Debido a que los no salvos están espiritualmente muertos, no pueden ser salvos regenerándose a sí mismos, sin importar lo mucho que lo intenten. Los no salvos necesitan una naturaleza nueva, no sólo realizar nuevas acciones exteriores. Tú puedes tomar un cerdo, lavarlo y dejarlo bien limpio, rociarle un poco de perfume y ponerle un lazo rosado en su cuello, pero ¡lo único que obtendrías sería un cerdo limpio! Su naturaleza seguirá siendo la misma. Y no pasaría mucho tiempo antes de que vuelva a oler mal y a revolcarse en el lodo de nuevo.
Es lo mismo que sucede con la gente religiosa la cual nunca ha nacido de nuevo. Pueden lucir limpios en su exterior aunque sea un poco, pero su interior está más sucio que nunca. Jesús se dirigió a algunos religiosos de su tiempo de la siguiente manera:
“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia. ¡Fariseo ciego!, limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera quede limpio. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia” (Mateo 23:25-28).
Las palabras de Jesús son una descripción de todos aquellos que son religiosos pero que nunca han experimentado el nuevo nacimiento del Espíritu Santo. El nuevo nacimiento limpia a la gente en el interior y también en el exterior.