La Biblia contiene muchos pasajes que ofrecen una prueba irrefutable para decir que la voluntad de Dios es sanar a todos. Déjenme anotar tres de los mejores:
“Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus maldades, el que sana todas tus dolencias” (Salmos 103:1-3, énfasis agregado).
¿Qué cristiano le discutiría a David que Dios en su voluntad desea perdonar todas nuestras maldades? Sin embargo, David también creyó que Dios sanaba todas nuestras dolencias, todas ellas.
“Hijo mío, está atento a mis palabras; inclina tu oído a mis razones. Que no se aparten de tus ojos; guárdalas en lo profundo de tu corazón, porque son vida para los que las hallan y medicina para todo el cuerpo” (Proverbios 4:20-22, énfasis agregado).
“¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia para que oren por él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si ha cometido pecados, le serán perdonados” (Santiago 5:14-15, énfasis agregado).
Note que esta última promesa está dirigida a alguno que esté enfermo. Note además que no es el anciano o el aceite el que trae sanidad, sino “la oración de fe”.
¿Es la fe del anciano o la del enfermo? Es la fe de ambos. La fe de la persona enferma se expresa, por lo menos en parte, por haber llamado a los ancianos de la iglesia. La clase de oración de la que Santiago escribió, es un buen ejemplo de “una oración de mutuo acuerdo” la cual Jesús menciona en Mateo 18:19. Las dos partes involucradas en esta clase de oración deben estar “de acuerdo”. Si una persona cree y la otra no, no hay ningún acuerdo.
También sabemos que muchos pasajes de la Biblia le acreditan las enfermedades a Satanás (ver Job 2:7; Lucas 13:16; Hechos 10:38; 1 Corintios 5:5). Por esto también se podría razonar que Dios está en contra del trabajo que hace Satanás en los cuerpos de sus hijos. Nuestro Padre nos ama mucho más de lo que cualquier padre terrenal ama a sus hijos (ver Mateo 7:11), y hasta ahora nunca he conocido a un padre que desee que sus hijos estén enfermos.
Cualquier sanidad hecha por Jesús durante su ministerio, y aun las sanidades que se registran en el libro de los Hechos, deben motivarnos a creer que Dios quiere que tengamos salud. Jesús frecuentemente sanó a la gente que le buscó para sanidad y, además, Él dio crédito a su fe por sus milagros. Esto prueba que Jesús no escogió a cierta clase de gente exclusiva a la cual Él deseaba sanar. Cualquier persona enferma podría haber venido a Él en fe y ser sana. Él quería sanarlos a todos, pero requería fe de parte de ellos.