Oración #2

(Sentence #2)

La segunda oración de Jesús hace que el significado de la primera oración, sea aún más claro:

“Todo aquel que quiera salvar su vida, la perderá; y todo aquel que pierda su vida por causa de mí y del evangelio la salvará” (Marcos 8:35).

Nótese la relación entre ambas oraciones; la segunda aclara a la primera. Aquí Jesús hace el contraste entre dos tipos de personas, las mismas que aparecen en la primera oración: “el que se niega a sí mismo y toma su cruz para seguirle y el que no se niega a sí mismo ni toma la cruz”. Ahora se hace el contraste entre uno que perdería su vida por Cristo y por el evangelio y otro que no. Si buscamos la relación entre estos dos, debemos concluir que la persona que no se niega a sí misma corresponde a la que desea salvar su vida pero la pierde. Y aquella en la primera oración que está dispuesta a negarse a sí misma, corresponde a la que perdería su vida, pero en última instancia la salva.

Jesús no estaba hablando acerca de perder o salvar la vida física. Las oraciones siguientes en este pasaje indican que Jesús hablaba de pérdidas o ganancias eternas. Una expresión similar de Jesús registrada en Juan 12:25 dice: “Aquel que ama su propia vida la perderá; y aquel que aborrece su vida en este mundo la salvará para vida eterna” (énfasis agregado).

La persona en la primera oración que no se niega a sí misma, es la misma persona de la segunda oración que desea salvar su vida. Por esto, razonablemente podemos concluir que, “salvar la vida de uno”, es igual a “salvar la agenda de su propia vida”. Esto se vuelve más claro cuando consideramos el contraste con la persona que “pierde su vida por la causa de Cristo y del evangelio”. Esta es la que se niega a sí misma, toma su cruz y renuncia a su propia agenda y ahora vive con el propósito de llevar a cabo la agenda de Cristo y la expansión del evangelio. Es la que al final “salvará su vida”. La persona que busca el complacer a Cristo en vez de a sí misma, al final se encontrará feliz en el cielo, mientras que la persona que se complace a sí misma, al final se encontrará miserable en el infierno, perdiendo toda su libertad de seguir su propia agenda.

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Oración #5

(Sentence #5)

Finalmente, llegamos a la quinta oración en este pasaje. Nótese cómo se relaciona con las otras oraciones al comenzar con “Por tanto”:

“Por tanto, el que se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.” (Marcos 8:38).

De nuevo, esta es la persona que no se negaría a sí misma, sino que seguiría su propia agenda, procurando lo que el mundo ofrece y que, al final, perderá su vida y su alma. Ahora bien, esta persona se caracteriza por ser alguien que se avergüenza de Jesús y sus palabras. Por supuesto que su vergüenza viene de su incredulidad. Si hubiera creído verdaderamente que Jesús es el Hijo de Dios, ciertamente no se avergonzaría de Él ni de sus palabras. Pero es miembro de una “generación adúltera y pecadora” y Jesús se avergonzará de él cuando vuelva. Claramente, Jesús no estaba describiendo a una persona salva.

¿Cuál es la conclusión de todo esto? Todo el pasaje no puede ser considerado adecuadamente como un pasaje que habla de un mayor compromiso para aquellos que ya están camino al cielo. Este pasaje es efectivamente, una revelación del camino a la salvación comparando a aquellos que son salvos con los que no lo son. Las personas salvas creen en el Señor Jesucristo y por eso se niegan a sí mismas por amor a Él, mientras que las que no son salvas, no demuestran esta fe obediente.

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En Resumen

(In Summary)

Todo esto es para decir que el verdadero ministro exitoso es aquel que obedece el mandamiento de Jesús de hacer discípulos y que sabe que el arrepentimiento, compromiso y discipulado no son opciones solamente para los creyentes ya herederos del cielo. Al contrario, estas son las únicas expresiones de una fe salvadora. Por lo tanto, el ministro exitoso predica un evangelio bíblico a aquel que no es salvo. Él llama al no salvo a un arrepentimiento y a seguir a Jesús y no asegura una salvación sin un compromiso.

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Oración #1

(Sentence #1)

“Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Marcos 8:34).

Otra vez, note que las palabras de Jesús estaban dirigidas a cualquiera que quería venir en pos de Él, a cualquiera que quería ser su seguidor. Esta es la única relación que Jesús ofrece inicialmente: el ser su seguidor.

Muchos desean ser amigos de Él sin ser sus seguidores, pero esta opción no existe. Jesús no consideraba a nadie su amigo a no ser que le obedeciera. Una vez Él dijo, “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Juan 15:14).

Muchos desean ser sus hermanos sin ser sus seguidores, pero de nuevo, Jesús no dio esta opción. Él a nadie consideró su hermano a menos que fuera obediente: “El que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, él es mi hermano” (Mateo 12:50, énfasis agregado).

Muchos desean estar con Jesús en el cielo sin ser sus seguidores, pero Jesús dijo que esto era algo imposible. Solo aquellos que obedecen, son herederos del cielo: “No todo el que me dice ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos; sino aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (Mateo 7:21).

Considerando esto, Jesús informó a aquellos que querían seguirle que no podían hacerlo hasta que se negaran a sí mismos. Además, deberían estar dispuestos a deponer sus propios deseos, haciéndose obedientes a su voluntad. El negarse a sí mismo y la sumisión es la esencia de seguir a Jesús. Esto es lo que quiere decir “toma tu cruz”.

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El Nuevo Falso Evangelio

(The New False Gospel)

Debido al falso concepto de la salvación como gracia de Dios, el evangelio moderno ha sido frecuentemente despojado de los elementos bíblicos esenciales que son considerados incompatibles con un mensaje de gracia. Sin embargo, un falso evangelio sólo produce cristianos falsos. Por esto es que muchos de los nuevos “convertidos” modernos, no se encuentran en las iglesias unas semanas después de que “aceptaron a Cristo”. Aún más, muchos de los que asisten a las iglesias no se distinguen de la población que no ha sido regenerada, pues poseen los mismos valores y practican los mismos pecados que sus conservadores vecinos. Esto se debe a que realmente no creen en el Señor Jesucristo y no han nacido de nuevo.

Uno de estos elementos esenciales, ahora dejado atrás por el evangelio moderno, es el llamado al arrepentimiento. Muchos ministros piensan que si le dicen a la gente que deje de pecar, (como Jesús le dijo a la mujer adúltera), esto sería como decirles que la salvación no es por gracia sino por obras. Pero esto no puede ser verdad, porque Juan el Bautista, Jesús, Pedro y Pablo, todos ellos proclamaron que el arrepentimiento es absolutamente necesario para la salvación. Si predicar acerca del arrepentimiento niega en cierta forma la gracia de Dios en la salvación, entonces Juan el Bautista, Jesús, Pedro y Pablo negaron la salvación por la gracia de Dios. Ellos sin embargo, entendieron que la gracia de Dios ofrece temporalmente una oportunidad para arrepentirse y no una oportunidad para seguir pecando.

Por ejemplo, cuando Juan el Bautista proclama lo que Lucas refiere como “el evangelio”, su mensaje central se basa en el arrepentimiento (ver Lucas 3:1-18). Aquellos que no se arrepintieron irían al infierno. (Ver Mateo 3:10-12, Lucas 3:17).

Jesús predicó acerca del arrepentimiento desde el comienzo de su ministerio (ver Mateo 4:17). Él le advirtió a la gente que si no se arrepentía, iba a perecer (ver Lucas 13:3, 5).

Cuando Jesús envió a sus discípulos a predicar a varias ciudades, “Saliendo predicaron que los hombres se arrepintieran” (Marcos 6:12, énfasis agregado).

Después de la resurrección, Jesús les dijo a los doce que llevaran el mensaje de arrepentimiento a todo el mundo, porque esta era la llave para abrir la puerta del perdón.

Y Él les dijo, “Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciera y resucitara de los muertos al tercer día; y que se predicara en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lucas 24:46-47, énfasis agregado)

Los apóstoles obedecieron las instrucciones de Jesús. Cuando Pedro estaba predicando en el día del Pentecostés, las personas convencidas de pecado que le escuchaban, al darse cuenta de la verdad del hombre a quien ellos habían crucificado recientemente, preguntaron a Pedro qué deberían hacer. Su respuesta, ante todo, fue que debían arrepentirse (ver Hechos 2:38).

El segundo sermón público de Pedro, en el pórtico de Salomón, contiene un mensaje idéntico. Los pecados no serán borrados sin arrepentimiento:[1]

Así que, arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados (Hechos 3:19a, énfasis agregado)

Cuando Pablo testificó ante el rey Agripa, él declaró que su evangelio siempre había tenido el mensaje de arrepentimiento:

“Consecuentemente, rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial, sino que anuncié primeramente a los que están en Damasco y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles que se arrepintieran y se convirtieran a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento” ( Hechos 26:19-20, énfasis agregado).

En Atenas, Pablo advirtió a su audiencia que todos estarían en el juicio ante Cristo, y los que no se arrepintieran, no estarían preparados para ese gran día:

“Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, acreditándolo ante todos al haberlo levantado de los muertos” ( Hechos 17:30-31, énfasis agregado).

En su sermón de despedida a los ancianos de Éfeso, Pablo mencionó el arrepentimiento junto con la fe como una parte esencial de su mensaje:

“Y como nada que fuera útil he rehuido… solemnemente testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hechos 20:20a, 21, énfasis agregado).

Esta lista de pruebas en la escritura debería ser suficiente para convencer a cualquiera de que, a menos que la necesidad de arrepentimiento sea proclamada, el verdadero evangelio no ha sido aún predicado. La relación con Dios comienza con arrepentimiento. No hay perdón de pecados sin esto.


[1] Además, cuando Dios le reveló a Pedro que los gentiles podían ser salvos simplemente al creer en Jesús, Pedro declaró en la casa de Cornelio, ” En verdad entiendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” ( Hechos 10:34b-35, énfasis agregado). Pedro también declaró en Hechos 5:32 que Dios dio el Espíritu Santo “a aquellos que le obedecieran”. En todos los verdaderos cristianos habita el Espíritu Santo (ver Romanos 8:9, Gálatas 4:6).

 

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El Origen de Esta Falsa Doctrina

(The Origin of this False Doctrine)

Si en la escritura no se encuentran dos clases separadas de cristianos, los creyentes y los discípulos, ¿cómo es que se defiende esta doctrina? La respuesta es que esta falsa doctrina está sólidamente apoyada por otra falsa doctrina acerca de la salvación. Esta doctrina alega que los requisitos que demanda el discipulado, no son compatibles con el hecho de que la salvación es por gracia. Con esta lógica, se concluye que los requisitos para el discipulado, no son los mismos requisitos para la salvación. Por lo tanto, ser un discípulo debe ser un paso opcional para los creyentes herederos del cielo que son salvos por gracia.

El error fatal de esta teoría es que hay muchas partes de la Escritura que se le oponen. Por ejemplo, Jesús fue claro cuando, hacia el final de su Sermón del Monte, luego de haber enumerado varios mandamientos Él dijo:

No todo el que me dice, “Señor, Señor”, entrará al reino de los cielos; sino aquel que hace la voluntad de mi padre que está en los cielos” (Mateo 7:21).

Claramente Jesús relacionó obediencia con salvación, aquí y en muchos otros discursos. Así que, ¿cómo podemos considerar numerosas escrituras como ésta con la afirmación bíblica de que la salvación es por gracia? Es muy simple. Dios, por su asombrosa gracia, está ofreciendo temporalmente a todos una oportunidad de arrepentirse, creer, y nacer de nuevo, motivado poderosamente a obedecer por el Espíritu Santo. Así que la salvación es por gracia. Sin la gracia de Dios, nadie podría ser salvo, porque todos han pecado. Los pecadores no pueden merecer la salvación. Así que ellos necesitan la gracia de Dios para ser salvos.

La gracia de Dios es revelada en tantas formas en relación con nuestra salvación. Es revelada en la muerte de Jesús en la cruz, en el llamado que nos hace Dios para el evangelio, cuando Él nos acerca a Jesús, cuando nos convence de nuestro pecado, al darnos una oportunidad de arrepentimiento, al regenerarnos y llenarnos de su Espíritu Santo, al romper el poder del pecado sobre nuestras vidas, al darnos poder para vivir en santidad, al disciplinarnos cuando pecamos y así sucesivamente. No hemos ganado ninguna de estas bendiciones. Somos salvos por gracia desde el comienzo hasta el final.

Sin embargo, de acuerdo con la Escritura, la salvación no es sólo “por gracia”, sino “por medio de la fe”: “por gracia sois salvos por medio de la fe” (Efesios 2:8a, énfasis agregado). Estos dos componentes son necesarios y compatibles. Si la gente es salva, ambas, la fe y la gracia son necesarias. Dios extiende su gracia y nosotros respondemos con fe. Por supuesto que la fe genuina produce obediencia a los mandamientos de Dios. Como Santiago escribió en el segundo capítulo de su epístola, la fe sin obras esta muerta, no tiene provecho y no puede salvar (ver Santiago. 2:14-26).[1]

El hecho es que la gracia de Dios nunca le ha ofrecido a nadie una licencia para pecar. Al contrario, la gracia de Dios ofrece temporalmente una oportunidad para arrepentirse y nacer de nuevo. Después de la muerte, no hay más oportunidad de arrepentirse y nacer de nuevo y por esto la gracia de Dios ya no estaría disponible. Por lo tanto su gracia salvadora debe de ser temporal.


[1] Aún más adelante, contrario a aquellos que sostienen que somos salvos por medio de la fe sin obras, Santiago dice que no podemos ser salvos únicamente por fe, “veréis que el hombre no es sólo justificado por fe, sino por obras”. La fe verdadera nunca está sola; siempre está acompañada de obras.

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Comenzando Correctamente

(Beginning Rightly)

Bíblicamente hablando, un discípulo es un sincero creyente del Señor Jesucristo, es alguien que permanece en su palabra y consecuentemente es libre del pecado. Un discípulo es aquel que está aprendiendo a obedecer todos los mandamientos de Cristo, y es alguien que ama a Jesús más que a su propia familia, sus propias comodidades, y sus posesiones y manifiesta este amor por su estilo de vida. Los verdaderos discípulos de Jesús se aman los unos a los otros y demuestran este amor en formas muy prácticas. Ellos llevan fruto.[1] Esta es la clase de gente que Jesús quiere.

Obviamente aquellos que no son sus discípulos, no pueden hacer discípulos para Él. Por eso, primeramente nosotros mismos tenemos que estar seguros de que somos sus discípulos antes de pensar en formar discípulos para Él. Muchos ministros, cuando exponen un criterio que va en contra de la definición bíblica de lo que es un discípulo, están lejos del sentir de Cristo. No hay esperanza de que tales ministros puedan hacer discípulos, y de hecho, no lo intentarán. No están suficientemente comprometidos con Jesucristo para sobrellevar las dificultades que vienen al hacer discípulos.

A partir de este punto, voy a asumir que los ministros que continuarán leyendo son discípulos del Señor Jesús, comprometidos completamente a obedecer sus mandamientos. Si tú no lo eres, no tiene caso que sigas leyendo hasta que hagas el compromiso necesario de ser un verdadero discípulo. ¡No esperes más, póstrate sobre tus rodillas y arrepiéntete! Por su maravillosa gracia, Dios te perdonará y te hará una nueva creación en Cristo.


[1] Esta definición es derivada de lo que ya hemos leído en Mateo 28:18-20, Juan 8:31-32; 13:25, 15:8 y Lucas 14: 25-33.

 

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El Llamado de Jesús a un Compromiso

(Jesus' Calls to Commitment)

Jesús no solamente llamó a los no salvos a volverse del pecado, sino que también los llamó a un compromiso de seguirle y obedecerle inmediatamente. Él nunca ofreció salvación en menores términos, como se hace hoy día. Él nunca invitó a la gente a que lo “aceptaran”, prometiéndoles su perdón, para después darles una sugerencia para comprometerse a obedecerle. Al contrario, Jesús demandó que el primer paso debe de ser un compromiso de todo corazón.

Tristemente, el llamado de Jesús a un compromiso costoso es simplemente ignorado por los cristianos de hoy en día, o si se habla de ello, se explica como un llamado a una relación más profunda con Dios que está supuestamente dirigida, no a los que no son salvos, sino a aquellos que ya son salvos por la gracia de Dios. Sin embargo, muchos de estos “creyentes” que proclaman que el alto compromiso del que habló Jesús se dirige a ellos en vez de a los no convertidos, no atienden a Su llamado en su interpretación. Tienen la opción de no responder en obediencia, y no lo hacen.

Consideremos una de las invitaciones de Jesús a la salvación, que es interpretada frecuentemente como un llamado a un caminar más profundo, supuestamente dirigida a aquellos que ya son salvos:

“Y Él (Jesús), llamando a las multitudes y a sus discípulos les dijo: Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Todo aquel que quiera salvar su vida la perderá, y todo aquel que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará, porque ¿de qué le aprovechará al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? Por tanto, el que se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles” (Marcos 8: 34-38).

¿Es esta una invitación dirigida a los no creyentes o una invitación para una relación de compromiso dirigida a los creyentes? Si leemos honestamente, la respuesta será obvia.

Primero, nótese que la multitud que seguía a Jesús consistía en “una multitud con sus discípulos” (énfasis agregado). Entonces claramente, “la multitud” no consistía de sus discípulos. De hecho ellos eran “convocados” por Él para escuchar lo que Él iba a decir. Jesús quería que todos, seguidores y buscadores, entendieran la verdad de lo que Él les iba a hablar. Nótese también que Él comienza diciendo “Si alguno” (v. 34, énfasis agregado). Sus palabras eran para alguien y para todos.

Al continuar leyendo, se vuelve más claro a quién se estaba dirigiendo Jesús. Específicamente, sus palabras eran dirigidas a cada persona que deseaba (1) “ir en pos” de Él, (2) “salvar su vida”, (3) “no perder su alma”, (4) estar al lado de aquellos de los que Él no se avergonzaría cuando viniera en la gloria de su Padre con sus santos ángeles. Todas estas cuatro expresiones indican que Jesús estaba describiendo a personas que quieren ser salvas. ¿O pensaríamos que hay alguna persona heredera del cielo que no quiere ir “en pos” de Jesús y “salvar su vida”? ¿Pensaríamos que hay creyentes verdaderos que “perderían el alma” por avergonzarse de Cristo y de sus palabras, y que Jesús se avergonzaría de ellos cuando Él vuelva? Obviamente, Jesús estaba hablando acerca de ganar la salvación eterna en este pasaje de la Escritura.

Nótese que cada una de las últimas cuatro oraciones ayudan a explicar y expandir la oración previa. Ninguna oración dentro de este pasaje debe de ser interpretada sin considerar cómo las otras la iluminan. Consideremos las palabras de Jesús, oración por oración con su significado.

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Capítulo Dos – Comenzando Correctamente » El Llamado de Jesús a un Compromiso

Realidades en Cristo

(In-Christ Realities)

A través de las epístolas del Nuevo Testamento, encontramos frases tales como “en Cristo”, “con Cristo”, “a través de Cristo” y “en Él”. Estas frases frecuentemente revelan algún beneficio que nosotros como creyentes poseemos debido a lo que Jesús ha hecho por nosotros. Cuando nosotros nos vemos como Dios nos ve, “en Cristo”, esto nos ayuda a vivir como Dios quiere que vivamos. El ministro que hace discípulos les enseñará quiénes son ellos en Cristo para ayudarles a crecer y madurar espiritualmente.

Primero, ¿Qué significa estar “en Cristo”?

Cuando nacemos de nuevo, nos colocamos en el cuerpo de Cristo y somos uno con Él, espiritualmente. Veamos algunos ejemplos de las epístolas del Nuevo Testamento que afirman esto:

“así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo” (Romanos 12:5, énfasis agregado).

“Pero el que se une al Señor, un espíritu es con Él” (1 Corintios 6:17, énfasis agregado).

“Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo y miembros cada uno en particular” (1 Corintios 12:27, énfasis agregado).

Nosotros que hemos creído en el Señor Jesús debemos vernos a nosotros mismos unidos a Él, miembros de su cuerpo y un espíritu con Él. Él está en nosotros y nosotros en Él.

Aquí hay un verso que nos dice algunos beneficios que tenemos por la virtud de estar en Cristo:

“Pero por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación, y redención” (1 Corintios 1:30, énfasis agregado).

En Cristo, somos hechos justos (declarados sin culpa y haciendo lo correcto), santificados (apartados para el uso santo de Dios), y redimidos (libres de la esclavitud). No estamos esperando ser justificados, santificados o redimidos en el futuro. Más bien, tenemos todas estas bendiciones ahora porque estamos en Cristo. En Cristo todos nuestros pecados han sido perdonados.

“Él nos ha librado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Colosenses 1:13-14, énfasis agregado).

Esta escritura también nos dice que ya no estamos en el reino de Satanás, el dominio de las tinieblas, sino que ahora estamos en el reino de la luz, el Reino de Jesús.

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron, todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17, énfasis agregado).

Alabemos a Dios porque si eres un seguidor de Cristo, tú eres una nueva “criatura”, ¡como una oruga se transforma en mariposa! Tu espíritu tiene una nueva naturaleza. Anteriormente poseías la naturaleza egoísta de Satanás en tu espíritu, pero ahora todo tu pasado ha quedado atrás.

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Capítulo Diecinueve – Realidades en Cristo » Realidades en Cristo

Comentario de Jesús

(Jesus' Commentary)

Jesús ciertamente pensaba que ser un discípulo no era algo secundario o un paso opcional para los creyentes. Sus tres requisitos para discipulado que leemos en Lucas 14, no eran dirigidos a los creyentes como una invitación a un nivel más alto de compromiso. Al contrario, Sus palabras eran dirigidas a las multitudes. El discipulado es el primer paso en una relación con Dios. Además, leemos en Juan 8:

Al hablar Él estas cosas, muchos creyeron en Él. Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en Él, “Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente Mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. (Juan 8: 30-32).

Nadie puede negar el hecho de que Jesús hablaba a los nuevos creyentes acerca de ser sus discípulos. Jesús no le dijo a estos nuevos creyentes, “quizá alguna vez en el futuro deseen considerar la opción de tomar el siguiente paso, un paso de compromiso: el ser mis discípulos”. Al contrario, Jesús dijo a estos nuevos creyentes que Él esperaba que ya fueran sus discípulos, pues las palabras creyente y discípulo eran sinónimas. Él les dijo que la forma en que ellos podían probar que eran sus discípulos, era permaneciendo en su palabra, como resultado de haber sido libres del pecado (ver 8: 34-36).

Jesús sabía que la profesión de fe de la gente no era una garantía de que fueran creyentes. Él también sabía que aquellas personas que realmente creían que Él era el Hijo de Dios, actuarían como tal – serían inmediatamente sus discípulos – anhelando el obedecerle y complacerle. Tales creyentes/discípulos permanecerían naturalmente en su palabra, haciéndola su casa. Y conforme descubrían su voluntad al aprender sus mandamientos, progresivamente llegarían a ser libres del pecado.

Es por esto que Jesús retó inmediatamente a estos nuevos creyentes a probarse a sí mismos. Su declaración, “si son verdaderamente mis discípulos”, indica que Él creía que había una posibilidad de que no fueran verdaderos discípulos, sino sólo discípulos en apariencia. Podían haberse engañado a sí mismos. Sólo si pasaban esta prueba de Jesús, ciertamente podían ser sus discípulos. (Al leer el resto del diálogo en Juan 8:37-59 parece que Jesús tuvo una buena razón para dudar de su sinceridad.)

Nuestra escritura clave, Mateo 28:18-20, rechaza la teoría de que los discípulos fueran una clase más alta de cristianos comprometidos. Jesús ordenó en la Gran Comisión que los discípulos fueran bautizados. Por supuesto, el libro de los Hechos indica que los apóstoles no esperaron hasta que los nuevos creyentes tomaran un “segundo paso de un compromiso radical con Cristo”, antes de bautizarlos. Al contrario, los apóstoles bautizaron a todos los creyentes nuevos casi inmediatamente después de su conversión, pues creyeron que los verdaderos creyentes eran discípulos.

Debido a esto, aquellos ministros que creen que los discípulos son los únicos creyentes con compromiso, están fallando en su propia teoría. La mayoría de estos bautizan a todos los que creen en Jesús sin esperar hasta que alcancen otro nivel de compromiso llamado “discipulado”. Si realmente creen en lo que predican, deberían bautizar únicamente a aquellos que alcancen el nivel de discipulado, los cuales deben de ser muy pocos.

Tal vez, un golpe final a esta diabólica doctrina será suficiente. Si los discípulos son diferentes a los creyentes, ¿por qué es que Juan escribió que el amor por los hermanos es una marca que identifica a los creyentes verdaderos que han nacido de nuevo (ver 1 Juan 3:14)? Y ¿por qué Jesús dijo que el amor por los hermanos es una marca que identifica a Sus verdaderos discípulos (ver Juan 13:35)?


[1] Este pasaje de la Escritura también expone los errores prácticos y modernos que asumen los nuevos convertidos en su salvación. Jesús no les aseguró a estos nuevos convertidos que ya eran salvos sólo porque ellos habían hecho una corta oración para aceptarle o verbalizar una fe en Él. Al contrario, Él los retó a considerar si su nueva profesión era genuina. Nosotros deberíamos seguir su ejemplo.

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