Vamos a resumir lo que hemos descubierto hasta ahora. Aunque Dios declara que odia el divorcio, Él no da ninguna indicación antes o durante el viejo pacto acerca de que el segundo matrimonio era pecado, dando sólo dos excepciones: (1) La mujer que era dos veces divorciada o la que era divorciada o viuda de su segundo matrimonio que se quisiera casar con su primer esposo y (2) el caso de una mujer divorciada que se quisiera casar con un sacerdote. Más aún, Dios no da ninguna indicación de que el casarse con una persona divorciada fuera pecado, con la excepción de los sacerdotes.
Esto parece contrastante con lo que Jesús dijo acerca de la gente divorciada que se volvía a casar y de los que se casaban con gente divorciada. Jesús dijo que esta gente cometía adulterio (ver Mateo 5:32). Así que debemos de estar mal interpretando a Moisés o a Jesús, o Dios cambió su ley. Lo que yo pienso es que no estamos entendiendo correctamente las palabras que Jesús enseñó, porque pareciera extraño que Dios de pronto declarara algo como moralmente pecaminoso que fue moralmente aceptable por mil quinientos años bajo una ley que Él le dio a Israel.
Antes de que hablemos más de esta aparente contradicción, déjeme también decirle que el permiso de casarse de nuevo dado por Dios en el viejo pacto no llevaba ninguna estipulación que fuera basada en las razones del divorcio o el grado de culpa en que se incurría por el divorcio. Dios nunca dijo que a cierta clase de gente divorciada no se le permitía casarse de nuevo, porque su divorcio no era por razones legítimas. Dios tampoco dijo que cierta clase de gente era la única digna de casarse otra vez debido a la legitimidad de su divorcio. Sin embargo, estos juicios a menudo son usados por muchos ministros modernos basados solamente en un testimonio unilateral. Por ejemplo, una mujer divorciada trata de convencer a su pastor de que ella es digna de volverse a casar, porque ella sólo fue víctima de su divorcio. Su esposo anterior se divorció de ella y no ella de él. Pero si a este pastor se le hubiera dado la oportunidad de escuchar el lado de la historia del esposo anterior, tal vez él hubiera sentido cierta compasión por el esposo. Tal vez ella era una malvada y era culpable de su divorcio.
Yo conocí a un esposo y a su mujer los cuales trataban de provocarse uno al otro para que alguno pusiera la demanda de divorcio y así evitar el sentimiento de culpa de ser uno de ellos el responsable de iniciar el proceso. Ellos querían decir, después del divorcio, que su pareja había sido la culpable de poner la demanda, y así podían hacer que su segundo matrimonio fuera válido por la ley. Podemos tratar de engañar a la gente, pero no podemos engañar a Dios. Por ejemplo, ¿Qué es lo que piensa Dios acerca de una mujer que, en desobediencia a la palabra de Dios, se abstiene de tener relaciones sexuales con su marido, y después se divorcia de él por causa de una infidelidad? ¿No es ella al menos en parte culpable de su divorcio?
En el caso de la mujer que se había divorciado dos veces, sobre el cual leímos en Deuteronomio 24, no dice nada acerca de la legitimidad de sus dos divorcios. Su primer esposo encontró cierta “indecencia” en ella. Si esa “indecencia” hubiera sido adulterio, ella hubiera sido merecedora de muerte de acuerdo con la ley de Moisés, la cual decía que los adúlteros deberían ser apedreados (ver Levítico 20:10). Así que, si el adulterio es la única razón legítima para el divorcio, quizás su primer esposo no tenía una buena razón para divorciarse de ella. Por otro lado, tal vez ella pudo haber cometido adulterio, y él, siendo un hombre justo como José el de María, “quiso dejarla secretamente” (Mateo 1:19). Existen muchos escenarios posibles.
Se dice que su segundo esposo simplemente “se volvió en contra de ella”. Una vez más, no sabemos quien era culpable, o si los dos compartían la culpa. Pero eso no hace ninguna diferencia. La gracia de Dios fue extendida hacia ella para casarse de nuevo con quien la aceptara después de su segundo divorcio, con la excepción de su primer esposo.