Volvamos a Mateo 28:18-19. Después de declarar Su señorío supremo, Jesús dio un mandamiento:
Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. (Mateo 28: 19-20ª).
Nótese que Jesús usó las palabras “por tanto”. Él dijo, “por tanto, id y haced discípulos…” Esto quiere decir, “debido a lo que acabo de decir, porque tengo toda potestad, porque soy Señor, la gente por supuesto debe obedecerme y así les estoy ordenando (y ustedes deberían de obedecerme) que vayan y hagan discípulos, enseñando a estos discípulos a obedecer todos mis mandamientos”.
Y esto, puesto de una manera simple, es la meta general, la gran visión de Dios para todos nuestros ministerios: Nuestra responsabilidad es hacer discípulos que obedezcan todos los mandamientos de Cristo.
Por esto Pablo dijo que la gracia de Dios le había sido dada a él como apóstol para “Conducir a todos los gentiles a la obediencia de la fe” (Romanos 1:5, énfasis agregado). La meta era la obediencia, el significado de obedecer era la Fe. La gente que tenía una fe genuina en el Señor Jesús obedecía sus mandamientos.
Es por esto que Pedro predicó en el día del Pentecostés, “Sepa, pues, ciertamente toda la casa de Israel que Dios le ha hecho (a Jesús), Señor y Cristo- este Jesús que ustedes crucificaron” (Hechos 2: 36). Pedro quería que aquellos que crucificaron a Jesús conocieran que Dios le había hecho Señor y Cristo. ¡Ellos habían matado a aquel a quien Dios quería que obedecieran! Y con gran convicción preguntaron “¿ahora, qué haremos?” y Pedro les respondió primeramente, “¡arrepiéntanse”! Esto es, volverse de la desobediencia a la obediencia, hacer a Jesús Señor. Después Pedro les dijo que se bautizaran como Cristo lo había mandado. Pedro estaba haciendo discípulos –obedientes seguidores de Cristo− y estaba comenzando en la forma correcta con el mensaje correcto.
Como esta verdad es así; cada ministro tiene que ser capaz de evaluar su éxito. Todos nosotros deberíamos preguntarnos: “¿Está mi ministerio llevando a la gente a obedecer todos los mandamientos de Cristo?” Si lo está, tenemos éxito, si no, estamos fallando.
El evangelista que sólo induce a la gente a “aceptar a Jesús”, sin decirles que se arrepientan de su pecado, está fallando. El pastor que trata de construir una gran congregación como medio para mantener la gente feliz, y sólo organiza muchas actividades sociales, está fallando. El maestro que sólo enseña el más reciente “viento de doctrina “carismático, está fallando. El apóstol que funda iglesias que consisten en personas que dicen creer en Jesús pero no obedecen sus mandamientos, está fallando. El profeta que sólo profetiza para decirle a la gente acerca de las bendiciones que pronto vendrán, está fallando.