Finalmente, llegamos a la última sección del cuerpo de este sermón de Jesús. Éste comienza con unas motivaciones a la oración y a sus promesas:
“Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá, porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (Mateo 7:7-11).
¡Qué interesante! Un lector en algún lado puede estar diciendo, “he aquí una parte del Sermón del Monte que no dice nada acerca de la santidad”.
Todo esto depende de lo que estamos pidiendo, tocando y buscando en oración. Como aquellos que tienen “hambre y sed de justicia”, debemos obedecer todos los mandamientos de Jesús en este sermón y esto ciertamente se reflejará en nuestras oraciones. De hecho, el modelo de oración que Jesús nos enseñó anteriormente en este sermón, es una expresión del deseo por la santidad y por que se haga la voluntad de Dios.
Igualmente, la versión de Lucas de esta misma oración y promesa en estudio, termina con, “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lucas 11:13). Jesús no estaba pensando en artefactos lujosos cuando nos prometió “buenas dádivas”. En la mente de Jesús, el Espíritu Santo es una “buena dádiva”, porque el Espíritu Santo nos hace santos y nos ayuda a difundir el evangelio lo cual santifica a otra gente. Y los santos van al cielo.
Otras buenas dádivas corresponden a cosas que están dentro de la voluntad de Dios. Indiscutiblemente, Dios está más interesado en su voluntad y en su Reino, y por esto debemos esperar que aquellas oraciones que sirvan para aumentar nuestra utilidad en el Reino de Dios sean respondidas.