Primero, consideremos todas las bendiciones prometidas. Jesús dijo que el bienaventurado (1) heredará el Reino de los Cielos, (2) recibirá consuelo, (3) heredará la tierra, (4) será saciado, (5) recibirá misericordia, (6) verá a Dios, (7) será llamado hijo de Dios y (8) heredará el Reino de los Cielos (una repetición del #1).
¿Quiere Jesús hacernos pensar que sólo los pobres de espíritu y los que han sido perseguidos por causa de la justicia entrarán al Reino de los Cielos? ¿Sólo los puros de corazón verán a Dios y sólo los pacificadores serán llamados hijos de Dios, pero no heredarán el Reino de Dios? ¿No recibirán misericordia los pacificadores y los misericordiosos no serán llamados hijos de Dios? Indiscutiblemente, estas serían conclusiones erróneas. Por lo tanto, es más seguro decir y concluir que todas estas bendiciones prometidas son sólo parte de una gran bendición: heredar el Reino de Dios.
Ahora consideremos las diferentes cualidades que Jesús describe: (1) el pobre de espíritu, (2) el que llora, (3) los mansos, (4) los hambrientos de justicia, (5) los misericordiosos, (6) los puros de corazón, (7) los pacificadores, y (8) los perseguidos.
¿Nos está enseñando Jesús que una persona puede ser pura de corazón pero sin misericordia? ¿Puede alguien ser perseguido por causa de la justicia pero no estar hambriento y sediento de Justicia? Por supuesto que no. Estas cualidades de los bienaventurados son las numerosas cualidades, que en cierto grado, comparten todos los bienaventurados.
Claramente, las bienaventuranzas describen los rasgos del carácter de los verdaderos seguidores de Jesús. Al enumerar estas cualidades a sus discípulos, Jesús les aseguró que ellos eran personas bendecidas que son salvas y que disfrutarían del cielo algún día. En la actualidad, ellos quizás no se sientan muy bendecidos debido a sus sufrimientos, y a los ojos del mundo ellos no serían considerados bienaventurados, pero a los ojos de Dios, sí.
La gente que no encaja en esta descripción de Jesús, no será bienaventurada y no heredará el Reino de los Cielos. Cada pastor que hace discípulos siente la obligación de asegurarse de que la gente que él dirige sepa esto.