Los ocho rasgos del bienaventurado están sujetos a cierto grado de interpretación. Por ejemplo, ¿qué tiene de virtuoso el ser “pobre de Espíritu”? Yo pienso que Jesús estaba describiendo la primera cualidad necesaria que cada persona debe poseer para ser salva. Él tiene que aceptar su pobreza espiritual. La persona primeramente debe sentir la necesidad de un Salvador antes de ser salva, y ésta era la clase de persona que sobresalía en la multitud que estaba con Jesús y que había aceptado su propia desdicha. ¡Qué bienaventurados eran éstos comparados con los soberbios de Israel que estaban ciegos en su pecado!
Ésta primera cualidad elimina toda autosuficiencia y cualquier pensamiento de una salvación merecida. La persona verdaderamente bienaventurada es aquella que acepta que no tiene nada que ofrecer a Dios y que su propia justicia es como “trapo de inmundicia” (Isaías 64:6, VRV).
Jesús no quería que ninguna persona pensara que sencillamente por sus propios esfuerzos podía poseer las cualidades del bienaventurado. La verdad es que la gente que posee las características del bienaventurado es bienaventurada por Dios. Todo esto viene de la gracia de Dios. La gente bienaventurada de la que Jesús estaba hablando era bienaventurada no sólo por lo que les estaba esperando en el cielo, sino también por las obras que Dios había hecho en sus vidas aquí en la Tierra. Cuando yo veo las cualidades del bienaventurado en mi vida, me deben recordar no lo que yo he hecho, sino lo que Dios ha hecho en mí por medio de su gracia.