierais más bien lamentarlo y haber quitado de en medio de vosotros al que cometió tal acción? Ciertamente yo, como ausente en cuerpo pero presente en espíritu, como si estuviera presente he juzgado ya al que tal cosa ha hecho. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesucristo, el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús….. Os he escrito por carta que no os juntéis con los fornicarios. No me refiero en general a todos los fornicarios de este mundo, ni a todos los avaros, ladrones, o idólatras, pues en tal caso os sería necesario salir del mundo. Más bien os escribí para que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, sea fornicario, avaro, idólatra, maldiciente, borracho o ladrón; con el tal ni aun comáis, porque ¿qué razón tendría yo para juzgar a los que están afuera? ¿No juzgáis vosotros a los que están adentro? A los que están fuera, Dios los juzgará. Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros” (1 Corintios 5:1-5, 9-13).

No había necesidad de llevar a este hombre a los cuatro pasos de reconciliación porque no era un creyente verdadero. Pablo se refiere a él como a alguien que se dice llamar “hermano” y como “perverso”. Además, unos versos después, Pablo escribe,

“¿No sabéis que los injustos no heredarán el Reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el Reino de Dios” (1 Corintios 6:9-10).

Claramente, Pablo creía que aquellos que eran inmorales, como el hombre de la iglesia de los corintios, demostraban la falsedad de su fe. Este tipo de personas no deberían ser tratadas como hermanos, y no deberían ser llevadas por los cuatro pasos de la reconciliación. Deberían ser excomulgados, es decir, entregados en las manos de Satanás, para que la iglesia no los motivara más en su pecado, y así ellos verían la necesidad de arrepentirse y poder ser “salvos en el día del Señor Jesús” (ver 1 Corintios 5:5).

En las grandes iglesias alrededor del mundo hoy en día, algunas veces existen cientos de personas que posan como cristianos, pero que desde el punto de vista bíblico no son verdaderos creyentes y deberían ser excomulgados. La Escritura claramente nos muestra que la iglesia tiene la responsabilidad de remover a los que no se arrepienten de sus fornicaciones, adulterios, homosexualidad, borracheras, y demás. Pero este tipo de personas, bajo la protección de la “gracia”, están entre los líderes de la iglesia y aconsejan a otros “creyentes” que tienen problemas similares. Esto es un insulto al poder transformador del evangelio de Jesucristo.