El Origen de Esta Falsa Doctrina

(The Origin of this False Doctrine)

Si en la escritura no se encuentran dos clases separadas de cristianos, los creyentes y los discípulos, ¿cómo es que se defiende esta doctrina? La respuesta es que esta falsa doctrina está sólidamente apoyada por otra falsa doctrina acerca de la salvación. Esta doctrina alega que los requisitos que demanda el discipulado, no son compatibles con el hecho de que la salvación es por gracia. Con esta lógica, se concluye que los requisitos para el discipulado, no son los mismos requisitos para la salvación. Por lo tanto, ser un discípulo debe ser un paso opcional para los creyentes herederos del cielo que son salvos por gracia.

El error fatal de esta teoría es que hay muchas partes de la Escritura que se le oponen. Por ejemplo, Jesús fue claro cuando, hacia el final de su Sermón del Monte, luego de haber enumerado varios mandamientos Él dijo:

No todo el que me dice, “Señor, Señor”, entrará al reino de los cielos; sino aquel que hace la voluntad de mi padre que está en los cielos” (Mateo 7:21).

Claramente Jesús relacionó obediencia con salvación, aquí y en muchos otros discursos. Así que, ¿cómo podemos considerar numerosas escrituras como ésta con la afirmación bíblica de que la salvación es por gracia? Es muy simple. Dios, por su asombrosa gracia, está ofreciendo temporalmente a todos una oportunidad de arrepentirse, creer, y nacer de nuevo, motivado poderosamente a obedecer por el Espíritu Santo. Así que la salvación es por gracia. Sin la gracia de Dios, nadie podría ser salvo, porque todos han pecado. Los pecadores no pueden merecer la salvación. Así que ellos necesitan la gracia de Dios para ser salvos.

La gracia de Dios es revelada en tantas formas en relación con nuestra salvación. Es revelada en la muerte de Jesús en la cruz, en el llamado que nos hace Dios para el evangelio, cuando Él nos acerca a Jesús, cuando nos convence de nuestro pecado, al darnos una oportunidad de arrepentimiento, al regenerarnos y llenarnos de su Espíritu Santo, al romper el poder del pecado sobre nuestras vidas, al darnos poder para vivir en santidad, al disciplinarnos cuando pecamos y así sucesivamente. No hemos ganado ninguna de estas bendiciones. Somos salvos por gracia desde el comienzo hasta el final.

Sin embargo, de acuerdo con la Escritura, la salvación no es sólo “por gracia”, sino “por medio de la fe”: “por gracia sois salvos por medio de la fe” (Efesios 2:8a, énfasis agregado). Estos dos componentes son necesarios y compatibles. Si la gente es salva, ambas, la fe y la gracia son necesarias. Dios extiende su gracia y nosotros respondemos con fe. Por supuesto que la fe genuina produce obediencia a los mandamientos de Dios. Como Santiago escribió en el segundo capítulo de su epístola, la fe sin obras esta muerta, no tiene provecho y no puede salvar (ver Santiago. 2:14-26).[1]

El hecho es que la gracia de Dios nunca le ha ofrecido a nadie una licencia para pecar. Al contrario, la gracia de Dios ofrece temporalmente una oportunidad para arrepentirse y nacer de nuevo. Después de la muerte, no hay más oportunidad de arrepentirse y nacer de nuevo y por esto la gracia de Dios ya no estaría disponible. Por lo tanto su gracia salvadora debe de ser temporal.


[1] Aún más adelante, contrario a aquellos que sostienen que somos salvos por medio de la fe sin obras, Santiago dice que no podemos ser salvos únicamente por fe, “veréis que el hombre no es sólo justificado por fe, sino por obras”. La fe verdadera nunca está sola; siempre está acompañada de obras.