Hace algunos años, cuando yo estaba pastoreando una iglesia en crecimiento, el Espíritu Santo me preguntó algo que abrió mis ojos para que viera qué lejos estaba de cumplir la visión general de Dios. El Espíritu Santo me preguntó esto, mientras yo leía acerca del futuro juicio de las ovejas y cabritos descrito en Mateo 25:31-46: “Si todos en tu congregación mueren hoy, y están frente al juicio de las ovejas y cabritos, cuántos serían cabritos y cuántos serían ovejas?” o más específico, “en el último año ¿cuánta gente en tu congregación ha provisto de comida a los hermanos y hermanas hambrientas en Cristo, agua para los cristianos sedientos, refugio para el seguidor de Cristo que viaja o que no tiene hogar, ropa para el cristiano desnudo, o visita a cristianos enfermos o en prisión?” Me di cuenta que muy pocas personas habían hecho algunas de estas cosas, o algo similar a estas cosas, aunque ellos venían a la iglesia, cantaban cantos de adoración, escuchaban mis sermones y daban sus ofrendas. En este caso ellos eran cabritos desde el punto de vista de Cristo, y yo era por lo menos en parte culpable de esto, porque no les estaba enseñando lo importante que era para Dios el conocer las necesidades urgentes de nuestros hermanos y hermanas en Cristo. No les estaba enseñando a obedecer todo lo que Cristo ordenaba. De hecho, me di cuenta que estaba dejando a un lado lo que era extremadamente importante para Dios−el segundo gran mandamiento, amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos–sin mencionar el nuevo mandamiento que Jesús nos dio, acerca de amarnos los unos a los otros como Él nos amó.
Más allá de esto, con el tiempo me di cuenta que les estaba enseñando a trabajar aún en contra de la meta general de Dios acerca de hacer discípulos, cuando enseñaba mi versión modesta del muy popular “evangelio de prosperidad” a mi congregación. Aunque la voluntad de Jesús es que la gente no se haga tesoros en la tierra (ver Mateo 6: 19- 24), y que estén conformes con lo que tienen, aún si sólo tienen sustento y abrigo (ver Hebreos. 13:5; 1 Timoteo: 7-8), yo le estaba enseñando a mi adinerada congregación estadounidense, que Dios quería que ellos tuvieran más posesiones. Yo les estaba enseñando a no obedecer a Jesús en este aspecto (igual que cientos o miles de pastores lo hacen alrededor del mundo).
Una vez que me di cuenta de lo que estaba haciendo, me arrepentí y le pedí a mi congregación que me perdonara. Comencé a tratar de formar discípulos, enseñándoles a obedecer todos los mandamientos de Jesús. Lo hice con temor y angustia, sospechando que algunos en mi congregación realmente no querían obedecer todos los mandamientos de Cristo, prefiriendo un cristianismo de conveniencia, que no requería sacrificio de su parte. Y estaba en lo cierto. Todo indicaba que a un gran número de personas no les importaba los creyentes que están sufriendo alrededor del mundo. No les importaba el llevar el evangelio a aquellos que nunca lo habían escuchado. Más bien, a ellos primeramente les importaba el recibir más para sí mismos. Cuando les hablé acerca de la santidad, pude ver que únicamente se habían guardado de los pecados más escandalosos, pecados que son condenados incluso por los no creyentes y llevaban vidas comparables a los ciudadanos conservadores ordinarios. Pero realmente no amaban al Señor, porque no querían obedecer los mandamientos de Jesús, lo que Él había dicho que sería prueba de nuestro amor por Él (ver Juan 14:21).
Lo que me temía resultó ser verdad. Algunos cristianos eran realmente cabritos vestidos de ovejas. Cuando les pedí que se negaran a sí mismos y tomaron sus cruces, algunos se enojaron. Para ellos la iglesia era primordialmente una experiencia social acompañada con buena música, justo lo que el mundo encuentra y disfruta en clubes sociales y bares. Podían tolerar la predicación, en tanto ésta únicamente afirmara la salvación y el amor de Dios para ellos. Pero no querían escuchar acerca de los requisitos que Dios les pedía. No querían que nadie les cuestionara su salvación. No querían cambiar sus vidas conforme a la voluntad de Dios, máxime si esto significaba algún costo. De seguro que sí querían ayudar con su dinero, mientras estuvieran convencidos de que Dios les iba a devolver más, y mientras fueran directamente beneficiados de lo que daban, como cuando su dinero les daba una iglesia con más facilidades y comodidades.