Contrario a lo que se proclama hoy en día acerca del amor de Dios por los pecadores, la Escritura con frecuencia afirma que Dios aborrece a los pecadores:
“los insensatos no estarán delante de tus ojos; aborreces a todos los que hacen iniquidad. Destruirás a los que hablen mentira; al hombre sanguinario y engañador abominará Jehová “(Salmos 5:5-6, énfasis agregado).
“Jehová prueba al justo; pero al malo y al que ama la violencia, los repudia su alma” (Salmos 11:5, énfasis agregado).
“He abandonado mi casa, he desamparado mi heredad, he entregado en mano de sus enemigos lo que amaba mi alma. Mi heredad fue para mí como un león en la selva; contra mí lanzó su rugido y por eso la aborrecí” (Jeremías 12:7-8, énfasis agregado).
“Toda la maldad de ellos se manifestó en Gilgal; allí, pues, les tomé aversión. Por la perversidad de sus obras los echaré de mi casa. Ya no los amaré más; todos sus príncipes son desleales” (Oseas 9:15, énfasis agregado).
Nótese que todas las escrituras arriba mencionadas no dicen que Dios aborrece u odia lo que la gente hace, estas escrituras dicen que Él también aborrece a la gente. Esto nos pone a meditar en la frase común que dice que Dios ama al pecador pero aborrece el pecado. No podemos separar a la persona de sus acciones. Lo que él hace revela lo que él es. Por esto Dios verdaderamente odia a la persona que comete pecado, no sólo los pecados que la persona comete. Si Dios aprobara a la gente a la que Él mismo aborrece, Él sería muy inconstante consigo mismo. En las cortes humanas, la gente va a juicio por su crimen, y ellos reciben la justa recompensa. Nosotros no odiamos el crimen, pero aprobamos a los criminales.