La definición que se encuentra en Hebreos 11:1 también dice que la fe es “la convicción de lo que no se ve”. Por esto, cuando vemos algo con nuestros ojos físicos o lo percibimos con nuestros cinco sentidos, no se requiere de fe.
Suponga que alguien le dice a usted ahora, “por alguna razón que no puedo explicar, yo tengo fe de que hay un libro en tus manos”. Por supuesto, que tú podrías pensar que hay algo malo con esta persona. Usted podría decirle, “tú no tienes que creer que tengo un libro en mis manos, porque indudablemente puedes ver que tengo un libro”.
La fe es de una dimensión de lo que no se ve. Por ejemplo, mientras escribo estas palabras, yo creo que hay un ángel cerca de mí. De hecho, estoy seguro de eso. ¿Cómo puedo estar seguro? ¿He visto un ángel? No. ¿He sentido o escuchado a un ángel volar cerca de mí? No. Si hubiera sentido o visto o escuchado a un ángel, entonces no tendría que creer que había un ángel cerca de mí, yo lo sabría.
Así que, ¿qué me hace estar tan seguro de la presencia de un ángel? Mi seguridad proviene de una promesa de Dios. En Salmos 34:7, Él promete, “el ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen y los defiende”. No tengo otra evidencia de lo que creo, solamente la Palabra de Dios. Esta es la verdad bíblica, “la convicción de lo que no se ve”. La gente mundana con frecuencia usa la expresión “ver para creer”. Pero en el Reino de Dios lo opuesto es la verdad. “Creer es ver”.
Cuando ejercitamos la fe en una de las promesas de Dios, con frecuencia enfrentamos circunstancias que nos pueden poner a dudar o atravesamos por un periodo de tiempo cuando parece que Dios no está cumpliendo sus promesas, porque las circunstancias no cambian. En estos casos, simplemente tenemos que resistir a la duda, perseverar en la fe, y estar convencidos en nuestros corazones de que Dios siempre cumple su Palabra. Es imposible que Él mienta (ver Tito 1:2).