No hay ninguna evidencia en el Nuevo Testamento acerca de que algún pastor-anciano-superintendente preparara una predicación-sermón por semana, completa con diferentes puntos y hermosas ilustraciones, todo escrito en una hoja guía, como es la práctica de muchos ministros modernos. ¡Ciertamente ninguno de nosotros podría imaginar a Jesús haciendo tales cosas! La enseñanza en la iglesia primitiva era más espontánea y con un método interactivo, siguiendo el estilo judío, en vez de seguir las reglas de la oratoria, como era la práctica de los griegos y romanos, una tradición que fue eventualmente adoptada por la iglesia cuando se convirtió en una institución. Si Jesús dijo a sus discípulos que no prepararan defensa cuando fueran llamados a la corte, prometiendo que el Espíritu Santo les daría palabras espontáneas e irrefutables, ¡deberíamos creer que de alguna forma, Dios es capaz de ayudar a los pastores en sus sermones ante las reuniones de la iglesia!
Esto no quiere decir que los ministros no deben prepararse con oración y estudio. Pablo amonestó a Timoteo:
“Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15).
Los ministros que siguen la instrucción de Pablo de que, “la Palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros” (Colosenses 3:16) serán llenos de la Palabra de Dios y así serán capaces de enseñar de lo que “fluye de ellos”. Así que, querido pastor, lo importante es que tú te sumerjas en la Biblia. Si tienes el conocimiento y la pasión por el tema que expondrás, poca preparación será necesaria para comunicar la verdad de Dios. Además, si enseñas verso por verso, simplemente usarás cada verso como tu guía a seguir. Tu preparación debe ser una oración meditando en los versos de la Escritura que enseñarás. Si tú pastoreas una iglesia en la casa, el método interactivo de la enseñanza disminuirá la necesidad de hacer un esquema para tu exposición.
El ministro que tiene fe en que Dios le ayudará mientras él enseña, será recompensado con la ayuda de Dios. Así que, confía menos en ti mismo, en tu preparación y en tus notas, y más en el Señor. Gradualmente, mientras ganas más fe y confianza, prepara menos notas para tus sermones, hasta que casi no tengas necesidad de ello o inclusive no escribas ninguna nota.
El que está más consciente de sí mismo ante los otros, es más propenso a depender de sus notas, porque tiene mucho temor de cometer errores en público. Él debe saber que su temor se debe a su inseguridad la cual nace de su orgullo. No debe preocuparse tanto de cómo se ve ante los ojos de la gente sino de cómo se ve él y su audiencia ante los ojos de Dios. Ninguna preparación para un discurso mueve tanto a la audiencia como cuando la unción del Espíritu está presente. Piensa en cómo sería la comunicación entre personas si todos hiciéramos notas con anticipación para todas nuestras conversaciones. ¡La conversación moriría! Un estilo de conversación sin ninguna preparación puede ser mucho más sincero que un discurso preparado. La enseñanza no es actuación. Es impartir la verdad. Todos sabemos que cuando sólo estamos escuchando un discurso, tenemos la tendencia automática a distraernos y a no poner atención.