Mi Falla

(My Failure)

Hace algunos años, cuando yo estaba pastoreando una iglesia en crecimiento, el Espíritu Santo me preguntó algo que abrió mis ojos para que viera qué lejos estaba de cumplir la visión general de Dios. El Espíritu Santo me preguntó esto, mientras yo leía acerca del futuro juicio de las ovejas y cabritos descrito en Mateo 25:31-46: “Si todos en tu congregación mueren hoy, y están frente al juicio de las ovejas y cabritos, cuántos serían cabritos y cuántos serían ovejas?” o más específico, “en el último año ¿cuánta gente en tu congregación ha provisto de comida a los hermanos y hermanas hambrientas en Cristo, agua para los cristianos sedientos, refugio para el seguidor de Cristo que viaja o que no tiene hogar, ropa para el cristiano desnudo, o visita a cristianos enfermos o en prisión?” Me di cuenta que muy pocas personas habían hecho algunas de estas cosas, o algo similar a estas cosas, aunque ellos venían a la iglesia, cantaban cantos de adoración, escuchaban mis sermones y daban sus ofrendas. En este caso ellos eran cabritos desde el punto de vista de Cristo, y yo era por lo menos en parte culpable de esto, porque no les estaba enseñando lo importante que era para Dios el conocer las necesidades urgentes de nuestros hermanos y hermanas en Cristo. No les estaba enseñando a obedecer todo lo que Cristo ordenaba. De hecho, me di cuenta que estaba dejando a un lado lo que era extremadamente importante para Dios−el segundo gran mandamiento, amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos–sin mencionar el nuevo mandamiento que Jesús nos dio, acerca de amarnos los unos a los otros como Él nos amó.

Más allá de esto, con el tiempo me di cuenta que les estaba enseñando a trabajar aún en contra de la meta general de Dios acerca de hacer discípulos, cuando enseñaba mi versión modesta del muy popular “evangelio de prosperidad” a mi congregación. Aunque la voluntad de Jesús es que la gente no se haga tesoros en la tierra (ver Mateo 6: 19- 24), y que estén conformes con lo que tienen, aún si sólo tienen sustento y abrigo (ver Hebreos. 13:5; 1 Timoteo: 7-8), yo le estaba enseñando a mi adinerada congregación estadounidense, que Dios quería que ellos tuvieran más posesiones. Yo les estaba enseñando a no obedecer a Jesús en este aspecto (igual que cientos o miles de pastores lo hacen alrededor del mundo).

Una vez que me di cuenta de lo que estaba haciendo, me arrepentí y le pedí a mi congregación que me perdonara. Comencé a tratar de formar discípulos, enseñándoles a obedecer todos los mandamientos de Jesús. Lo hice con temor y angustia, sospechando que algunos en mi congregación realmente no querían obedecer todos los mandamientos de Cristo, prefiriendo un cristianismo de conveniencia, que no requería sacrificio de su parte. Y estaba en lo cierto. Todo indicaba que a un gran número de personas no les importaba los creyentes que están sufriendo alrededor del mundo. No les importaba el llevar el evangelio a aquellos que nunca lo habían escuchado. Más bien, a ellos primeramente les importaba el recibir más para sí mismos. Cuando les hablé acerca de la santidad, pude ver que únicamente se habían guardado de los pecados más escandalosos, pecados que son condenados incluso por los no creyentes y llevaban vidas comparables a los ciudadanos conservadores ordinarios. Pero realmente no amaban al Señor, porque no querían obedecer los mandamientos de Jesús, lo que Él había dicho que sería prueba de nuestro amor por Él (ver Juan 14:21).

Lo que me temía resultó ser verdad. Algunos cristianos eran realmente cabritos vestidos de ovejas. Cuando les pedí que se negaran a sí mismos y tomaron sus cruces, algunos se enojaron. Para ellos la iglesia era primordialmente una experiencia social acompañada con buena música, justo lo que el mundo encuentra y disfruta en clubes sociales y bares. Podían tolerar la predicación, en tanto ésta únicamente afirmara la salvación y el amor de Dios para ellos. Pero no querían escuchar acerca de los requisitos que Dios les pedía. No querían que nadie les cuestionara su salvación. No querían cambiar sus vidas conforme a la voluntad de Dios, máxime si esto significaba algún costo. De seguro que sí querían ayudar con su dinero, mientras estuvieran convencidos de que Dios les iba a devolver más, y mientras fueran directamente beneficiados de lo que daban, como cuando su dinero les daba una iglesia con más facilidades y comodidades.

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Capítulo Uno – Estableciendo la Meta Correcta » Mi Falla

Un Segundo Requisito

(A Second Requirement)

Jesús continuó hablando a las multitudes que iban con Él y les dijo,

“El que no lleva su propia cruz y viene en pos de Mí, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14: 27).

Este es el segundo requisito que Jesús pide para ser su discípulo. ¿Qué fue lo que Él quiso decir? ¿Es necesario que los discípulos carguen largas vigas de madera?, No, Jesús estaba usando de nuevo una hipérbole.

La mayoría de personas, si no todas las personas judías que estaban escuchando a Jesús, habían presenciado a criminales condenados a morir crucificados. Los romanos crucificaban a los criminales a lo largo de la vía pública afuera de las puertas de la ciudad para así maximizar el efecto de la crucifixión para disuadirles del crimen. Por esta razón, yo sospecho que la frase “lleva tu cruz”, era una expresión muy común en los días de Jesús. Cada persona que era crucificada había escuchado a un soldado romano decir “toma tú cruz y sígueme”. Estas eran palabras que el condenado temía, pues él sabía que esta frase marcaba el comienzo de horas de gran agonía. Así que esta frase pudo volverse una expresión común que significaba, “Acepta el inevitable duro trabajo que viene para ti”.

Yo me imagino a padres diciéndole a sus hijos, “hijo, yo sé que tú odias limpiar la letrina. Huele muy mal y es un trabajo muy sucio. Pero esta es tu responsabilidad una vez al mes, así que toma tu cruz y ve a limpiar la letrina”. Me imagino a esposas diciéndole a sus maridos, “querido, yo sé que tu odias pagarle los impuestos a los romanos, pero hoy es día de pagar impuestos, y el recolector de impuestos viene por la calle en este momento, así que toma tu cruz, y ve a pagarle”.

Tomar la cruz, es sinónimo de negarse a uno mismo y Jesús la uso con este sentido en Mateo 16:24: “Si alguien quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame “. Esto puede ser parafraseado, “si alguien desea venir en pos de Mí, deje a un lado su agenda, prepárese para el difícil trabajo que viene como consecuencia de su decisión, y sígame”.

Así que, los verdaderos discípulos están dispuestos a sufrir por el hecho de seguir a Jesús. Ellos ya han considerado el costo que tendrá antes de comenzar, conocer el inevitable y difícil trabajo, y se lanzan con determinación a finalizar la carrera. Esta interpretación está respaldada por lo que Jesús dijo acerca de considerar el costo de seguirle. Con dos ilustraciones Jesús explicó esto:

¿Quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que, después que haya puesto el cimiento no pueda acabarla y todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: “Este hombre comenzó a edificar y no pudo acabar”. ¿O, qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos le envía una embajada y le pide condiciones de paz. (Lucas 14: 28-32).

Jesús no pudo ser más claro: “Si tú quieres ser mi discípulo, considera el costo por anticipado, a no ser que renuncies tan pronto se te ponga difícil. Los verdaderos discípulos aceptan el difícil trabajo que vendrá como resultado de seguir a Jesús”.

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Capítulo Uno – Estableciendo la Meta Correcta » Un Segundo Requisito

Jesús Define El Discipulado

(Jesus Defines Discipleship)

Hemos establecido que la meta primordial de Jesús para nosotros, es el hacer discípulos, esto quiere decir, personas que se han arrepentido de sus pecados y que están aprendiendo y obedeciendo sus mandamientos. Jesús define lo que es un discípulo en Juan 8:32:

“Si permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”.

De acuerdo con Jesús, los verdaderos discípulos son aquellos que permanecen o viven en su Palabra. En tanto aprenden la verdad de su Palabra, son progresivamente “libres”, y el contexto siguiente explica que Jesús estaba hablando acerca de hacerlos libres del pecado (ver Juan 8: 34-36). Así que, una vez más podemos ver que por la definición de Jesús, los discípulos están aprendiendo y obedeciendo sus mandamientos.

Jesús después dijo,

“En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y así prueben que sois Mis discípulos” (Juan 15: 8, énfasis agregado).

La definición de Jesús en esta forma dice que los discípulos están glorificando a Dios por llevar fruto. Aquellos que no llevan fruto, no son llamados sus discípulos.

Más específicamente, Jesús define que los verdaderos discípulos se identifican por su fruto en Lucas 14: 25- 33. Comencemos leyendo el verso 25:

“Grandes multitudes iban con Él, y volviéndose les decía…”

¿Estaba Jesús satisfecho porque grandes multitudes “iban” con Él? ¿Había alcanzado su meta ahora que había tenido éxito en tener una congregación grande?

No, Jesús no estaba satisfecho con las grandes multitudes que le seguían, escuchaban sus sermones, miraban sus milagros y a veces comían Su comida. Jesús está buscando a personas que amen a Dios con todo su corazón, mente, alma y fuerzas. Él quiere gente que obedezca sus mandamientos. Él quiere discípulos. Por esto, Él les dijo a las multitudes que le seguían:

“Si alguno viene a Mí, y no aborrece a su padre, madre, mujer, hijos, hermanos, hermanas y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo”. (Lucas 14:26).

No puede haber ningún error en cuanto a esto: Jesús expresó un requisito para ser su discípulo. ¿Pero sus discípulos realmente deben de aborrecer a las personas que naturalmente aman? Esto parece difícil, pues la Escritura nos manda a honrar a nuestros padres y a amar a nuestras esposas e hijos.

Jesús tuvo que haber hablado en hipérbole, esto es, una exageración con el propósito de enfatizar algo. Sin embargo, como mínimo, quiso decir esto: Si somos sus discípulos, tenemos que amarlo a Él supremamente, mucho más que a la gente que más amamos naturalmente. Esta expectativa de Jesús es ciertamente razonable, pues Él es Dios, a quien debemos amar con todo nuestro corazón, mente, alma, y fuerzas.

No olvides, el trabajo del ministro es hacer discípulos, lo que quiere decir, que los ministros deben formar la clase de personas que amen a Jesús supremamente, que lo amen más que a sus cónyuges, hijos y padres. Sería bueno que cada ministro que está leyendo esto se pregunte, “¿estoy teniendo éxito en producir gente como ésta?

¿Cómo podemos saber si alguien ama a Jesús? Jesús nos dijo en Juan 14: 21: “si me amas, guardarás mis mandamientos”. Así que sería ciertamente razonable concluir que la gente que ama a Jesús más que a sus cónyuges, hijos y padres, también guardará sus mandamientos. Los discípulos de Jesús obedecen sus mandamientos.

 

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La Gran Visión

(The Big Vision)

Volvamos a Mateo 28:18-19. Después de declarar Su señorío supremo, Jesús dio un mandamiento:

Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. (Mateo 28: 19-20ª).

Nótese que Jesús usó las palabras “por tanto”. Él dijo, “por tanto, id y haced discípulos…” Esto quiere decir, “debido a lo que acabo de decir, porque tengo toda potestad, porque soy Señor, la gente por supuesto debe obedecerme y así les estoy ordenando (y ustedes deberían de obedecerme) que vayan y hagan discípulos, enseñando a estos discípulos a obedecer todos mis mandamientos”.

Y esto, puesto de una manera simple, es la meta general, la gran visión de Dios para todos nuestros ministerios: Nuestra responsabilidad es hacer discípulos que obedezcan todos los mandamientos de Cristo.

Por esto Pablo dijo que la gracia de Dios le había sido dada a él como apóstol para “Conducir a todos los gentiles a la obediencia de la fe” (Romanos 1:5, énfasis agregado). La meta era la obediencia, el significado de obedecer era la Fe. La gente que tenía una fe genuina en el Señor Jesús obedecía sus mandamientos.

Es por esto que Pedro predicó en el día del Pentecostés, “Sepa, pues, ciertamente toda la casa de Israel que Dios le ha hecho (a Jesús), Señor y Cristo- este Jesús que ustedes crucificaron” (Hechos 2: 36). Pedro quería que aquellos que crucificaron a Jesús conocieran que Dios le había hecho Señor y Cristo. ¡Ellos habían matado a aquel a quien Dios quería que obedecieran! Y con gran convicción preguntaron “¿ahora, qué haremos?” y Pedro les respondió primeramente, “¡arrepiéntanse”! Esto es, volverse de la desobediencia a la obediencia, hacer a Jesús Señor. Después Pedro les dijo que se bautizaran como Cristo lo había mandado. Pedro estaba haciendo discípulos –obedientes seguidores de Cristo− y estaba comenzando en la forma correcta con el mensaje correcto.

Como esta verdad es así; cada ministro tiene que ser capaz de evaluar su éxito. Todos nosotros deberíamos preguntarnos: “¿Está mi ministerio llevando a la gente a obedecer todos los mandamientos de Cristo?” Si lo está, tenemos éxito, si no, estamos fallando.

El evangelista que sólo induce a la gente a “aceptar a Jesús”, sin decirles que se arrepientan de su pecado, está fallando. El pastor que trata de construir una gran congregación como medio para mantener la gente feliz, y sólo organiza muchas actividades sociales, está fallando. El maestro que sólo enseña el más reciente “viento de doctrina “carismático, está fallando. El apóstol que funda iglesias que consisten en personas que dicen creer en Jesús pero no obedecen sus mandamientos, está fallando. El profeta que sólo profetiza para decirle a la gente acerca de las bendiciones que pronto vendrán, está fallando.

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Capítulo Uno – Estableciendo la Meta Correcta » La Gran Visión

Estableciendo La Meta Correcta

(Setting the Right Goal)

Para ser exitoso ante los ojos de Dios, es esencial que un ministro entienda la meta que Dios le ha fijado. Si él no entiende su meta, no tendrá manera de medir si ha tenido éxito o ha fallado en alcanzarla.[1] Él puede pensar que ha tenido éxito cuando realmente ha fallado, y eso es una gran tragedia. Él es como un corredor que llega en primer lugar y alegremente pasa a través de la línea final en una carrera de 800 metros, saboreando su victoria al levantar sus manos ante la ovación de la muchedumbre, sin darse cuenta que realmente competía en una carrera de 1600 metros. El entender mal su meta, le ha garantizado su fracaso. Pensando que había ganado, él ha asegurado su pérdida. En su caso, el refrán es ciertamente una verdad: “Los primeros serán postreros”.

La mayoría de los ministros tienen cierta clase de meta específica, a la cual se refieren a menudo como su “visión”. Esta visión es únicamente la que ellos se esfuerzan por alcanzar basándose en su llamado o talento específico.

El llamado y el talento de cada persona son únicos, ya sea al pastorear una iglesia en una determinada ciudad, al evangelizar en una determinada región, o al enseñar ciertas verdades. Pero la meta dada por Dios, a la cual me estoy refiriendo es general y se aplica a cada ministro. Esta meta es una visión grande. Esta debería de ser la visión general que está detrás de cada visión específica. Pero con frecuencia, no lo es. Muchos ministros cuentan no solamente con visiones que no armonizan con la visión general de Dios, sino que algunos tienen visiones específicas que trabajan en contra de la visión general de Dios. Ciertamente, esto mismo me ocurrió una vez, aunque me encontraba pastoreando una iglesia en crecimiento.

¿Cual es la meta o visión general que Dios le ha dado a cada ministro? Comenzamos encontrando la respuesta en Mateo 28: 18-20, un pasaje tan familiar para nosotros, que a menudo perdemos de vista lo que está diciendo. Pero vamos a reflexionar en él, verso por verso:

Jesús se acercó y les habló diciendo, “toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18).

Jesús quería que sus discípulos comprendieran que Su Padre le había otorgado la autoridad suprema. Por supuesto, que la intención del Padre era (y es) que Jesús sea obedecido, como también lo es cada vez que Dios le otorga autoridad a alguna persona. Pero Jesús es único en el sentido de que su Padre le dio toda la autoridad en el cielo y en la tierra, no sólo una autoridad limitada, como Él la otorga ocasionalmente a otros. Jesús es Señor.

Por motivo de esta verdad, cualquier persona que no reconozca a Jesús como Señor, no lo estará reconociendo a Él correctamente. Jesús, más que cualquier cosa, es Señor. Es por esto que, a Él se le cita como Señor más de 600 veces en el Nuevo Testamento. (Se le menciona como Salvador únicamente 15 veces). Es por esto que Pablo escribió, “Cristo para esto murió, resucitó y volvió a vivir para ser Señor así de los muertos como de los que viven” (Romanos. 14-9, énfasis agregado). Jesús murió y volvió a la vida con el propósito de reinar como Señor sobre todo mundo.


 

[1] En este libro, me refiero al ministro, usando el pronombre masculino él, solamente para mantener una secuencia en el libro y porque la mayoría de ministros, como los pastores, son hombres. Sin embargo, Yo estoy convencido por la Escritura, que Dios llama a mujeres al ministerio, y conozco algunas con ministerios muy eficaces. Este será el tema del capítulo titulado, Las mujeres en el ministerio.

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Discípulos a Todas las Naciones

(Disciples of All Nations)

Antes de continuar, veamos nuevamente Mateo 28: 19-20, la gran y general Comisión que Jesús dio a sus discípulos a ver si encontramos otras verdades.

“Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todo lo que os he mandado” (Mateo 28: 19-20ª).

Notemos que Jesús quiere hacer discípulos en todas las naciones, o en una forma más correcta de acuerdo con el griego original, en todos los grupos étnicos del mundo. Si Jesús ordenó esto, yo tengo que creer que es posible hacerlo. Nosotros podemos hacer discípulos de Jesús en cada grupo étnico del mundo. La tarea no fue únicamente otorgada a los once discípulos originales, sino también a todos los discípulos después de ellos, porque Jesús les dijo a los once que enseñaran a sus discípulos a guardar todo lo que Él les había mandado. De esta forma los once originales, le enseñaron a sus discípulos a obedecer el mandato de Jesús de hacer discípulos a todas las naciones, y por consiguiente, esto tenía que ser un mandato perenne para cada siguiente discípulo. Se supone que cada discípulo de Jesús de alguna forma tiene que estar involucrado con el discipulado a las naciones.

Esto explica en parte el por qué la “Gran Comisión” no ha sido realizada completamente. Aunque hay millones de cristianos en el mundo, el número verdadero de discípulos que se someten a obedecer a Jesús es mucho menor. La mayoría de los cristianos no se preocupa por hacer discípulos en cada grupo étnico, porque simplemente no se someten a obedecer los mandamientos de Jesús. Y cuando se les habla de esto, frecuentemente ponen excusas tales como, “ese no es mi ministerio” o, “yo no me siento guiado en esa dirección”. Muchos pastores dicen tales frases, como también las dicen los cabritos que escogen únicamente los mandamientos de Jesús que son dignos de entrar en sus agendas.

Si cada cristiano verdaderamente creyera en el Señor Jesucristo, en un corto tiempo todas las personas alrededor del mundo habrían escuchado el evangelio. El compromiso colectivo de los discípulos de Jesús lo haría una realidad. Ellos dejarían de gastar todo el tiempo y dinero en cosas temporales y sin valor y lo usarían para alcanzar lo que Dios les ha ordenado. Sin embargo, cuando los pastores piadosos anuncian que en el próximo culto de la iglesia habrá un misionero predicando, a menudo se puede esperar que la asistencia disminuya. Muchos de los cabritos se quedarán en casa o irán a otra parte. Ellos no están interesados en obedecer el último mandamiento del Señor Jesús. Por otro lado, las ovejas, siempre estarán ansiosas y esperando ser tomadas en cuenta para hacer discípulos a todas las naciones.

Un último punto en relación con Mateo 28:18-20: Jesús dijo a los discípulos que bautizaran a sus discípulos, y los apóstoles siguieron este mandamiento fielmente. Ellos inmediatamente bautizaban a aquellos que se arrepentían y creían en el Señor Jesús. Por supuesto, el bautismo significa que el nuevo creyente se identifica con la muerte, sepultura y resurrección de Cristo. Los nuevos creyentes han muerto y nacido de nuevo como nuevas creaciones en Cristo. Esta verdad, Jesús quería representarla en el bautismo de cada creyente nuevo, haciéndole entender que él era ahora una nueva persona con una nueva naturaleza. El creyente es un espíritu con Cristo y ahora esta habilitado para obedecer a Dios por medio de Cristo, el cual mora dentro de él. Estaba muerto en sus pecados; pero ahora fue lavado y limpio y lleno de vida por el Espíritu Santo. Ha sido más que “únicamente perdonado”. Más bien, ha sido radicalmente transformado. Por eso Dios ha indicado que los verdaderos creyentes actúan muy diferente a cuando estaban espiritualmente muertos. Ciertamente, esto también les dijo Jesús en sus últimas palabras, “y yo estoy con ustedes siempre, hasta el final del mundo” (Mateo 28: 20). ¿No es razonable pensar que la continua presencia de Jesús en su gente afectaría su conducta?

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Es Tiempo para una Auto-Crítica

(A Time for Self-Examination)

Este puede ser un buen momento para cada ministro que está leyendo este libro, de hacerse la misma pregunta que el Espíritu Santo me había hecho. “¿Si la gente que yo ministro muriera ahora mismo y estuvieran en el juicio de las ovejas y los cabritos, cuantos serían cabritos y cuantos serían ovejas?” Cuando los ministros de cualquier congregación tratan a las personas que están actuando como cabritos como a personas que tienen su salvación segura, les están enviando un mensaje opuesto a lo que Dios quiere que se les diga. Este tipo de ministro está trabajando en contra de Cristo. Él está diciendo lo contrario de lo que Jesús dijo a este tipo de gente en Mateo 25: 31-46. Lo que Jesús quería en este pasaje específicamente era advertir a los cabritos. Él no quería que estas personas pensaran que estaban listas para ir al cielo.

Jesús dijo que todos los hombres sabrían que somos sus discípulos cuando nos amáramos los unos a los otros (ver Juan 13:35). Por supuesto que Él habla de un amor que sobrepasa el amor que se demuestran los no creyentes. De otro modo sus discípulos no se hubieran podido distinguir de los no creyentes. La clase de amor de la que Jesús habló era un amor de auto-sacrificio cuando nos amamos como Él nos amó, dando nuestras vidas los unos por los otros (ver Juan 13:34; 1 Juan 3:16- 20). Juan también escribió que nosotros sabíamos que habíamos pasado de muerte a vida, esto es, que habíamos nacido de nuevo, cuando nos amamos los unos a los otros (1 Juan: 3:14). Las personas que se quejan, hablan en contra u odian a los ministros que enseñan acerca de los mandamientos de Jesús, ¿exhiben realmente un amor que los ha hecho nacer de nuevo? No, son cabritos camino al infierno.

 

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John’s Sixth Quality

Although John was mightily used of God and became very popular with the multitudes, he knew that he was nothing in comparison to Jesus, and so he always exalted his Lord:

As for me, I baptize you with water for repentance, but He who is coming after me is mightier than I, and I am not fit to remove His sandals; He will baptize you with the Holy Spirit and fire (Matt. 3:11).

How John’s self-appraisal stands in contrast to the arrogance that is too often flaunted in our day by “ministers.” Their color ministry magazines contain photos of them on every page, while Jesus is scarcely mentioned. They parade like peacocks across church platforms, exalting themselves in the eyes of their followers. They are untouchable and unreachable, filled with their own self-importance. Some even command angels and God! Yet John considered himself unworthy to remove Jesus’ sandals, what would have been considered to be an act of a lowly slave. He objected when Jesus came to him to be baptized, and once he realized that Jesus was the Christ, he immediately pointed all to Him, declaring Him to be “the Lamb of God who takes away the sin of the world” (John 1:29). “He must increase, but I must decrease” (John 3:30) became John’s humble motto.

This was John’s sixth quality that helped make him Jesus’ favorite preacher: John humbled himself and exalted Jesus. He had no desire for self-exaltation.

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DMM Chapter 9: Jesus’ Favorite Preacher » John’s Sixth Quality

John’s Third Quality

Now John himself had a garment of camel’s hair, and a leather belt about his waist; and his food was locusts and wild honey (Matt. 3:4).

John certainly didn’t fit the picture of the modern “prosperity preacher.” They, in fact, would never allow such a man as John on their church platforms because he did not dress the part of success. John, however, was a true man of God who had no interest in pursuing earthly treasures or impressing people with his outward appearance, knowing that God looks at the heart. He lived simply, and his lifestyle caused no one to stumble, as they could see his motive was not money. How this stands in contrast to so many modern ministers around the world, who use the gospel primarily for personal gain. And as they misrepresent Jesus, they do great damage to Christ’s cause.

John’s third quality that contributed to him being Jesus’ favorite preacher was this: John lived simply.

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John’s Seventh Quality

Modern preachers often speak in vague generalities lest they offend anyone. How easy it is to preach, “God wants us to do what is right!” True and false Christians alike will say “Amen” to such preaching. Many preachers also find it quite easy to continually harp on the scandalous sins of the world, avoiding any mention of similar sins within the church. They, for example, might rage against pornography, but dare not mention the R-rated and immoral videos and DVDs that are viewed and even collected by many of their parishioners. The fear of man has snared them.

John, however, didn’t hesitate to preach specifically. Luke reports:

And the multitudes were questioning him, saying, “Then what shall we do?” And he would answer and say to them, “Let the man who has two tunics share with him who has none; and let him who has food do likewise.” And some tax-gatherers also came to be baptized, and they said to him, “Teacher, what shall we do?” And he said to them, “Collect no more than what you have been ordered to.” And some soldiers were questioning him, saying, “And what about us, what shall we do?” And he said to them, “Do not take money from anyone by force, or accuse anyone falsely, and be content with your wages” (Luke 3:10-14).

It is interesting that five of the six specific directives John gave had something to do with money or material things. John was not afraid to preach about stewardship as it relates to the golden rule and the second greatest commandment. Neither did John wait several years until the new “believers” were ready for such “heavy” concepts. He believed that it was impossible to serve God and mammon, and so stewardship was of primary importance from the very beginning.

This brings up one other point. John did not major in the minors, continually harping on dress codes and other issues of holiness related to outward appearance. He focused on “the weightier provisions of the law” (Matt. 23:23). He knew that what is most important is loving our neighbors as ourselves and treating others just as we want to be treated. That means sharing food and clothing with those who lack such basic necessities, dealing honestly with others, and being content with what we have.

This was a seventh quality that endeared John to Jesus: He preached not in vague generalities, but cited specific things people should do to please God, even things related to stewardship. And, he focused on what was most important.

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