Cuando el espíritu de alguien renace, inicialmente su alma se mantiene sin ser afectada en forma esencial (lo que ocurre es que ha hecho la decisión en su mente de seguir a Jesús). Sin embargo, Dios espera que hagamos algo con nuestras almas cuando llegamos a ser sus hijos. Nuestras almas (mentes) deben ser renovadas por la Palabra de Dios para que pensemos como Dios quiere que pensemos. Es a través de la renovación de nuestras mentes que ocurre una continua transformación exterior en nuestras vidas, lo que causa que seamos gradualmente más parecidos a Jesús:
“No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2, énfasis agregado).
Santiago también escribió acerca del mismo proceso en la vida del creyente:
“recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas” (Santiago 1:21b).
Vemos que Santiago estaba escribiendo a cristianos—personas que ya tenían un espíritu vivificado. Pero ellos necesitaban que sus almas fueran salvas y esto sólo ocurría si ellos humildemente recibían la “palabra implantada”. Es por esto que a los nuevos creyentes se les debe enseñar la Palabra de Dios.