El ministro que hace discípulos nunca enseña algo que esté en contra de la meta de hacer discípulos. Por eso, él nunca dirá algo que haga a la gente sentirse cómoda al desobedecer al Señor Jesús. Él nunca hablará de la gracia de Dios como medio para seguir pecando sin tener miedo al juicio. Al contrario, él presenta la gracia de Dios como medio para el arrepentimiento y para vivir una vida en victoria. La Escritura, como la conocemos, declara que sólo los valientes heredarán el Reino de Dios (ver Apocalipsis 2:11; 3:5; 21:7).
Algunos ministros modernos, desafortunadamente, siguen algunas doctrinas no bíblicas las cuales hacen un gran daño a la meta de hacer discípulos. Una de estas doctrinas que se han vuelto muy populares en los Estados Unidos es la llamada seguridad eterna incondicional o, “una vez salvo, para siempre salvo”. Ésta mantiene que las personas que han nacido de nuevo nunca pueden perder su salvación sin importar la clase de vida que lleven. Porque la salvación es por gracia. La misma gracia que inicialmente salva a la gente cuando oran para recibir salvación, los mantendrá salvos por siempre. Otro punto que esta doctrina afirma, es que la gente es salva por sus obras.
Naturalmente, esto va en detrimento de la santidad. Ya que esta doctrina dice que la obediencia a Dios no es esencial para entrar al cielo, hay muy poca motivación para obedecer a Dios, especialmente si la obediencia tiene un costo.
Como lo dije antes en este libro, la gracia que extiende Dios a la humanidad no libera a la gente de su responsabilidad de obedecerle. La Escritura dice que la salvación no sólo es por gracia, sino a través de la fe (ver Efesios 2:8). Ambas, la gracia y la fe son necesarias para la salvación. La fe es la respuesta apropiada hacia la gracia de Dios, y la verdadera fe siempre es el resultado de arrepentimiento y obediencia. La fe sin obras es muerta, inútil, y no puede salvar, de acuerdo con Santiago (ver Santiago 2:14-26).
Por esto, la Escritura repetidamente declara que la salvación continua depende de una fe y obediencia continua. Hay partes de la Escritura que hacen esto muy claro. Por ejemplo, Pablo declara en su carta a los Colosenses:
“También a vosotros, que erais en otro tiempo extraños y enemigos por vuestros pensamientos y por vuestras malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprochables delante de Él. Pero es necesario que permanezcáis fundados y firmes en la fe, sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo” (Colosenses 1:21-23, énfasis agregado).
No puede ser más claro. Sólo una teología extraña puede torcer el significado de lo que Pablo dijo. Seremos irreprochables para Jesús si continuamos en la fe. Esta misma verdad se afirma en Romanos 11:13-24, 1 Corintios 15:1-2 y Hebreos 3:12-14; 10:38-39, donde se afirma claramente que la salvación final se debe a nuestra constancia en la fe. Todos estos versos contienen la palabra “si”.