Al cabo de por lo menos veinte años de servir en el ministerio, el apóstol Pablo había aprendido bien cómo seguir la guía del Espíritu Santo. Hasta cierto punto, el Espíritu le mostraba “las cosas que iban a venir” relacionadas con su ministerio. Por ejemplo, mientras Pablo concluía su ministerio en Éfeso, tuvo cierto conocimiento del curso que su vida y ministerio iban a seguir en los siguientes tres años:
“Pasadas estas cosas, Pablo se propuso en su espíritu ir a Jerusalén, después de recorrer Macedonia y Acaya. Decía él: “Después que haya estado allí, me será necesario ver también Roma”” (Hechos 19:21).
Nótese que Pablo no se propuso su destino en su mente sino en su espíritu. Esto indica que el Espíritu Santo le dirigía en su espíritu para ir primero a Macedonia y Acaya (ambas se encuentran en la Grecia actual), después a Jerusalén, y finalmente a Roma. Y ese fue precisamente el curso que siguió. Si tienes un mapa en la Biblia que muestre el tercer viaje misionero de Pablo y su viaje a Roma, puedes seguir su camino de Éfeso (donde se propuso su ruta en el espíritu) a Macedonia y Acaya, hasta Jerusalén, y luego de varios años, a Roma.
En una forma más precisa, Pablo viajó a través de Macedonia y Acaya, después volvió a Macedonia otra vez, rodeando las costas del mar Egeo, luego viajó por la costa Egea del Asia menor. Durante su viaje se detuvo en la ciudad de Mileto, llamó a los ancianos de la cercana ciudad de Éfeso, y les dio un discurso de despedida en el cual decía:
“Ahora, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén sin saber lo que allá me ha de acontecer, salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio de que me esperan prisiones y tribulaciones” (Hechos 20:22-23, énfasis agregado).
Pablo dijo que se sentía “ligado en el espíritu”, queriendo decir que tenía convicción en su espíritu que estaba siendo guiado a Jerusalén. No sabía completamente en su mente todo lo que iba a ocurrir en Jerusalén, pero dijo que en cada ciudad donde se detenía, el Espíritu Santo le testificaba de las aflicciones que le esperaban en Jerusalén. ¿Cómo le “testificaba” el Espíritu Santo de esas prisiones y aflicciones que le esperaban en Jerusalén?