Pero si esto es verdad, algunos preguntan, ¿por qué no todos son sanados? La respuesta a esa pregunta se contesta mejor al hacer otra pregunta: ¿Por qué no toda la gente es realmente nacida de nuevo? Todos no han nacido de nuevo porque ni siquiera han escuchado el evangelio o no lo han creído. Igualmente, cada individuo debe apropiarse de su sanidad a través de su propia fe. Muchos todavía no han escuchado la maravillosa verdad de que Jesús se llevó nuestras enfermedades; otros la han escuchado y la han rechazado.
La actitud de Dios el Padre hacia la enfermedad ha sido claramente revelada por el ministerio de su Hijo Amado, quien testificó de sí mismo,
“De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre. Todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” (Juan 5:19).
Leemos en el libro de Hebreos que Jesús fue la “exacta representación de la naturaleza de su [Padre]” (ver Hebreos 1:3). No hay duda de que la actitud de Jesús hacia la enfermedad era idéntica a la actitud de su Padre hacia la enfermedad.
¿Cuál era la actitud de Jesús? Ni una sola vez se alejó de alguien que se aproximara a Él pidiendo sanidad. Ni una sola vez le dijo a una persona enferma que deseaba ser sanada, “No, no es la voluntad de Dios que seas sanada, así que permanecerás enferma”. Jesús siempre sanó al enfermo que vino a Él, y una vez que eran sanados, con frecuencia les decía que era su fe la que los había sanado. Además, la Biblia declara que Dios nunca cambia (ver Malaquías 3:6) y que Jesucristo “es el mismo ayer hoy y por siempre” (Hebreos 13:8).