No es sólo la enseñanza acerca de la eterna e incondicional seguridad de nuestra salvación que lleva a la gente a pensar que la santidad no es necesaria para la salvación. El amor de Dios con frecuencia se presenta en una forma que invalida la formación de discípulos. A los predicadores se les puede escuchar diciendo, “Dios te ama incondicionalmente”. La gente interpreta esto como, “Dios me acepta y me aprueba sin importar si le obedezco o no le obedezco.” Sin embargo, simplemente esto no es verdad.
Muchos de estos mismos predicadores creen que Dios castiga a los no creyentes y los manda al infierno, y esto es correcto. Ahora pensemos un poco acerca de esto. Obviamente, Dios no acepta en el cielo la gente que va para el infierno. Así que, ¿Cómo podemos decir que Dios los ama? ¿Dios ama a la gente que está en el infierno? ¿Crees que ellos te dirían que Dios los ama? Creo que no. ¿Diría Dios que los ama? ¡Ciertamente no! Ellos son aborrecibles ante Él, y por esto El los sentenció al infierno. Él no los aprueba ni los ama.
Esto quiere decir, que el amor de Dios por los pecadores es claramente un amor misericordioso que es solamente temporal, y no un amor que ya los acepte o apruebe en el cielo. Él tiene misericordia de ellos, impidiendo su juicio y dándoles la oportunidad de arrepentirse. Jesús murió por ellos, proveyéndoles un camino para que sean perdonados. Hasta este grado y en esta forma, se podría decir que Dios los ama. Pero Él nunca los aprueba. Él nunca siente un amor por ellos como un padre siente por sus hijos.
Sin embargo, la escritura declara, “como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen” (Salmos 103:3, énfasis agregado). Por esto se puede decir que Dios no tiene la misma compasión por los que no le temen. El amor de Dios por los pecadores es más parecido a la misericordia que un juez tiene sobre un asesino convicto que recibe sentencia de por vida en vez de la pena de muerte.
No hay ni un solo caso en el libro de los Hechos donde se predicara el evangelio diciendo a los pecadores y a los no salvos que Dios los amaba. Al contrario, los predicadores bíblicos con frecuencia advertían a sus audiencias acerca del castigo de Dios y la ira de Dios y los llamaban al arrepentimiento, dejándoles saber que no eran aprobados para Dios, que estaban en peligro y que verdaderamente tenían que cambiar sus vidas. Si solamente les hubieran dicho que Dios les amaba (como lo hacen muchos predicadores modernos), la audiencia podría pensar que no corría peligro, que no había ningún castigo para ellos, y que no tenían necesidad de arrepentirse.