La Definición de la Muerte Espiritual

(Spiritual Death Defined)

Pablo describe lo que significa la muerte espiritual en Efesios 2:1-3:

“Él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia. Entre ellos vivíamos también todos nosotros en otro tiempo, andando en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos; y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (énfasis agregado).

Ciertamente, Pablo no se refería a la muerte física, porque él estaba hablando con personas vivas físicamente. Sin embargo, él dijo una vez que ellos estaban “muertos en sus delitos y pecados”. Es el pecado el que abre la puerta a la muerte espiritual (ver Romanos 5:12). Estar muerto espiritualmente quiere decir que se posee una naturaleza pecadora en el espíritu. Note que Pablo dijo que ellos eran “por naturaleza hijos de ira”.

Además, estar espiritualmente muerto significa poseer en cierta forma la naturaleza de Satanás en tu espíritu. Pablo dijo que aquellos que estaban muertos espiritualmente tenían el espíritu del “príncipe de la potestad del aire” obrando en ellos. El “príncipe de la potestad del aire” es sin ninguna duda el diablo (ver Efesios 6:12), y su espíritu está trabajando en todos aquellos que no son salvos.

Jesús cuando hablaba con unos judíos no regenerados, dijo,

“Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla, pues es mentiroso y padre de mentira” (Juan 8:44).

Desde un punto de vista espiritual, aquellos que no han nacido de nuevo no sólo tienen la naturaleza de Satanás viviendo en sus espíritus, sino que también Satanás es su padre espiritual. Son naturalmente como su padre. Son homicidas y mentirosos.

No todos aquellos que no son salvos son homicidas, pero les motiva el mismo odio que a los homicidas. Inclusive, podrían llegar a asesinar algún día, si se pudieran salir con la suya. La legalización del aborto en muchos países prueba este hecho. Los no salvos matarían incluso a sus propios hijos no nacidos.

Es por esto que la persona debe experimentar un nuevo nacimiento. Cuando lo hace, esa naturaleza satánica y pecadora es quitada de su espíritu y reemplazada con la naturaleza santa de Dios. El Espíritu Santo de Dios viene a residir en la persona y ésta ya no estará “muerta espiritualmente” sino “espiritualmente viva”. Su espíritu ya no estará muerto, sino que estará vivo en Dios. En vez de ser un hijo espiritual de Satanás, será un hijo espiritual de Dios.

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La Guerra

(The War)

Si en algún momento te das cuenta que deseas hacer cosas erróneas, entonces quiere decir que has experimentado “el deseo de la carne”. Sin duda también has descubierto que cuando eres tentado por la carne para hacer lo malo, algo dentro de ti se resiste a esa tentación. Este es “el deseo del Espíritu”. Y si reconoces el sentimiento de culpa dentro de ti cuando caes en la tentación, entonces reconoces la voz de tu espíritu, a la cual llamamos “conciencia”.

Dios sabía muy bien que nuestros deseos carnales nos tentarían a hacer lo malo. Sin embargo, esto no es una excusa para justificar la caída ante tales deseos. Dios todavía espera que actuemos en obediencia y santidad y que triunfemos sobre la naturaleza de la carne:

“Digo, pues: andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gálatas 5:16).

No hay ninguna fórmula mágica para superar la carne. Pablo simplemente dijo que deberíamos “andar en el Espíritu” y “no satisfacer los deseos de la carne” (Gálatas 5:16). Ningún cristiano tiene más ventaja que otro en esta área. El caminar en el Espíritu es una simple decisión que debemos tomar, y nuestra devoción a Dios puede ser medida por el grado en el que le demos cabida a los deseos de la carne.

Relacionado a esto, Pablo escribió:

“Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:24).

Note que Pablo dice que aquellos que pertenecen a Cristo han crucificado la carne (tiempo pasado). Esto pasa cuando nos hemos arrepentido y hemos creído en el Señor Jesucristo. Nosotros crucificamos la naturaleza pecadora, decidiendo obedecer a Dios y resistiendo al pecado. Entonces ahora no se trata de crucificar la carne, sino de mantener la carne crucificada.

No siempre es fácil el mantener la carne crucificada, pero sí es posible. Si nosotros actuamos dirigidos por la persona que vive dentro de nosotros, en vez de ceder a los impulsos de la carne, entonces manifestaremos la vida de Cristo y caminaremos en santidad ante Él.

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El Residuo de la Vieja Naturaleza

(The Residue of the Old Nature)

Después del nuevo nacimiento, los cristianos pronto descubren que son gente con dos naturalezas, experimentando lo que Pablo llama la guerra entre “el espíritu y la carne”:

“Porque el deseo de la carne es contra el espíritu y el del espíritu contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisierais” (Gálatas 5:17).

El residuo de la vieja naturaleza pecadora que permanece en nosotros es lo que Pablo llama “la carne”. Estas dos naturalezas producen distintos deseos en nosotros, que si nos doblegan causan diferentes acciones y estilos de vida. Véase el contraste que Pablo hace entre las “obras de la carne” y “los frutos del Espíritu”:

“manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, inmoralidad sexual, inmundicia, lujuria, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, divisiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas. En cuanto a esto os advierto, como ya os he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el Reino de Dios. Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley” (Gálatas 5:19-23).

Naturalmente, es posible para los cristianos el obrar en la carne; de otra forma Pablo no los hubiera advertido acerca de que no heredarían el Reino de Dios si practicaban las obras de la carne. En su carta a los romanos, Pablo también escribió acerca de las dos naturalezas de los cristianos y advirtió sobre las mismas consecuencias para los que obraban en la carne:

“Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, pero el espíritu vive a causa de la justicia. Así, que, hermanos deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne, porque si vivís conforme a la carne moriréis; pero si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios” (Romanos 8:10,12-14, énfasis agregado).

Ésta es una clara advertencia a los cristianos. Vivir (que indicaría una práctica regular) de acuerdo a la carne da como resultado la muerte. Pablo debió estar advirtiendo acerca de la muerte espiritual, porque todos eventualmente morimos físicamente, aún los cristianos que están “haciendo morir las obras de la carne”.

Un cristiano puede caer temporalmente en uno de los pecados que Pablo mencionó; pero cuando un creyente peca, él se siente culpable y se espera que se arrepienta. Cualquiera que confiese sus pecados y le pida perdón a Dios, por supuesto que Dios le perdonará y limpiará (ver 1 Juan 1:9).

Cuando un cristiano peca, no quiere decir que ha quebrantado su relación con Dios—quiere decir que ha quebrantado su comunión. Él es todavía un hijo de Dios, pero ahora es un hijo de Dios desobediente. Si el creyente no confiesa su pecado, él se encontrará en una posición en la cual puede ser disciplinado por Dios.

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Jesús en el Nuevo Nacimiento

(Jesus on the New Birth)

Una vez, Jesús habló con un líder judío llamado Nicodemo acerca de la necesidad del espíritu humano de nacer de nuevo por la acción del Espíritu Santo:

“le respondió Jesús (a Nicodemo): De cierto, de cierto te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el Reino de Dios. Nicodemo le preguntó: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne, carne es; y lo que nace del espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: “os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:3-7).

Al principio, Nicodemo pensó que Jesús estaba hablando acerca de un renacimiento físico, cuando Él dijo que una persona debe nacer de nuevo para entrar al Reino de Dios. Sin embargo, Jesús dejó claro que Él estaba hablando acerca de un renacimiento espiritual. Esto quiere decir que el espíritu de la persona debe nacer de nuevo.

La razón por la cual necesitamos nacer de nuevo en el espíritu es porque nuestros espíritus han sido infectados con maldad y una naturaleza pecadora. Esta naturaleza pecadora se describe con frecuencia en la Biblia como muerte. Para un mejor entendimiento, nos referiremos a esta naturaleza maligna como muerte espiritual y así podremos diferenciar entre ésta y la muerte física (que es cuando los cuerpos físicos dejan de funcionar).

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El espíritu Humano Más Definido

(The Human Spirit More Defined)

En 1 Pedro 3:4, Pedro se refiere al espíritu como “el interno”, indicando que el espíritu es una persona. Pablo también se refirió al espíritu como el “hombre interior”, indicando que creía que el espíritu humano no era sólo un concepto o una fuerza, sino una persona:

“Por tanto, no desmayamos; antes, aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día” (2 Corintios 4:16, énfasis agregado).

Sin duda, el hombre exterior describe al cuerpo físico, mientras que el hombre interior define al espíritu. Entretanto el cuerpo se hace más viejo, el espíritu se renueva cada día.

Nótese de nuevo que Pablo se refiere al cuerpo y al espíritu como hombres. Así que cuando tú te imagines tu espíritu, no te imagines una nube espiritual. Es mejor imaginar una persona con una forma parecida a ti. Sin embargo, si tu cuerpo está viejo, no pienses que tu espíritu se ve viejo. Imagina como tú eras en la mejor etapa de tu vida, porque tu espíritu nunca se ha envejecido. Éste se renueva día con día.

Tu espíritu es la parte de ti que ha nacido de nuevo (si has creído en el Señor Jesucristo). Tu espíritu ha sido unido al espíritu de Dios (ver 1 Corintios 6:17), y él es el único que te guía en tanto que tú sigas a Jesús (ver Romanos 10:14).

La Biblia nos enseña que Dios también es un espíritu (ver Juan 4:24) como también lo son los ángeles y los demonios. Todos ellos tienen formas y todos ellos existen en el mundo espiritual. Sin embargo, el mundo espiritual no puede percibirse por medio de nuestros sentidos físicos. Pretender contactar al mundo espiritual con nuestros sentidos físicos, es como querer sentir las señales de radio con nuestras manos. No podemos percibir con nuestras manos las ondas de radio que viajan por una habitación, pero esto no quiere decir que las ondas de radio no estén presentes. La única forma de contactar las frecuencias radiales es por medio de la radio.

Esto también es cierto en el mundo espiritual. Aunque el mundo espiritual no pueda ser percibido por nuestros sentidos físicos, eso no significa que no existe. Sí existe, y aunque las personas no se den cuenta, ellas son parte del mundo espiritual porque son seres espirituales. Se pueden relacionar espiritualmente con Satanás (si no se han arrepentido) o se pueden relacionar espiritualmente con Dios (si han nacido de nuevo). Algunos espiritistas han aprendido a relacionarse con el mundo espiritual a través de sus espíritus, pero, al hacerlo, están contactándose con el mundo de Satanás y sus dominios, el reino de las tinieblas.

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El Nuevo Nacimiento

(The New Birth)

Cuando la gente se arrepiente y cree en el Señor Jesucristo, “nacen de nuevo”. ¿Qué significa exactamente nacer de nuevo? De esto trata este capítulo.

Para entender el significado de nacer de nuevo, es necesario entender la naturaleza humana. La Escritura nos dice que no sólo somos cuerpo, sino también espíritu. Por ejemplo, Pablo escribe,

“Que el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser; espíritu, alma y cuerpo sea guardado irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5: 23, énfasis agregado).

Como Pablo lo dijo, podemos considerarnos como seres tripartitos, que consisten en espíritu, alma y cuerpo. La Escritura no define con precisión estas tres partes, así que nosotros hacemos lo mejor para diferenciarlas al entender el significado de las palabras. Usualmente decimos que nuestro cuerpo es nuestro ser físico, la carne, los huesos, la sangre y demás. Nuestra alma es nuestro ser emocional e intelectual, la mente. Nuestro espíritu es obviamente nuestro ser espiritual, o como el apóstol Pedro lo describe “el interno, el del corazón” (1 Pedro 3:4).

Debido a que el espíritu es invisible al ojo físico, las personas que no han sido regeneradas (que no han nacido de nuevo) tienden a desacreditar su existencia. Sin embargo, la Biblia es clara al decir que todos nosotros somos seres espirituales. La Escritura nos dice que cuando una persona muere, únicamente el cuerpo es lo que deja de funcionar, en tanto que el espíritu y el alma siguen funcionado como siempre. A la hora de la muerte, el cuerpo no estará en el juicio ante Dios (ver Hebreos 9:27). Después del juicio, las personas van al cielo o al infierno. Eventualmente el espíritu y el alma de cada persona se reunirán con su cuerpo a la hora de la resurrección.

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Cuerpos Eternos

(Eternal Bodies)

Tomemos un momento para mencionar algo acerca de nuestros cuerpos. Aunque estos morirán en algún momento, nuestra muerte física no será permanente. Vendrá el día cuando Dios mismo resucitará a todo cuerpo humano que haya muerto. Jesús dijo,

“No os asombréis de esto, porque llegará la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida; pero los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Juan 5: 28-29).

El apóstol Juan escribió en el libro de Apocalipsis que la resurrección de los cuerpos de los inicuos ocurriría por lo menos mil años después de la resurrección de los cuerpos de los justos:

“Y vivieron (los santos que fueron decapitados en la gran tribulación) y reinaron con Cristo mil años. Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. Esta es la primera resurrección.[1] Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección…. Serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con él mil años” (Apocalipsis 20:4b-6).

La Biblia también nos informa que cuando Jesús vuelva para llevarse a su iglesia, todos los cuerpos muertos de los justos serán resucitados y se juntarán con sus espíritus cuando vuelvan del cielo con Jesús a la atmósfera de la Tierra:

“Si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron con él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. El Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo. Entonces los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:14-17).

Dios formó al primer hombre del polvo de la tierra, y no debe ser ningún problema para Él tomar los elementos del cuerpo de cada persona y volver a dar forma a sus cuerpos individuales con los mismos materiales.

Concerniente a la resurrección de nuestros cuerpos, Pablo escribió:

“Así también sucede con la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual….Pero esto os digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. Os digo un misterio: No todos moriremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta, porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles y nosotros seremos transformados, pues es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción y que esto mortal se vista de inmortalidad” (1 Corintios 15:42-44a, 50-53).

Nótese que las características de nuestros cuerpos nuevos es que estos serán inmortales e incorruptibles. ¡Estos nunca envejecerán, o se enfermarán, o morirán! Nuestros cuerpos nuevos serán igual al cuerpo nuevo que recibió Jesús luego de su resurrección:

“Pero nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo mortal en un cuerpo glorioso semejante al suyo, por el poder por el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Filipenses 3:20-21, énfasis agregado).

El apóstol Juan también afirmó esta maravillosa verdad:

“Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal como Él es” (1 Juan 3:2, énfasis agregado).

Aunque es imposible para nuestras mentes comprender de lleno esta verdad, ¡podemos creer y regocijarnos por lo que nos espera![2]


[1] Ya que Juan dijo que ésta era la “primera resurrección”, esto nos lleva a creer que no hubo otra resurrección masiva antes. Debido a que ésta toma lugar al final de la gran tribulación del mundo, cuando Jesús vuelva, esto contradice la idea de un rapto anterior a esta tribulación. Como sabemos, habrá una resurrección masiva cuando Jesús venga para el rapto de la iglesia de acuerdo con 1 Tesalonicenses 4:13-17. Estudiaremos más de esto en otro capítulo titulado Los Tiempos Finales.

[2] Para un estudio posterior acerca del tema de la resurrección, vea Danie112:1-2; Juan 11:23-26; Hechos 24:14-15; 1 Corintios 15:1-57.

 

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Capítulo Diez – El Nuevo Nacimiento » Cuerpos Eternos

Un Tercer Requisito

(A Third Requirement)

Jesús, ese mismo día, dio a las multitudes un requisito más de lo que es ser un discípulo:

Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo (Lucas 14: 33).

De nuevo, sería lógico concluir que Jesús estaba usando una hipérbole. No necesitamos renunciar a todas nuestras posesiones en el sentido de que tenemos que dejar nuestro refugio, abrigo, y comida. Sin embargo, ciertamente tenemos que renunciar a nuestras posesiones en el sentido de dar la mayordomía de nuestras posesiones a Dios, y saber que ya no somos servidores del espíritu de codicia, pues servimos a Dios con nuestras posesiones. Ciertamente el resultado podría ser, renunciar a muchas de nuestras posesiones innecesarias y vivir una vida simple con una mayordomía generosa y compartir, como lo hicieron los primeros cristianos como leímos en el libro de los Hechos. Ser un discípulo de Cristo significa obedecer sus mandamientos y Él ordenó a sus seguidores el no hacerse tesoros en la tierra, si no, en el cielo.

En resumen, de acuerdo con lo que Jesús dijo, si yo soy su discípulo, tengo que llevar fruto. Tengo que amarlo grandemente, mucho más que a los miembros de mi propia familia. Tengo que estar dispuesto a enfrentar el inevitable y difícil trabajo que se levantará como resultado de mi decisión de seguirle. Y tengo que hacer, lo que Él me diga con mis posesiones y mis ingresos. (Y muchos de sus mandamientos tienen algo que decir en cuanto a esto así que no tengo que engañarme a mí mismo como muchos lo hacen diciendo, “si el Señor me dice que tengo que hacer algo con mis posesiones, haré cualquier cosa que Él me pida”).

¡Y esta es la clase de cristianos comprometidos y seguidores de Cristo que nosotros como ministros se supone que debemos producir! ¡Esta es la meta ordenada por Dios! Nosotros somos llamados a ser ¡Ministros formadores de discípulos!

Muchos ministros alrededor del mundo no parecen notar la falta de esta verdad fundamental. Si evalúan sus ministerios, como yo lo hice, llegarían a la conclusión como yo lo hice, de que están lejos del deseo y la expectación de Dios. Cuando consideré el nivel de compromiso con Cristo que demostraba la gente de mi congregación, tuve poca duda de que había muchos que no calificaban como verdaderos discípulos.

Pastores, echen un vistazo a su congregación. ¿A cuántos considera Jesús como sus discípulos de acuerdo a lo que Él dijo en Lucas 14:26-33? Evangelistas, ¿está el mensaje que ustedes predican produciendo gente que se compromete a obedecer todos los mandamientos de Cristo?

Ahora es el tiempo de evaluar nuestros ministerios, antes de que estemos en la evaluación final frente a Jesús. Si yo estuviera lejos de su meta, mejor la descubriría ahora que después. ¿No haría usted lo mismo?

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Capítulo Uno – Estableciendo la Meta Correcta » Un Tercer Requisito

Un Último y Sano Pensamiento

(A Final Sobering Thought)

Claramente, Jesús quiere que las personas se conviertan en sus discípulos, como lo reveló en sus palabras a las multitudes registradas en Lucas 14: 26–33. ¿Qué tan importante es ser su discípulo? ¿Qué pasaría si alguno decide no ser su discípulo? Jesús respondió a esta pregunta al final de su discurso en Lucas 14:

Por lo tanto, la sal es buena, pero si la sal se hace insípida, ¿con que se sazonará? Ni para la tierra ni para el muladar es útil; la arrojan fuera. El que tiene oídos para oír, oiga. (Lucas 14: 34-35).

Nótese que estas declaraciones se relacionan con lo anterior, pues el texto comienza con la frase por lo tanto. Se supone que la sal tiene que ser salada. Eso es lo que la convierte en sal. Si pierde su sabor, es inservible y la “arrojan fuera”.

¿Qué tiene que ver esto con ser un discípulo? Así como se espera que la sal sea salada, Jesús espera que las personas sean sus discípulos. Debido a que Él es Dios, nuestra obligación razonable es amarle grandemente y tomar nuestras cruces. Si no somos sus discípulos, estamos rechazando su razón para nuestra existencia. Seríamos buenos para nada y destinados a ser “arrojados fuera”.

Esto no suena como el paraíso, ¿verdad?

En otro tiempo, Jesús dijo a sus discípulos (ver Mateo 5:1):

Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, si no para ser echada fuera y pisoteada por los hombres. (Mateo 5: 13)

Estas son sabias y verdaderas advertencias. Primero, sólo aquellos que son salados (Una obvia metáfora para “comprometidos para la obediencia”) tienen algún uso para Dios. El resto “no sirven más para nada… y son echados fuera y pisoteados”. Segundo, Es posible para alguien que es salado, el volverse insípido, de otra forma Jesús no hubiera tenido necesidad de advertir a sus discípulos. Como esta verdad contradice a lo que muchos enseñan hoy, diciendo que uno puede ser un creyente ligado al cielo en Cristo, sin ser un discípulo de Cristo, o que no es posible perder el estatus de salvación de uno. Consideraremos estas ideas erróneas con más detalle en los capítulos siguientes.

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Capítulo Uno – Estableciendo la Meta Correcta » Un Último y Sano Pensamiento

Mi Falla

(My Failure)

Hace algunos años, cuando yo estaba pastoreando una iglesia en crecimiento, el Espíritu Santo me preguntó algo que abrió mis ojos para que viera qué lejos estaba de cumplir la visión general de Dios. El Espíritu Santo me preguntó esto, mientras yo leía acerca del futuro juicio de las ovejas y cabritos descrito en Mateo 25:31-46: “Si todos en tu congregación mueren hoy, y están frente al juicio de las ovejas y cabritos, cuántos serían cabritos y cuántos serían ovejas?” o más específico, “en el último año ¿cuánta gente en tu congregación ha provisto de comida a los hermanos y hermanas hambrientas en Cristo, agua para los cristianos sedientos, refugio para el seguidor de Cristo que viaja o que no tiene hogar, ropa para el cristiano desnudo, o visita a cristianos enfermos o en prisión?” Me di cuenta que muy pocas personas habían hecho algunas de estas cosas, o algo similar a estas cosas, aunque ellos venían a la iglesia, cantaban cantos de adoración, escuchaban mis sermones y daban sus ofrendas. En este caso ellos eran cabritos desde el punto de vista de Cristo, y yo era por lo menos en parte culpable de esto, porque no les estaba enseñando lo importante que era para Dios el conocer las necesidades urgentes de nuestros hermanos y hermanas en Cristo. No les estaba enseñando a obedecer todo lo que Cristo ordenaba. De hecho, me di cuenta que estaba dejando a un lado lo que era extremadamente importante para Dios−el segundo gran mandamiento, amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos–sin mencionar el nuevo mandamiento que Jesús nos dio, acerca de amarnos los unos a los otros como Él nos amó.

Más allá de esto, con el tiempo me di cuenta que les estaba enseñando a trabajar aún en contra de la meta general de Dios acerca de hacer discípulos, cuando enseñaba mi versión modesta del muy popular “evangelio de prosperidad” a mi congregación. Aunque la voluntad de Jesús es que la gente no se haga tesoros en la tierra (ver Mateo 6: 19- 24), y que estén conformes con lo que tienen, aún si sólo tienen sustento y abrigo (ver Hebreos. 13:5; 1 Timoteo: 7-8), yo le estaba enseñando a mi adinerada congregación estadounidense, que Dios quería que ellos tuvieran más posesiones. Yo les estaba enseñando a no obedecer a Jesús en este aspecto (igual que cientos o miles de pastores lo hacen alrededor del mundo).

Una vez que me di cuenta de lo que estaba haciendo, me arrepentí y le pedí a mi congregación que me perdonara. Comencé a tratar de formar discípulos, enseñándoles a obedecer todos los mandamientos de Jesús. Lo hice con temor y angustia, sospechando que algunos en mi congregación realmente no querían obedecer todos los mandamientos de Cristo, prefiriendo un cristianismo de conveniencia, que no requería sacrificio de su parte. Y estaba en lo cierto. Todo indicaba que a un gran número de personas no les importaba los creyentes que están sufriendo alrededor del mundo. No les importaba el llevar el evangelio a aquellos que nunca lo habían escuchado. Más bien, a ellos primeramente les importaba el recibir más para sí mismos. Cuando les hablé acerca de la santidad, pude ver que únicamente se habían guardado de los pecados más escandalosos, pecados que son condenados incluso por los no creyentes y llevaban vidas comparables a los ciudadanos conservadores ordinarios. Pero realmente no amaban al Señor, porque no querían obedecer los mandamientos de Jesús, lo que Él había dicho que sería prueba de nuestro amor por Él (ver Juan 14:21).

Lo que me temía resultó ser verdad. Algunos cristianos eran realmente cabritos vestidos de ovejas. Cuando les pedí que se negaran a sí mismos y tomaron sus cruces, algunos se enojaron. Para ellos la iglesia era primordialmente una experiencia social acompañada con buena música, justo lo que el mundo encuentra y disfruta en clubes sociales y bares. Podían tolerar la predicación, en tanto ésta únicamente afirmara la salvación y el amor de Dios para ellos. Pero no querían escuchar acerca de los requisitos que Dios les pedía. No querían que nadie les cuestionara su salvación. No querían cambiar sus vidas conforme a la voluntad de Dios, máxime si esto significaba algún costo. De seguro que sí querían ayudar con su dinero, mientras estuvieran convencidos de que Dios les iba a devolver más, y mientras fueran directamente beneficiados de lo que daban, como cuando su dinero les daba una iglesia con más facilidades y comodidades.

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Capítulo Uno – Estableciendo la Meta Correcta » Mi Falla